“Nunca dejó de haber diálogo ni convocatoria al diálogo. Si alguien hubiera especulado electoralmente, se habría definido el acuerdo antes del inicio de las clases. Lo logramos sin mentir, sin comprometernos a algo que después no podamos cumplir. Ganamos todos los que vivimos en la Provincia: cuando hay diálogo y ese diálogo lleva a buen puerto, y se sostiene a pesar de las diferencias, ganamos todos”. Sin sonrojarse la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal anunció la semana pasada en esos términos la esperada tregua del conflicto docente. A su lado Alejandro Finocchiaro, el director de Escuelas provincial, asentía. En ese acto se concretaba el enroque de ministros y candidatos de Cambiemos: Esteban Bullrich dejaría la cartera educativa nacional para disputar una senaduría y Finocchiaro lo reemplazaría en el Palacio Sarmiento.
Cambiemos decidió incumplir la ley, no convocar a la paritaria nacional docente y durante cuatro meses, con una cobertura de buenos modales, librar una batalla de demonización contra los gremios docentes y, en particular, contra Roberto Baradel, secretario general del Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación (Suteba). Se burlaron de las amenazas que sufrió él y su familia, mostraron en televisión las fotos de los hijos y nietos de Baradel, lo acusaron de haberle realizado una fiesta fastuosa a una de sus hijas, de haber viajado en primera clase a Europa, de no tener título. Todo falso. Eso sí, siempre convocaron al diálogo aunque durante semanas la oferta salarial se mantuvo inalterable. Vidal llegó a agradecer emocionada a los 50 mil voluntarios que se ofrecieron para quebrar la huelga; idea que tuvieron que abandonar porque violaba la legislación. Les dieron un plus a quienes no se plegaron a las medidas de fuerza. Descontaron los salarios caídos. Eso sí, siempre con diálogo. Ante el inminente cierre de listas, el oficialismo no encontró un candidato para sustituir a Bullrich y, en consecuencia, se transformó en urgente la solución del conflicto en el distrito que reúne casi el 40 por ciento de los votantes del país.
“Finocchiaro es un pragmático, se acomoda a lo que le dicen que tiene que hacer. Dialogar dialoga pero eso no quiere decir nada”, sintetiza un hombre de la educación que lleva años en el tire y afloje. Finocchiaro se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires y completó un magíster en Educación en la Universidad de San Andrés y un doctorado en Historia en El Salvador. Sin embargo, su acercamiento al gabinete de Cambiemos llegó de la mano de Mariano Narodowski, el primer ministro de Educación de Mauricio Macri en la Ciudad de Buenos Aires. Por esa época se desempeñaba como decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Matanza y esa casa de estudios fue uno de los atajos que usó el gobierno de la Ciudad para contratar al espía Ciro James. A raíz de ese circuito de relaciones fue vinculado a la causa de las escuchas. Un tema del cual se obsesionaba por desvincularse cuando asumió en la Provincia de Buenos Aires.
Narodowski dirigió su tesis sobre autonomía universitaria, que publicó editorial Prometeo. Asumió como jefe de asesores de su ex profesor en la Ciudad y una discusión frontal terminó con su amistad y su cargo en el marco del escándalo por las escuchas, la causa en la que fueron procesados desde el actual Presidente hasta Narodowski y Jorge “el Fino” Palacios. El sobreseimiento de Macri fue posterior a su asunción en La Rosada. Producto de ese traspié Narodowski, un consagrado pedagogo que provenía de la izquierda y la militancia gremial y había mutado a los grupos de trabajo de la Fundación Sophia donde abrevaban los cuadros del PRO, tuvo que renunciar. Lo sucedió el escritor Abel Posse cuyo oscurantismo lo eyectó del cargo en apenas diez años. Llegó entonces el turno de Esteban Bullrich y con él retornó Finocchiaro a la Ciudad. “Bullrich daba la cara y Finocchiaro negociaba”, comentó un dirigente gremial. Diferentes interlocutores le reconocen que tejió buenas relaciones con los sindicatos y que aún en los peores momentos dejó alguna puerta abierta.
Finocchiaro se define como “un liberal”. Los memoriosos aseguran que formó parte de la Unión para la Apèrtura Universitaria (UPAU), la rama estudiantil de la entonces UCeDé que a finales de los 80 le disputaba la hegemonía a los radicales de Franja Morada en la Universidad de Buenos Aires. Ya como egresado se conchabó en el estudio de Carlos Corach. Por entonces el menemismo consagró un maridaje con los liberales vernáculos. Ahora, en el siglo XXI son los radicales los que componen en mayor proporción la nueva alianza. El pragmatismo le ha permitido esculpir su ubicuidad y se transformará en el segundo ministro de Educación de la gestión de Macri en la Presidencia. Es también embajador extraordinario y plenipotenciario de la República Argentina ante el grupo de Trabajo sobre Cooperación Internacional para la Educación, Rememoración e Investigación del Holocausto (IHRA).
“Es un PRO paladar negro”, comentan quienes acostumbran a seguirlo por las redes sociales y comparten su alegría porque el opositor venezolano Leopoldo López consiguió la prisión domiciliaria, sus condolencias a la familia de Gerónimo “El Momo” Venegas o su beneplácito porque Macri en el Global Citizen Festival de Hamburgo derrochó originalidad con un “Nada más importante para el futuro que la educación”.
Se va de la cartera bonaerense con el intento de cortar las vacaciones de invierno en aquellas escuelas donde la huelga docente interrumpió el dictado de clases, los gremios rechazaron esa resolución. En la Nación lo espera el renovado reclamo por la convocatoria a la paritaria nacional. Una deuda que para los gremios no prescribe. Mientras tanto está abierta la supuesta etapa de consulta para el Plan Maestro, el proyecto de Cambiemos con más de cien objetivos para “revolucionar” la educación. Una grandilocuencia que suena desatinada ante las deudas cotidianas que conviven en las escuelas.