Hace ya un buen tiempo largó la temporada de recitales. Shows, festivales, cualquier espectáculo que incluya música y sea capaz de convocar gente tuvo su oportunidad en la marquesina virtual del teléfono. Filas virtuales, reventas, superposición de fechas (y destinos financieros) son términos que se manejaron con frecuencia, como un antídoto milagroso ante una realidad implacable.
La coordinación colectiva de compra de entradas a un show masivo (para quienes pueden pagarlas) tiene su costado noble porque opera desde la amistad, y el que sucedió para conseguir tickets al tour más caliente del mundo, la nueva y voluptuosa gira de Bad Bunny, no fue la excepción. Sesiones simultáneas, acuerdos entusiastas y alguna promesa divina, por qué no. Si se sabe que el conejo cumple.
► Conejo de pampas
El de la cancha de Vélez del fin de semana habrá sido un bautismo para gran parte del público, aunque esta no sea la primera sino la cuarta vez que Benito predicara sus sucios salmos en la Argentina. Breve historia del planeta conejil de adelante para atrás: fue headliner de la primera edición del Buenos Aires Trap, amontonó gente para su serie de Luna Park en 2017 -sin discos y llamado "la sensación del trap", cuando las productoras marcaban su cantidad de reproducciones en Vevo para dar cuenta del éxito-, y fechas por varias ciudades argentinas, con un Duki famélico como opening.
Pero hay una cita previa de Benito con el país, en una urbe más robusta y caliente. Sí, antes que el lujo del Palacio de los Deportes, que el trofeo del Hipódromo de Palermo, El Conejo Malo se había puesto la camiseta para hacer vibrar las tarimas de Jesse James, Black Cream, Museum y El Bosque. Los videos que aún circulan de esas noches -catorce shows en menos de una semana, bien al estilo tropical- y el tiempo transcurrido -casi seis años- certifican su discurso al decir que el argentino es de los públicos más cabrones de Latinoamérica.
¿Quién trajo a Bad Bunny a esa gira maratónica? ¿Quién la vio? Maxi El Brother, actual manager de L-Gante.
Prolijo como las líneas que dibujan su cuero cabelludo, el puertorriqueño sale a las 21, bien puntual. El amasijo de luces de los flashes en el campo parece la presencia viva de un archipiélago, un decorado casual encajando justo en la temática caribeña, piedras preciosas esperando el embate gozoso.
Por dos noches, Benito implementa las teorías de un reggaetón descarnado que provoca cocteleras de culo obedientemente pavlovianas. Su música creó adictos al perreo que avanzan cual yonkis pidiendo siempre más.
► Vientos de combi
Habrá comentarios sobre su consistencia vocal, pero no es ese un parámetro para medir este show, ni ninguno del género. Sí lamentar la embestida climática que afecta una de sus skills: el outfit. La fecha del sábado, con un viento más hostil, lo presentó cubierto y de colores apagados. Poncho, jogging de toalla, capucha negra que oficiará de pasamontañas y Adidas grises montarán una combi más para el fogón de zapada -cosa que acabará sucediendo, vino mediante, en Yo no soy celoso- que para las estridencias de esta apuesta.
Ese contraste deviene en ironía, un claroscuro que define su obra, colores saturados contra un monocromo textil. El efecto psicodélico en las visuales y un artista del que por momentos sólo se verán sus ojos y el pendular de la trenza que asoma. El profeta del bellaqueo que hizo de lamer culos un himno pero que al momento de la arenga "que se saque todo" hará caso omiso y apenas quedará, más tarde, con un buzo blanco prístino, como uniforme de alumno aplicado.
El hombre que usó tapabocas como accesorio de moda mucho antes de la pandemia hoy descansa en su estética. La marca Bad Bunny está instaurada como stencil militante, porque si se habla de gafas con forma triangular y el gesto de estirar los ojos con el dedo meñique mientras se saca la lengua -imagen carne de falopa conspirativa-, ya se sabe de quién se está hablando.
Benito vino a presentar su sexto disco (contando esa suerte de bootleg, Las que no iban a salir y Oasis, aquel que hizo junto a J Balvin). Un verano sin ti es, en términos de gedencia, el break de Benito. Y ahí está, con su metro ochenta y cuatro, heladerita en mano, arrojándose sobre una reposera. Esta pausa no es tal, sólo anticipa una disminución de tempo. En sus parámetros igual anota, su herejía es deliciosa porque pervierte hasta la propia culpa. Y en su permanencia se vislumbra la herencia natural, la de tomar la posta del veterano más fresco: Daddy Yankee. Sí, Bad Bunny tiene todo lo que se necesita para ser también el mejor de todos los tiempos, el máximo líder.
► Tan triste y tropical
Serán algo de 3 horas de show con un repertorio infalible con el que puede frontear porque tiene hits a rabiar. Porque cada vez que en el mundo alguien dice “el reggaetón es todo igual”, Benito apunta y saca la canción que no vas a querer dejar de cantar por los próximos meses.
El único invitado del sábado será su colega Mora (el viernes Duki había hecho su gracia, ausencia que la noche siguiente se cubrirá en el setlist por la mejor balada en español de los últimos diez años, Amorfoda). Su compatriota llegará para Una vez y luego quedará sólo para dos temas propios (La inocente y Memorias), una extraña costumbre de promoción que hoy repite este tipo de eventos. Aunque claro, Mora no es sólo otro artista haciendo reggaetón, es también amigo personal del conejo y uno de los coautores de canciones como Dákiti o Te mudaste.
Este es el momento más low key del show, si es que acaso lo tiene. Pero será precisamente allí donde se puede sentir que la oferta ha surtido efecto. Tiene algo de esa ingenuidad sintética: cuando te diste cuenta, Benito invadió toda tu existencia. Y aún queda la mitad del show.
Hablará algo con la gente que tiene cerca y eso dará paso al bloque vintage. Algo más de cinco años de carrera para esta magnitud de producción hitera auspician el momento. Palazos como Diles, No te hagas, Vuelve, Tú no metes cabra y Chambea. Acá se salta con todas las mutaciones de conejos posibles.
Para el próximo encanto, Benito flotará sobre una palmera sobrevolando el estadio de Vélez Sarsfield para hacer las desoladoras Un coco y La canción. La euforia ante la proximidad del ídolo reventará en otro binomio, bien triste y bien tropical.
Además de llevar lo más alto posible la bandera del reggaetón y haberlo convertido en un sonido que se escuche en todo el mundo, la misión de Bad Bunny es mantener a Puerto Rico en la cúspide, y que todos sepan que el orgullo latino no se mancha.