“Como artista corrí riesgos y asumí desafíos”, decía Gal Costa en una entrevista a Página/12 en 2017, en ocasión de la que fue su última visita a Buenos Aires. En esa frase, con la que entonces explicaba su magnetismo sobre los más jóvenes, hoy bien se podría resumir el credo estético de una cantante extraordinaria, que efectivamente corrió el riesgo de ceñir con su voz los serpenteos del tiempo que le tocó vivir; y también asumió el desafío de cantar hasta el final. Gal Costa murió este miércoles, a la mañana temprano. La información fue dada por su oficina de prensa. Tenía 77 años, estaba en plena actividad y se desconocen las causas del deceso. Había hecho una pausa en la gira As várias pontas de uma estrela, con la que estaba recorriendo Brasil, para operarse un nódulo en su fosa nasal derecha. Estaba a punto de volver a los escenarios, pero el último fin de semana suspendió su presentación en el Primavera Sound de Sao Paulo. Tenía programadas actuaciones para diciembre, además de una gira europea para el año que viene.
Popular en el sentido amplio de la palabra, con Gal Costa, ni falta hace decirlo, se va un símbolo de Brasil. Apenas la noticia comenzó a circular por las redes sociales, las condolencias se multiplicaron. Dilma Rousseff fue una de las primeras en expresarse. La expresidenta brasilera dijo que la muerte de Gal Costa era “shock para todos”. “Perdimos hoy a uno de las más grandes cantantes de nuestra historia”, escribió en su cuenta de Twitter. También Lula se manifestó enseguida. “Gal Costa fue una de las más grandes cantantes del mundo, una de nuestras principales artistas, que llevó el nombre y los sonidos de Brasil a todo el planeta. Su talento, técnica y audacia enriquecieron y renovaron nuestra cultura, formaron y marcaron la vida de millones de brasileños”, señaló el presidente electo y acompañó el posteo con una foto en la que abraza a la cantante que le expresó su apoyo en la última campaña presidencial.
También desde el universo artístico hubo muestras de afecto en la despedida. “Hoy vengo a hablar del dolor de perder a Gal. Brasil, al que siempre encantó con su voz única y magistral, hoy la llora como yo”, lamentó María Bethania, mientras Gilberto Gil se mostró “Muy triste e impactado por la muerte de mi hermana gaúcha”. Fue justamente Gil, cuya obra Gal Costa conoció, contaba ella, cuando trabajaba en una tienda de discos de su ciudad natal, uno de los nombres que marcaron sus comienzos. Todavía se presentaba como María da Graça cuando en 1965 lanzó “Eu vim da Bahia”, un samba de Gil. Ese mismo año ya como Gal Costa cantó “Sol negro” junto a María Bethania en el disco debut de la otra gran bahiana. Ese tema era de Caetano Veloso, a quien Gal conoció a principios de los ’60, con quien mantuvo un largo y fecundo vínculo personal y artístico que dio su primer fruto discográfico con Domingo, un disco compartido de 1967.
Más tarde, en 1976, Gilberto, María, Caetano y Gal hicieron el espectáculo Doces bárbaros, uno de los hitos de la música brasileña de todos los tiempos. De ahí salió un disco doble con el mismo nombre, que fue al mismo tiempo afirmación y de alguna manera despedida de la experiencia del Tropicalismo, el movimiento que tuvo un potente manifiesto discográfico en Tropicalia ou panis et circensis, un trabajo lanzado en 1968, donde están además Tom Ze, Os mutantes y Nara Leao. En ese disco, Rogério Duprat, que venía de Europa de estudiar con Karlheinz Stockhausen y Pierre Boulez, trabajó en los arreglos y Torquato Neto, poeta y agente de la contracultura, participó como letrista.
Con Gilberto y Caetano, Gal había debutado como cantante en 1964, en Salvador de Bahía, en el espectáculo Nos, por caso, con el que se inauguró el teatro Vila Velha. Ahí estaba también Tom Ze, el gran olvidado del Tropicalismo. Con el mismo grupo viajó al año siguiente a Sao Paulo para presentar los espectáculo Arena canta Bahía y Em tempo de guerra, con puesta en escena de Agusto Boal, director teatral y teórico del “Teatro del oprimido”.
Eran años de dictadura en Brasil, vigilancia y exilios limitaban los caminos posibles para esa modernidad juvenil e insurrecta que ante el acecho del control instintivamente emezaba a domesticarse en el rótulo de MPB (Música Popular Brasilera). En 1971 Gal hizo uno de los espectáculos que mayor repercusión alcanzó en esa época y quedará como otro hito en la MPB. Fa-Tal se llamó el show que dirigió Waly Salomao y que con ese nombre, más el agregado “Gal a todo vapor” se hizo disco y de ahí memoria.
La bendición popular, masiva y definitiva, le llegó a partir de “Modinha para Gabriela”, el tema de Dorival Caymmi que cada noche escuchaban millones de brasileros cuando comenzaba la telenovela de la red Globo, protagonizada por Sonia Braga e inspirada en Gabriela cravo e canela, la novela de Jorge Amado. Sobre estas bases, Maria da Graça Costa Penna Burgos, nacida el 26 de septiembre de 1945 en Salvador de Bahía, se había convertido en Gal Costa, la que fines de los ’70 ya era una estrella internacional.
La voz afectuosa y clara, la melena oscura e insinuante y la tierna firmeza del gesto de quien supo de tristezas sin concederse a melancolías, distinguieron a esa figura que llegando a los ’80 estaba perfilada definitivamente en la ancha avenida de la MPB. En 1978 Gal reunió algunos de sus éxitos en Agua Viva, un disco con arreglos de Wagner Tirso, donde entre otros están “Folhetin”, de Chico Buarque, “Paula y Bebeto”, de Milton Nascimento y “O ben do mar” de Caymmi.
Si bien Gal cantó de todo y de muchas formas, más acá y más allá de las músicas del sistema discográfico, siempre llevó la marca de la adolescente que escuchó por radio, casi de casualidad, “Chega da saudade” en la voz de Joao Gilberto. Era 1959 y eso estaba en el primer long play de la Bossa Nova. “En esa manera de tocar y cantar escuché algo que me marcaría para siempre –comenta–. Fue la primera lección de tantas que a lo largo de mi vida aprendería de Joao Gilberto. Él fue quien cambió todo”, supo decir a este diario. Otra gran influencia declarada fue Lupicinio Rodrigues, compositor e intérprete de distintas formas de la tristeza desde el samba-canción, a quien en 2014 dedicó un disco.
Hermano Caetano
Musa de numerosos compositores, Gal mantuvo una relación especial con otro bahiano, Caetano Veloso. La figura de Gal quedó como símbolo de la resistencia artística en Brasil cuando Caetano y Gilberto Gil se vieron obligados a exiliarse en Londres y uno de los temas emblemáticos de esta hermandad artística es “Da maior importancia”, que grabó en India (1973), el año del regreso de Caetano del exilio, disco producido por Gilberto Gil, que además toca la guitarra en este tema. Este álbum tuvo su portada censurada, porque mostraba la tanga roja y los pechos de Gal. La solución que encontró el sello fue envolver el álbum en plástico azul, lo que aumentó aún más la curiosidad del público y, claro, terminó multiplicando sus ventas.
En los ‘90 la artista global reelaboró su patrimonio de distintas maneras. Grabó O sorriso do gato de Alice, un disco producido en Estados Unidos por Arto Linsday con los autores de siempre, entre Caetano, Gilberto y Djavan, y una década después entraba en el Hall de la fama del Carnegie Hall. Recanto, un disco de 2012, señala un decidido rejuvenecimiento sonoro junto a jóvenes como Moreno Veloso, Kassin y Pedro Sá. Ese sentido se extiende hasta Estratosférica (2016), grabado de un show en vivo en el que recupera temas de Caetano, Jards Macalé y Roberto Carlos, Tom Ze y los conjuga con la energía de un sonido eléctrico y desprejuiciado. En los últimos tiempos Gal prolongó esa actitud de reunirse con colegas jóvenes en busca de frecuras. Así fue como grabó “Cuidando de Longe”, con Marília Mendonça e hizo un disco Nenhuma Dor, en el que interpretó grandes éxitos de su vida, al lado de temas de Tim Bernardes, Seu Jorge y Jorge Drexler.
Su última visita a Buenos Aires, ciudad de la que decía extrañar el asado, el público caluroso, las librerías y la voz inolvidable de Mercedes Sosa, fue en mayo de 2017, en el Teatro Gran Rex, la sala que fue el epicentro de una relación que comenzó en los ’70 y desde entonces, arriba y abajo del escenario, nunca dejó de crecer.