Vendrá el tiempo en el que la edad de las personas se medirá por la cantidad de mundiales que gozó y/o agonizó. Ni Dios se salva de los mundiales. Mientras amasaba mi libro De fútbol somos (Sudamericana 2001) se me ocurrió preguntarme sobre el precio que debía pagar Dios para ir con D mayúscula. Lo que escribo ahora responde a aquella pregunta.
Sucede en noviembre del año 2022 después del siempre incomprendido Cristo. El calor y la calor, así en la tierra como en el cielo. Allá, arriba, don Dios está enculado con el cambio climático. Se asoma por el enoooorme balcón. Allá, abajo, advierte una adrenalina inquietante. Con un campanazo reclama la presencia de su Ángel Jefe de Gabinete. Quiere saber qué diablos (perdón por la palabra) pasa en la jodida tierra. El Ángel tarda. Don Dios entra en soliloquio: ¿Este batifondo preanuncia otro genocidio preventivo? Muy agitado aparece el Ángel Jefe de Gabinete; el Supremo le pregunta:
--¿Dónde diablos estabas?
--Y... tratando de conseguir credencial.
--Pero ¡¿qué caraxus está pasando allá abajo?!
--Otro Mundial de fútbol.
--¿Otra vez tendré que soportar esos alaridos que me fracasarán la siesta?
--Así es: ¡estallarán los goooles!! Don Dios, hágame caso: póngase el cinturón de seguridad.
Esta escena podría ser verificada hasta por un ateo de la primera hora. Con el Mundial el planeta se volverá plano, será succionado por una enorme ventosa, viviremos entre paréntesis. Si estallase la ¿cuarta? guerra mundial sería apenas una noticia de morondanga.
No hay caso con los mundiales. La pregunta cae por madura: ¿Cómo hacer para vivir el Mundial sin morir en el intento? Pasará lo de siempre: el fútbol nos sacará la careta. Nos espejará como ningún espejo. Consejo 1: no nos enojemos con el espejo: él espejo descaretará nuestras conductas, debilidades y mañas. Mostrará los modos de nuestras violencias y el racismo subcutáneo; el funesto amor propio sustituirá al amor por lo propio, desatará nuestro acérrimo nacionalismo, como hongos brotarán las supersticiones y se licuarán con las religiones. Haremos gestiones en todos los altares para conseguir prebendas del Más Allá.
Consejo 2: a la hora de los pechazos religiosos --reconozcámoslo--estaremos apelando a un doping celestial extradeportivo. Así no vale. La fiebre del Mundial mostrará cómo los medios de (des)comunicación, incentivan el triunfalismo y el derrotismo. La euforia como depresión al revés. Flor de momento --consejo 3-- para revisar nuestra obscena euforia por “recuperar las Malvinas” y la avergonzada depresión por (re)perderlas.
Consejo 4: agradezcamos el espejo; no lo rompamos. Puede ser una herramienta para autoconocernos. El espejo no tiene culpa de lo que muestra y demuestra. Que tomen nota los intelectualudos.
Consejo 5: intelectuales tomados por el odio y el asco, una preguntita: si el fútbol fuese erradicado de cuajo, la condición humana, ¿estaría hoy un escalón más arriba?
Desde siempre invocamos a un tal Jesús o a un tal Marx. Enarbolamos un mundo igualitario. Consejo 6: veamos cómo nada iguala tanto como el fútbol. Salvo la muerte. Pero con la muerte, ¿qué gracia tiene si no nos damos cuenta? Otra vez nos sucederá: gol mediante, compartirán el mismo relámpago de felicidad o de infelicidad, el magnate y el menesteroso. En el mismo instante, hombres y mujeres, explotadores y oprimidos, semiólogos y cartoneros, participarán del gol orgasmo. Todos a la vez. Siempre sostenidos por ese alarido en sinfonía.
¿Y las mujeres? Consejo 7: atención, hay novedades. Ellas, tan marginadas siempre, ¿qué mirarán mientras ven los partidos? Si no entienden el juego, secretamente paladearán esos cuerpos varones. El fútbol fue un amante impune incorporado desde siempre a la sagrada familia. Esto, con la televisión consentida como amante con cama adentro. Pero, ojo al piojo: las mujeres pasaron de tener una relación de resignado acatamiento a tener una relación gozosa. Ya no se sacrifican: cuando miran fútbol deletrean cuerpos.
Consejo 8: filosofemos, si algo tiene de fascinante la Vida es que no sabemos qué nos va a deparar el próximo minuto. Con el fútbol igual: es un azar barajado por los diablos y las diablas. Decimos que el fútbol se parece a la Vida. Dan ganas de afirmar que en realidad la Vida se parece al fútbol.
El Consejo 9 es moral: aprendamos que, desnudante como es, el fútbol es el suceso existencial en el que tenemos menos posibilidades de ser hipócritas.
Ojo al piojo también con los himnos, porque, consejo 10: los himnos patrios no son canciones guerreras. Y no olvidemos: toda guerra es una mierda. Salvo para los prósperos fabricantes de armas.
Sigamos. Consejo 11: no confundamos a Emiliano Dibu Martínez con el sargento Cabral. Y, consejo 12: por favor no creamos que el enorme pequeño Messi es el Mesías. Ni el bisnieto del Mesías. No lo carguemos a Messi con la mochila de nuestras frustraciones o de nuestra heredada creencia de que somos “los mejores del mundo”. Dios no tiene ninguna obligación para decirse argentino, ni por parte de padre ni por parte de madre.
Ya que los partidos se televisan en las escuelas y colegios, consejo 13: docentes y niñes y adolescentes, aprendamos que un penal atajado o errado no convierte en semidiós o en canalla a un humano. Aprendamos que el triunfalismo y el derrotismo son las dos caras de la misma perversa moneda.
Consejo final: recordamos que, si perdemos, lo más campante la Vida continúa. ¿Y si ganamos? También, la Vida continúa.
A todo esto, allá arriba, ¿qué está pasando? Recordemos: Don Dios ha llamado a su Ángel Jefe de Gabinete.
--Me dijiste que estabas buscando una credencial. ¿Qué, vuelven los Beatles?
--No. Credencial para el Mundial. A propósito, mi Dios, necesito tomarme mis francos atrasados.
--Nada de francos. Te rascas las alas todo el tiempo.
--¿Y un adelanto de vacaciones podría ser?
--El que se fue a Sevilla...
--A Qatar.
--Aunque no rime, el que se vaya a Qatar perderá su nube.
--Ay, cómo tiemblo... Perdón, don Dios, debo decirle: los que pretenden mi nube también bajarán a ver el Mundial.
--Bue, entonces, ¿por qué no cerramos el Cielo y nos vamos todos?
--Todos no. Usted no puede.
--¿Qué yo, justamente Yo, no puedo?
--No puede... El precio de ser Dios, y con mayúscula, se paga carísimo: un Dios que se precie no puede desfondarse en el alarido del goooool.
--Diosmío --concluye Dios--. Los sacrificios que debo hacer para seguir siendo Dios... En fin, me quedo sin el goce supremo del alarido del gol. Nada menos... Ay, padre, padre, ¿por qué me has abandonado?
Una voz que viene de muy lejos, le responde al desconsolado Dios:
--Hijo, hijo, no digas eso, no te he abandonado, estoy en Qatar.