Reconocido en 2021 por la Fundación Victoria Ocampo con el Primer Premio de Poesía “Horacio Armani”, el libro de poemas en prosa La ciudad de amapolas, de Eugenia Cabral (Córdoba, 1954), ahonda en la barbarie de la guerra con un lenguaje en el que se articulan la alegoría, las imágenes proféticas, la denuncia y el eco de otras contiendas: “El magma bélico inundó las orillas de los continentes. Nunca ya las puertas de la cultura se volverían a abrir para los hombres”. Cabral alterna un lenguaje arcaico, casi litúrgico, con voces criollas del siglo XIX y otras de acentos contemporáneos. El jurado estuvo integrado por Santiago Sylvester, Rafael Felipe Oteriño y Ana Zemborain.
La autora escribió los textos de su séptimo poemario entre 2007 y 2011. “Una etapa de mucha politización de mis actos –dice–. Después de la guerra en Irak y el genocidio de la guerra del Coltán, en el Congo, con el equivalente a dos bombas nucleares y cinco millones de muertos, respectivamente. Necesitaba reflexionar sobre ese tipo de hechos históricos, pero alrededor veía a muchas personas como aletargadas, como bajo el efecto de las flores de adormidera”. Un interrogante resuena en el recorrido propuesto por Cabral: “¿Dónde se oculta la vida poderosa que soñamos?”.
En La ciudad de amapolas se recrea un universo con ciudades blancas, misteriosas, rodeadas por barrios de suplicantes, con pinturas murales y bibliotecas con “libros de acontecimientos”, en el que, de pronto, asoma una amenaza: “Corre por los ministerios una espesa emanación de adormideras. Humedad, tú traes la epidemia. Subviertes el trabajo de las lenguas, las haces mascar lo indiviso, lo que trepa por escaleras de auxilio”. En otro plano semántico, esas ciudades del desierto son los cuerpos de las mujeres: “Cuando el hambre se apoderó de las ciudades les tomaron estas fotografías, porque toda virgen es vista cuando es violada”.
El libro, con prólogo de Omar Amadeo Ramos, se divide en secciones, tituladas “Partida”. “Es un sustantivo polisémico como pocos –señala Cabral–. Alude tanto a una despedida, sobre todo por fallecimiento, como a grupos armados civiles o militares, a registros de habitantes, a juego de cartas, a nociones contables y trajines comerciales, a una antigua normativa legal. Abarca un panorama de certezas y perplejidades”. Cada “Partida” es un núcleo de situaciones donde conviven distintas temporalidades y distintos sacrificios consagrados en el altar del “dios de la avaricia”.
“Dante Alighieri construye un monumento espiritual a partir de internarse ‘en una selva oscura’, precedido por Virgilio. Yo ni siquiera sueño con crear un estilo, mi escritura es apenas como ir abriendo links, a veces externos y otras, interiores, mientras voy navegando por mi propia selva oscura”, revela la autora, que actualmente es asesora literaria del Teatro La Comedia, que dirige Paco Giménez.
Además de libros de poesía, Cabral publicó ensayos (es una de pocas especialistas en la obra del poeta español de vanguardia Juan Larrea, que murió en Córdoba en 1980), cuentos y obras de teatro. No obstante, la poesía está en el centro de su proyecto estético. “Aunque escriba en otros géneros, opera en simultáneo como motor centrípeto y centrífugo. Y me gana la partida, siempre”.
También dirigió revistas literarias y coordinó talleres de escritura en instituciones públicas y privadas. “La poesía argentina actual está espléndida, llena de matices, de variaciones estéticas –sostiene–. Hay excelentes autores de toda edad y la juventud lee, escribe y edita poesía, investiga sobre autores, traducciones. Solo faltaría que se la transite más en las aulas escolares, eso creo que sería positivo en muchos aspectos. Les diría a los docentes y estudiantes que lean y relean mucha poesía, que lean la que les gusta y la que no, la antigua y la contemporánea, la formal y la libre, sobre todo en castellano, salvo que puedan leer los textos en idioma original. Esa me parece la mejor forma de nutrirse estéticamente”.
La ciudad de amapolas
Eugenia Cabral
Fundación Victoria Ocampo