El entrevistado espera en el cuarto 142 del Hotel Provincial de Mar del Plata, donde está ofreciendo un puñado de entrevistas mano a mano con periodistas de medios argentinos. La conversación comienza con un pedido de disculpas: tal vez algunas de las preguntas sean similares a las de otros colegas, algo casi inevitable dadas las circunstancias. “Hasta ahora han sido conversaciones muy divertidas y las preguntas variadas. Tal vez ahora todo se vaya al carajo”. El buen humor de John McTiernan, uno de los invitados de mayor impacto público y periodístico del 37° Festival de Mar del Plata, es evidente en esa expresión, dicha con una sonrisa y sin ánimos de ofensa. “Además esto es muy distinto a cuanto tenés una película nueva y te mandan a esos junkets horribles, donde en sesiones de cinco minutos uno responde lo mismo una y otra vez”. En la charla de más de veinte minutos con Página/12 las zonas grises y negras de la mayor industria de cine del mundo dan un paso al frente en las reflexiones del realizador, nacido en Nueva York en 1951 y uno de los nombres más relevantes del cine de gran espectáculo del Hollywood de los años 80 y 90. Un cineasta que definió ese género cinematográfico lleno de adrenalina, tiros y explosiones conocido como cine de acción.
El responsable de títulos icónicos y, en algunos casos, auténticos clásicos como Duro de matar, Depredador, La caza al Octubre Rojo y El último gran héroe llegó el sábado pasado por la noche a la ciudad de la costa bonaerense y el domingo ofreció una charla abierta al público donde hasta la última silla estaba ocupada. Horas más tarde, presentó en horario central, en un atestado Teatro Auditorium, una función del celebrado largometraje con Bruce Willis enfrentado a grupo comando de falsos terroristas encuartelados en un rascacielos ultramoderno. Antes del comienzo de la proyección, el Festival de Mar del Plata le entregó un premio honorífico por su carrera, que se vio súbitamente abortada en el año 2003 luego de una serie de conflictos con uno de sus productores, que terminaron en un caso judicial con condena de prisión. Casi veinte años después, McTiernan tiene varios proyectos en carpeta y uno de ellos podría tener luz verde en poco tiempo, pero no se arrepiente de haber dejado de hacer películas tal y como las venía haciendo, como lo confirman sus palabras al final de esta entrevista.
“Tuvimos suerte de haber hecho antes Depredador y que haya funcionado tan bien”. McTiernan recuerda el comienzo de la producción de Duro de matar, que se transformaría con el correr de los años en un clásico navideño en su país y en un clásico a secas en el resto del mundo, pero la deriva lo lleva a viajar un par de años antes, cuando comenzó a filmar su segundo largometraje, con Arnold Schwarzenegger intentando sobrevivir a los ataques de una violenta criatura de otro mundo. En un ejemplo perfecto de ironía, los productores le dijeron que las secuencias de acción las haría “un especialista, un ex doble de riesgo. Afortunadamente me dejaron hacer una de esas escenas al comienzo del rodaje, con mucha escala y energía. Eso sorprendió a Joel Silver, uno de los productores, y a partir de ese momento me dejaron hacer todas las escenas de acción. En otras palabras, comenzaron a confiar en mí. Fue una producción muy complicada, porque el casting se hizo muy tarde y Arnold tenía que irse antes del final del rodaje. Había mucho por filmar. Joel estaba mal, pensaba que todo iba a terminar en desastre. Lo que hice fue sentarme toda una noche y escribir las últimas veinte páginas de la historia, el enfrentamiento con el monstruo. Eso resolvió todo, porque el final se filmó en dos días y todos estaban contentos con eso”.
Lo cierto es que, en un primer momento, John McTiernan no quería filmar Duro de matar, más allá de la insistencia de Silver. “Básicamente me molestaba que hubiera terroristas. El terrorismo no es divertido, nadie se siente bien con los terroristas, ni siquiera cuando los destruyen en una película. Fue entonces que le propuse transformarlos en simples ladrones, porque a todo el mundo le gusta un buen ladrón. Fue una manera de ponerle alegría a la película. Joel tuvo el coraje de aceptar eso y de comenzar a filmar cuando teníamos apenas treinta páginas de guion, sin terminar. Tuvimos suerte de contar con un gran guionista, Steven E. de Souza, que es capaz de darle vuelta a las cosas y sacarlas adelante. Por supuesto que no podíamos saber en ese momento que el film se convertiría en un clásico, y tuvimos mucha suerte, en el sentido de que estuvimos en el lugar y el tiempo adecuado. Una instancia en la cual se alinearon los planetas”.
-En la charla con el público los últimos minutos estuvieron dedicados a una reflexión sobre el cine de superhéroes, que han acaparado gran parte del negocio del cine de entretenimiento. ¿Podría ampliar esas ideas?
-Básicamente son fascistas. Es material fascista que está dando vueltas desde hace veinte años. Eso es lo básico que dije en la charla. Nuestra profesión tiene consecuencias y he intentado dejar clara esta situación de que el audiovisual es el medio dominante de nuestros tiempos y, por lo tanto, genera cambios en nuestro mundo. En el pasado, un pequeño grupo de artistas plásticos tomó el control de su medio dominante en ese tiempo, cerca de 1770. Veinte años después llegó la revolución francesa. No puedo probarlo, pero estoy convencido de que eso tuvo algo que ver. De que no podría haber ocurrido una cosa sin la otra. La pintura fue un prólogo significativo para la revolución, una de las cosas que la hizo posible. La cuestión ahora es preguntarse qué puede ocurrir –y es algo que me preocupa mucho– si el verdadero fascismo tomara el control de mi país. Si miro lo que ocurrió hace veinte años con el medio dominante de nuestros tiempos no puedo dejar de preocuparme.
-Usted fue testigo de los cambios que ocurrieron en la industria de Hollywood con el correr de los años 90. ¿Cómo describiría ese proceso? Recuerdo que su película 13 guerreros fue completamente remontada por los productores.
-No fue tan así, en realidad. Fue algo que los medios periodísticos exageraron mucho. Michael (Crichton, guionista y productor del film) murió y no quiero hablar mal de él. Pero bueno, él tenía el deseo de meterse y ‘salvar la película’. En fin. Steven Spielberg no lo dejó pisar al set de rodaje de Jurassic Park ni una sola vez por una buena razón. Volví a ver 13 guerreros hace poco y, más allá de un par de planos que no me gustan nada, la mayor parte de la película es buena. Respecto de los cambios en la industria, fue a mediados de los años 90 cuando el dinero se apoderó de todo. Para 2005 el dinero ya era el amo y señor. Tuve una experiencia espantosa con un productor terrible y fue algo estúpido. Prestaba atención a lo que hacían otros directores y aprendí muchas lecciones, pero no necesariamente las buenas. Kubrick hizo una única película grande para un estudio y después dijo ‘váyanse a cagar’. Hizo Espartaco y se fue de ahí para hacer buenas películas. El australiano George Miller hizo una película enorme para un estudio y dijo ‘váyanse a cagar’ y se fue a casa para hacer Babe, el chanchito valiente y otras películas increíbles. Yo me quedé demasiado tiempo en esa feria de atracciones, me debería haber ido antes. Y era algo que me estaba volviendo loco, al punto de odiar lo que estaba haciendo. Joel Silver no es una persona fácil de querer, es un gusto adquirido. En el fondo es un buen tipo y tiene muy buen gusto y juicio. Pero cree que tiene que ser un desgraciado con los demás. Y entonces se comporta como tal. Más tarde estuve involucrado con productores realmente sórdidos que me hicieron muy infeliz. Ya no quería hacer películas, especialmente después de Rollerball. No quería estar cerca de un set de cine nunca más.
-Ahora está trabajando en varios proyectos, como el film futurista Tau Ceti Four. ¿Podría dar algunos detalles?
-Estoy muy contento, porque me mantuve tanto tiempo lejos del cine que pensé que ya nunca volvería. El tema es que ya no pienso en películas que no me interesan o gustan. Durante todo este tiempo me han presentado muchísimos proyectos, me han ofrecido trabajos, en varios casos para hacer remakes de películas que ya existen. ¿Para qué? No es que necesito el dinero. Por supuesto que no me vendría mal, pero tengo lo suficiente para vivir y pagar la educación de mis hijos. Así que dije gracias, pero no. Actualmente hay cinco proyectos en los cuales estoy trabajando y que me gustan, que quiero hacer. Pero no voy a hablar de ellos porque soy un poco supersticioso: creo que hablar antes de tiempo es una manera de arruinar todo. Sólo puedo decir que de aquí, de Mar del Plata, me vuelvo para terminar de elegir las locaciones para el rodaje.
-La proyección de Duro de matar en el festival estuvo repleta y una parte del público acompañaba ciertas escenas con vítores y aplausos, como si se tratara del reencuentro con un viejo amigo. ¿Cómo sintió ese recibimiento?
-Fue algo realmente muy bueno. No me quedé durante toda la proyección, pero estuve unos cuarenta minutos. Una de las cosas que me hace reflexionar el ver Duro de matar hoy es el cambio en el ritmo de las películas de acción. En aquel momento, hace veinticinco años, cada plano duraba unos cinco o seis segundos, y ahora en un film de acción son de dos o tres minutos. Me preguntaba si es realmente un cambio cultural al cual debamos prestarle atención. Al ver Duro de matar me sorprendió ver que algunos de los planos también duran tres segundos, pero van emparejados con otro plano. Una imagen que lleva a otra, siempre con la referencia de un personaje. Como si fuera otra manera de mantener el ritmo, que no parezca lento.
-¿Cree que las imágenes generadas por computadora, conocidas como CGI, los efectos especiales digitales, han arruinado el cine de gran espectáculo?
-Es simplemente una herramienta y aún tienen que encontrar la manera de usarla. Cuando apareció el cine en colores ocurrió algo parecido y mucha gente decía que habían arruinado el cine. Todas las películas parecían salidas de un circo, brillantes. Claro que después uno ve cosas como Del mismo barro, el film de Robert Altman, y se da cuenta de que el color está utilizado como un elemento formal esencial. El color forma parte del control emocional de una película. Algo similar ocurrió cuando apareció el cine sonoro. Ahora hay muchas películas que parecen creer que el CGI es un sustituto de la narración, aunque no lo es. Pero insisto, es sólo una herramienta. El problema es que se ve falso y eso te saca de la historia. Hay planos donde no hay nada real que haya pasado por el lente de la cámara, es todo hecho por computadora. Y el público lo sabe. No hay problema con las películas de animación, por supuesto, porque proponen un universo totalmente creado por el narrador, como si fuera un libro de cuentos ilustrado. El problema es cuando intenta imitarse la realidad sin lograrlo. Ahí el público deja de confiar. Supongo que faltan unos diez años para que logren encontrar las reglas adecuadas para usar CGI. Lo que me preocupa son estos veinte años de películas de superhéroes, no los efectos especiales. El problema, que es de índole política, es la idea de hacer películas que no tienen como protagonistas a seres humanos. Es como si te dijeran que están haciendo películas para un público que nunca será como esa gente en la pantalla. De allí se deduce algo así como ‘no vale la pena contar una historia de gente como vos. No tenés poder, no tenés valor’. Es entonces cuando hay que empezar a pensar en la guillotina.