La anunciada fusión entre Telecom y Cablevisión Holding, en complejos porcentajes y relaciones, abre un camino de concentración mediática jamás visto. Una compañía pasará a tener la exclusividad para desarrollar el “cuádruple play” (telefonía fija, móvil, televisión paga y banda ancha). Las enormes implicancias económicas se cruzan con las implicancias políticas y sociales.
Es sabido que esta inusitada concentración de poder determina ciertas estructuras en la sociedad que limitan el desarrollo de una sociedad plural. Porque esta concentración de poder en un medio establece sus propias reglas de juego sobre el llamado “libre flujo de la información”. Se ha dicho que la libertad de información requiere tres condiciones: la oportunidad de acceso a todo tipo de información, una diversidad de fuentes a las cuales acceder y un sistema que provea acceso a los medios para todos aquellos que deseen o necesiten comunicarse. Se da por sentado que una democracia goza, al menos, de la primera de las tres condiciones. Pero, esto bien puede ser una ilusión. Porque esta primera condición está limitada en muchas partes por las restricciones que las grandes compañías imponen sobre las otras dos. La constante que mueve a estos gigantes es obtener el máximo beneficio. Para lograrlo, todo lo demás se subordina a ese objetivo. Por lo tanto, lo mejor es no dejar ningún eslabón de la cadena suelto. De manera que el círculo de la producción de entretenimiento e información debe estar controlado en todas sus facetas. Por eso hoy, muchas de las compañías están trabajando en todas las ramas del entretenimiento. Unas a otras se retroalimentan, ya sea en la producción de películas, videos, CD, libros, vestimentas, juguetes, o en el campo de publicidad.
Esta concentración de poder generalmente goza de un tratamiento especial por parte de los gobiernos. Los gigantes de los medios gozan de dos enormes ventajas. Por un lado, controlan la imagen pública de los líderes nacionales que, como resultado, les temen y, a su vez, favorecen a los magnates de los medios. Al mismo tiempo, controlan la información y el entretenimiento, que son la simiente para establecer las conductas sociales, políticas y culturales de una porción grande de la población. Como alguna vez señaló G. Gerbner, los grandes medios “no tienen nada para decir, pero mucho para vender”. La despolitización se acrecienta por la exaltación del individualismo. Esto lleva a rechazar y combatir todo lo que afecte los intereses básicos: el país, mi grupo, mis bienes, y así sucesivamente. La despolitización logra que la gente mida las acciones de los gobiernos según y cómo los beneficie o no individualmente.
Muchas preguntas se agolpan frente a esta realidad. ¿De qué manera esta concentración de la información afectará y determinará la comprensión de otros hechos posteriores? ¿Aumentará las limitaciones a la libertad de información? ¿Hay garantías de recibir una información veraz? ¿De qué manera la comunicación masiva que se recibe influencia la comprensión de lo que sucede en el mundo, y cómo determina la visión del ámbito local y global? ¿De qué manera las fuentes de información masiva refuerzan prejuicios, ocultan situaciones que nunca ganarán los titulares de la prensa?
Un aspecto a considerar en este nuevo mundo de la concentración es el lugar que ocupan los derechos humanos. Se ha llamado la atención sobre el hecho de que, en ninguna de las áreas de la comunicación mundial, se puede identificar un fuerte contenido sobre los derechos humanos. Algo aparece en lo vinculado a los derechos de autor (copyright), la legislación sobre patentes, la libertad de información, la cultura, pero nada se encuentra en relación con el comercio de los servicios de telecomunicaciones, los derechos de propiedad intelectual y la concentración de la propiedad de los medios y la estandarización del consumo de electrónicos. Para el experto en comunicación mundial, Cees Hamelink: “Si tomamos el contenido de los derechos humanos como un indicador de la representación de los intereses de la gente, tenemos que concluir que la gente no importa en las políticas de comunicación mundial”.
* Comunicador social, ex presidente de la Asoc. Mundial para las Comunicaciones Cristianas (WACC).