El sacerdote Carlos Eduardo José, investigado por denuncias de abuso sexual contra menores de edad en una escuela católica de la localidad bonaerense de Caseros, renunció ayer al estado clerical y afrontará en los tribunales civiles los cargos que se le imputan, confirmó ayer la diócesis de San Martín.
El vicario general de San Martín, sacerdote Eduardo González, ratificó que José presentó su renuncia al estado clerical hace quince días, después de que dos mujeres lo denunciaron en la Justicia por abusos sexuales perpetrados hace una década cuando ambas eran menores de edad.
“José renunció al estado clerical, por lo que no puede ejercer su ministerio y ya no depende de ningún obispo. Como se dice en términos populares, dejó de ser cura”, sostuvo el número dos del obispado. “La diócesis ya no tiene jurisdicción sobre él y deberá afrontar los cargos que se le imputan en la justicia ordinaria”, agregó.
González dijo que las denuncias contra José fueron presentadas en abril ante la UFI 14 de San Martín por dos ex alumnas del colegio católico San José Obrero, de Caseros, que aseguraron haber sido sometidas a abuso sexual por el sacerdote cuando eran menores de edad. La investigación de los casos de abusos perpetrados hace diez años, pero denunciados en la Justicia recientemente, está a cargo del fiscal Marcelo Lapargo, quien imputó a José por “abuso simple y gravemente ultrajante”, delito que prevé una pena mínima de ocho años de prisión. Desde la fiscalía de San Martín dijeron que hasta ahora no habían podido informar al sacerdote sobre la imputación en su contra.
González aseguró que el obispado se enteró de los cargos contra José cuando se hicieron públicos, mientras que una de las víctimas rechazó esa versión y afirmó que en 2009 presentó una denuncia ante el obispo de San Martín, monseñor Rodríguez Melgarejo.
M.G., una de las víctimas, dijo a un canal de noticias que necesitó de muchos años de terapia psicológica para asumir lo que le pasó y animarse a denunciar al sacerdote, que era cercano a su familia y visitaba habitualmente su casa. “Cuando me llevaba a confesar me hacía sentarme en su pierna y ponía su mano en mi zona”, sostuvo al borde del llanto.
La declaración de G. fue coincidente con el testimonio de la otra denunciante, J., quien sin conocer a la primera sostuvo que: “Me acuerdo que él me agarraba con el motivo de enseñarme a nadar y por debajo del agua me manoseaba”.
Luego de conocerse las denuncias en su contra, José envió una carta a la madre de G. en la que intentó minimizar los hechos por los que se lo acusa y atribuyó a los psiquiatras el avance de la investigación. “Cuando vinieron a hablar conmigo me quedé conmocionado, paralizado, me parecía increíble. Lo único que atiné a decir al ver tan mal a personas que tanto quiero es pedir perdón por el dolor que causaba. Pero les aseguro que nunca tuve mala intención. Quizás demasiado cariñoso, como ella también era cariñosa conmigo”, escribió.
El sacerdote detalló: “Nunca estuve a solas con ella, en la parroquia siempre con algún animador o catequistas y otros chicos. Cuando salía con ustedes vos estabas presente. Quizá pude ser imprudente jugando con ella, pero nunca con mala intención”. “Hay profesionales que escarban y hacen ver abuso donde no lo hay. Yo no tuve mala intención. Hasta hace poco, cuando iba a tu casa y estaba, M. siempre me recibía con alegría. El año pasado, como tantas y tantas veces, cuando hablamos por teléfono me dijo que me quería mucho. Tan malo no debía ser. Siempre fueron ustedes muy especiales para mí. Jamás los lastimaría”, subrayó en la misiva a la madre de la víctima.