Desde Barcelona
UNO El próximo 11 de noviembre Kurt Vonnegut (autor muy inteligente y perfecto para imperfectos tiempos estúpidos de guerras estúpidas, de esas imperfectas guerras que pueden cambiar de nacionalidad pero siempre tienen el mismo nombre) cumpliría cien años de no haber muerto el 11 de abril de 2007 para, se supone, descansar en paz and so it goes...
Su obra, por supuesto, sigue dando guerra.
DOS Y, sí, Rodríguez desconfía de números redondos y de efemérides compactas; pero no le parece mal evocar una vez más a lo/s inolvidable/s (ya lo hizo este año con Joyce y con Kerouac y volverá a hacerlo con Proust) honrando memorias a través de ejercicio noble, acaso más noble que el de la lectura: el de la relectura.
¿Y cuántas veces Rodríguez leyó Matadero-Cinco? Muchas pero nunca suficientes. La novela que consagró a Vonnegut en 1969 es de esos libros para todas las estaciones porque trata sobre esa particular actividad del ser humano: la nada ideal e injustificada destrucción justificada en el nombre de supuestos ideales. Matadero-Cinco fue, también, libro que sacó a Kurt Vonnegut del purgatorio de ser un escritor de género más o menos ciencia-ficcional-contracultural para ascenderlo al paraíso de los meritorios y mejores súper-ventas generacionales primero y luego al de los perpetuos clásicos best-sellers multigeneracionales.
Y Matadero-Cinco está escrita a mitad de camino de lo que puede ser entendida como una trilogía que arranca con la casi precuela Madre noche (1962 y donde Vonnegut se propuso y consiguió la proeza de escribir "una novela muy graciosa sobre el nazismo") y culmina con Barbazul (1987), suerte de secuela subliminal de Matadero-Cinco. Las tres juegan un poco con la novela de espías, de sci-fi y de formación/deformación artística. Pero las tres están unidas y reunidas por la, para Vonnegut, autobiográfica Segunda Guerra Mundial y la también auto-referencial idea del sobreviviente de nacimiento hasta su muerte como figura protagónica. Pero en una y otra y otra más lo que se impone y unifica a sus tres "héroes" es la idea/ideología del veterano. Y de que el veterano siempre tiene una historia que contar porque vivió y sobrevivió para contarla.
Los tres --el más que doble espía radiofónico Howard W. Campbell Jr., el óptico "despegado del tiempo" Billy Pilgrim, y el pintor expresionista abstracto Rabo Karabekian-- son veteranos de guerra pública: la Segunda Mundial (que rebautizó como Primera Guerra Mundial a la que hasta entonces era Gran Guerra que, por su tamaño se consideraba y quería irrepetible). Y ahí van y vienen intentando llevar en paz sus batallas privadas que, se sabe, rara vez dan tregua y suelen ser interminables.
Y Kurt Vonnegut lo sabía casi mejor que nadie. Y por eso --piensa Rodríguez-- decidió ponerlo por escrito y con mucha gracia, en todo el sentido de la palabra.
TRES En la introducción autobiográfica a Matadero-Cinco, Vonnegut relata el momento en que, por fin, todas las piezas sueltas encajaron luego de tanto años de intentar armar la estrategia de ese puzzle. Llevaba mucho tiempo queriendo contar su paso por la guerra. Pero no sabía cómo. Por fin, este momento iluminador y definitivo acontece cuando Vonnegut --por entonces aficionado a beber demasiado y a hacer llamadas telefónicas de trasnoche-- visita a un hermano de armas, Bernard O'Hare, y se ponen a conversar/evocar el frente de batalla en la cocina. Hasta que Mary, la esposa de O'Hare, estalla con un "¡Pero no se dan cuenta de que ustedes eran bebés por entonces!" Y luego le reprocha a Vonnegut el que, seguro, acabará escribiendo algo como esas películas con Frank Sinatra y Dean Martin y John Wayne donde los soldados son "viejos verdes" y no "los niños que ustedes eran... Y la guerra se verá como algo maravilloso y así tendremos más guerras en las que más jóvenes morirán". Entonces Vonnegut entre conmovido y deslumbrado (y, sí, ahí y aquí está esa foto del bebé soldado Vonnegut) declara: "Mary, te prometo que si alguna vez termino ese libro al que ya le dediqué más de cinco mil páginas arrojadas a la basura, no habrá en él sitio ni papel para John Wayne o Frank Sinatra. Es más: lo subtitularé La cruzada de los niños".
Dicho y hecho.
Prometido y cumplido.
CUATRO Kurt Vonnegut siempre se refirió a la cuestión en términos más o menos similares y así se lo volvió a explicar a Martin Amis en una entrevista en 1983: "Yo siempre pensé que si alguna vez podía llegar a escribir algo de mi experiencia en Dresde, eso sería todo, y luego nada. Pero después de Matadero-Cinco hice mucho más de lo que jamás hubiese esperado. Así que ahora, como ya no siento ninguna obligación para conmigo mismo, me he vuelto alguien que hace algo más personal, más libre de toda idiosincrasia... No sé, no sé... Allí estaba Dresde, una hermosa ciudad rebosante de museos y zoológicos: lo humano en su más excelsa expresión. Y cuando subimos a la superficie, ya no había nada... No quedaba nada de esa ciudad por la que pasaban aviones aliados pero nunca arrojaban bombas porque no tenía mucho sentido. Hasta entonces. Muchas personas entienden el bombardeo a Dresde como algo correcto e insignificante en comparación a lo que hicieron los nazis en los campos de concentración. Puede ser. Yo nunca discuto esa idea. Pero menciono de pasada que lo sucedido es que a todos los que esa noche estaban en esa ciudad sin defensas ni interés estratégico-militar alguno --bebés, ancianos, los animales del zoológico y, por supuesto, miles de nazis rabiosos-- se les aplicó la pena de muerte sin juicio previo. Ese raid aéreo no acortó la guerra ni en medio segundo, no debilitó al ejército alemán de ningún modo, no liberó a ni un solo prisionero de un campo de concentración. Sólo una persona se benefició de todo ello. ¿Y quién fue? Yo. Recibí unos cinco dólares (y sumando) por cada persona que murió ahí y entonces. Imagínatelo."
CINCO Y, sí, digámoslo, el estilo de su imaginación le viene de familia: la madre de Vonnegut se suicidó el Día de la Madre mientras el joven Kurt se planchaba el uniforme para saltar a las trincheras de la bestial Batalla de las Ardenas, la más grande derrota militar en la historia de los Estados Unidos. Entonces, a Vonnegut y a su escuadrón se le ordenó cargar pero no lo hicieron porque "No veíamos nada... Nadie lo hizo. Si mis compañeros lo hubiesen hecho, yo también lo hubiese hecho. Pero no tenía sentido. Y eso es lo bueno de una guerra una vez que se asume el hecho de que no hay nada bueno en una guerra: el que mientras estás metido en ella no te preocupas ni por un segundo en hacer lo correcto... Quizás, cuando recordemos guerras, deberíamos desnudarnos y pintarnos de azul y andar todo el día en cuatro patas gruñendo como cerdos. Seguro que sería un forma más fiel y honesta de hacerlo en lugar de tanta oratoria y banderas al viento y rifles bien aceitados".
Así, a partir de Vonnegut (quien se adelantó a tantas cosas y cosos raros; pensar en las personas de Trump Presidente y Elon Musk Rex como personajes tan pero tan suyos) cada vez cuesta más contar una guerra de manera normal. Y lo es porque cada vez cuesta más asumir la "normalidad" de cualquier guerra, incluyendo a la de hoy y a la de mañana, ahí afuera, cada vez más adentro.
Tal vez esto sea una buena noticia.
Más o menos.
Hi Ho.