Corría 1936, y la periodista francesa Renée Lafont -enviada especial del periódico socialista Le Populaire- cubría un combate en Alcolea, cerca de Córdoba, España, cuando cayó en una emboscada. Tras ser capturada por las tropas fascistas… la fusilaron. No llegó siquiera a escribir un párrafo sobre la Guerra Civil Española. Al año siguiente, la desgracia alcanzó a la fotorreportera alemana Gerda Taro en la línea de fuego: en la batalla de Brunete resultó fatalmente herida durante un frenético repliegue republicano. Taro (que originalmente también fue “Robert Capa”: compartía el seudónimo con su pareja, André Friedmann) tenía tan solo 26 años.
Acaso sus nombres estén entre los más recordados, pero hubo muchas otras periodistas, fotógrafas y escritoras extranjeras que, con gran coraje, poniendo en riesgo sus vidas, viajaron a suelo ibérico para cubrir el horror que dejaba a su paso el avance franquista, que -harto sabido- culminó con el fin de la República y la usurpación del poder por parte del siniestro dictador. “No todas llegaron al mismo tiempo a España, ni conocieron la Guerra Civil de la misma manera, ni siquiera apoyaron al mismo bando. Sin embargo, las historias que escribieron, fotografiaron y radiaron sobre la trágica lucha que asolaba el país tuvieron un importante eco”, se lee en un reciente artículo del rotativo El País, que asimismo subraya que, en esos días, varias de ellas gozaban “de una gran popularidad entre lectores de prensa y oyentes de radio, aunque eso no impidiese que su trabajo quedara -hasta ahora y en buena medida- sepultado”.
Olvidadas ya no más, empero, gracias a un minucioso, exhaustivo trabajo que justamente recupera la notable labor de 183 corresponsales de más de 25 nacionalidades distintas. Mujeres resueltas y lanzadas que son hoy día rescatadas por el periodista e investigador Bernardo Díaz Nosty (Asturias, 1946) en su libro Periodistas extranjeras en la Guerra Civil, que acaba de publicarse en España: una obra colosal, de casi mil páginas, confeccionada durante tres años por un autor que se ha documentado largamente en bibliotecas y hemerotecas de diferentes partes del mundo. Con este volumen, BDN no solo da voz a quienes han sido marginadas por la historiografía tradicional: refuta con contundencia la idea de que solo un puñado de reporteras y fotorreporteras dejaron testimonio del conflicto bélico. De hecho, el propio escritor sugiere que probablemente haya habido aún más que las que ha podido rastrear, cuyos aportes deja asentados en un libro que, además de incluir sus semblanzas, presenta fragmentos de sus crónicas, cientos y cientos de imágenes.
A diferencia de sus homólogos masculinos, más centrados en la maquinaria de guerra y las estrategias militares, destaca Díaz Nosty que estas periodistas prestaron especial atención al efecto devastador de la barbarie bélica en la población, atendiendo a las atrocidades que acaecían en la retaguardia. Más pegadas al sufrimiento de los más vulnerables que a los avances en el frente de batalla, aportaron una perspectiva afectiva y empática, a través de crónicas que describen qué sucede en hogares, hospitales, morgues, mercadillos… “Se trata de un relato de una naturaleza pacifista y contraria a la guerra, también de sorpresa por la dimensión del drama que estaba viviendo la sociedad española”, señala el investigador.
Para ejemplo, la inglesa Ellen Wilkinson (que más tarde sería ministra de Educación en UK) que, en una de sus notas, se detuvo en un colegio de Madrid, a pocos kilómetros de las trincheras, donde “todos son hijos de la clase trabajadora, listos como rayos, pero muy flacos”. “Cayeron las bombas sobre la escuela, destrozándolo todo, haciendo volar en pedazos a profesores y a niños. Así es como los fascistas llevan la civilización a un país”, las rotundas palabras de esta británica. Una de las 40 británicas que registra el asturiano en su libro, además de estadounidenses, francesas, alemanas, suecas, australianas, italianas, rusas, cubanas, etcétera.
Vale decir que, por lo general, se trataba de mujeres que “habían cursado estudios superiores y estaban vinculadas a movimientos culturales e intelectuales”. La vasta mayoría cubría desde zonas republicanas, tantísimo “más permeables a la actividad periodística que las de los sublevados”, ofrece Díaz Nosty. Aunque la principal razón fuera otra: afinidad ideológica, dado que -salvo raras excepciones- eran antifascistas y progresistas que comulgaban con la causa republicana. De las 183 periodistas, de hecho, solo 13 cubrieron exclusivamente desde zona franquista, y un grupo aún más pequeño se movió entre ambos frentes.
La
francesa Clara Candiani, por caso, que se identificaba como católica de
izquierdas: aunque criticó en sus artículos para La République la
quema de conventos, acabó siendo muy dura con “el Estado cristiano que dice ser
la España rebelde”, que “falsea con trágico cinismo criminal la realidad de la
España republicana, y los que han sido fieles a la legalidad son presentados,
sin excepción, como unos monstruos de sádicos instintos”. La sueca Anna
Elgström, otro ejemplo, fue una de las pocas que entrevistó a Carmen Polo, esposa
de Franco, circunstancia que le permitió verlo de cerca, y anotar que “tenía
una pobre estampa militar, porque es bastante pequeño, con una barriga
pronunciada y las piernas cortas”. Menuda gracia le habrá hecho al tirano.