Las caras, los contornos, los gestos del jazz detenidos en el tiempo. Fotos con swing. Luces y sombras de un instante dilatado en la imagen que, como sucede en los mejores casos, de alguna manera sigue sonando. Continuadora de la mejor tradición de la fotografía en el jazz, hace años que Adriana Mateo retrata a músicos. Son muchos los nombres que su lente detuvo, en la calma del retrato o en el fragor de la acción. Desde Sonny Rollins hasta Herbie Hanconck, pasando por Ron Carter, Dave Brubeck, Esperanza Spalding, Kamasi Washington, Cedar Walton y Antonio Hart, por nombrar algunos.
Y también Roy Hargrove, el hoy mítico trompetista al que la fotógrafa, porteña desde hace años radicada en New York, dedica la nueva muestra que desde este jueves se podrá visitar en Bebop Club, el reducto jazzero de Uriarte 1658. Una mirada sobre Roy Hargrove, así se llama la exposición, estará abierta con entrada gratuita de martes a domingo a partir de las 19 hasta el 28 de febrero.
Conversando con Página/12, Mateo cuenta de la primera vez que llegó al Bebop Club, en agosto pasado, como documentalista del trabajo del baterista Willy Jones, que tocaba en Buenos Aires invitado por Mariano Loiácono. “Entré al lugar con mi cámara, para trabajar, y como siempre elegí un rinconcito para ubicarme. Desde ahí disparé durante todo el concierto”, comenta la fotógrafa. “Al terminar el concierto conocí a Aldo –Graziani, impulsor de Bebop– y conversando sobre las cualidades del espacio y sus posibilidades, enseguida surgió la idea de colgar una muestra fotográfica. La cosa era qué elegir. Yo tengo varias muestras armadas, pero queríamos hacer algo original”, continúa Mateo, que hasta ahí no sabía que a la vuelta de la esquina, la toponimia porteña daría su ayudita. “Nos reunimos días después para seguir buscando. Cuando salí de esa reunión, con muchas ideas abiertas, iba en el auto y doblando por una esquina de pronto leo el cartel de una calle: Fitz Roy. Roy, me dije, Roy Hargrove. Listo. Le mandé un mensajito a Aldo y empezamos a trabajar.”
Roy Hargrove murió en 2018, a los cuarenta y nueve años. Fue uno de los “Jóvenes leones” de la trompeta del jazz de las últimas décadas. Cultor de nuevas maneras del soul desde una sólida perspectiva jazzera, en su sonido, custodiado en discos ejemplares como Emergence –su último trabajo, al frente de una big band–, se cifraba la más fina genealogía de su instrumento, desde Freddie Hubbard, Lee Morgan y Clifford Brown, hasta Miles Davis, claro. Mateo lo acompañó durante más de diez años alrededor del mundo para documentar su trabajo y la muestra concentrará ese lapso de tiempo en doce retratos, en riguroso blanco y negro. “Son fotos de distintas épocas, enmarcadas por la primera que le tomé, un retrato en 2008, y la última, que fue en Italia en el Umbria Jazz 2018. En el medio, hay distintos momentos ordenados como para dar una idea del paso del tiempo”, comenta Mateo. La “última foto”, con Hargrove sentado en el piano, cigarrillo en boca, probando sonido en el desierto Teatro Morlacchi de Perugia, fue premiada por la Asociación de Periodismo de Jazz de Estados Unidos.
Nacida en una familia de trabajadores del cine –su papá Roberto y su hermano Roberto Jr. fueron directores de fotografía– Adriana recogió esa herencia y siguió el camino que en los '90 la llevó a instalarse en Nueva York para completar su Maestría en Dirección de Cine y Cinematografía. “Parte de esa herencia tiene que ver también con haber crecido en una casa por la que pasaba gente del cine, de todos los oficios, guionistas, directores, fotógrafos y donde había mucha música y por supuesto, jazz”, recuerda Mateo, que encontró el modo de hacer cuadrar todo eso con Tres generaciones bajo la lente, el proyecto en el que trabajó durante años y que ahora es un elogiado libro que detiene imágenes del jazz y sus figuras a través del tiempo.
Hablando de influencias, Mateo enumera una larga lista de nombres que la impresionaron, en la que naturalmente se destacan Herman Leonard y William Claxton, acaso los que sentaron las bases de la fotografía de jazz como un género en sí. “Naturalmente es inevitable pensar en ellos y de hecho muchos señalan esos ascendentes en mi trabajo. De todas maneras, mi método pasa sobre todo por Ansel Adams –el gran paisajista de la fotografía– y las enseñanzas de mi padre”, asegura la documentalista.
“Cuando pongo el ojo en la lente trato de inventar un mundo propio. No soy de las que dispara continuamente, más bien espero, me dejo llevar, entro en un trance que imagino similar al del músico. Es una manera de penetrar su sensibilidad, para entender la importancia de una nota, de una gesto, una inflexión. Voy en busca del sentimiento y la emoción y es un click lo que te permite atrapar un segundo y hacer una foto en la que después alguien podrá escuchar música o simplemente ver un tipo tocando”, concluye Mateo.