¿Qué es aquello que comparten las iniciativas en favor de derechos para caballos y mascotas con la cruzada moral contra el matrimonio igualitario que apelaba al casamiento con perros o los tornillos que desencajan con tornillos del cardenal Alberto Suárez o los pollos con hormonas femeninas de Evo Morales?¿cuál es esa zona común que comparten ambientalistas defensores de una sensibilidad animal que defenestran a carreros con aquellos activistas lgtbi preocupados por la inclusión de su comunidad en los circuitos del consumo rosa y el sector empresarial? Ese gradiente de amplio espectro que va desde los activismos animalistas en contra de la tracción a sangre, las iniciativas por bicisendas hasta los activismos gays y lesbianos más liberales y asimilacionistas se sostiene bajo un mismo paraguas: no se trata de un mismo espíritu ecofriendly sino de la lógica neoliberal como forma de construcción de lo humano.
El ser del humano se predica a partir del consumo o el consumo como forma de lo humano, el ser propietario, la forma individualista como voluntad moral y autosuficiencia. Esa subjetivación liberal es la misma que subyace en gran parte de la buena conciencia ecológica que rechaza el maltrato y la matanza animal pero que traslada muy fácilmente su ética al consumo personal de ciertos alimentos y productos. Así como la conciencia ciudadana, multiplicada exponencialmente en miles de voluntades, podrían salvar -metonímicamente- al mundo de su ecocidio inmanente. Discursos ecochetos que evocan las más variadas fantasías higiénicas o de un imaginario de limpieza de raza donde el animal así como gays y lesbianas se proyectan como imágenes diáfanas de una vida pulcra, limpia y blanca. Sumado a esto debemos apuntar los emprendimientos autosustentables: la ecoaldea “Velatropa” o la comarca biodinámica “La matilde” en Córdoba.
Como detalla la antropóloga María Carman (entrevistada en este número), la visión humanizadora y empática hacia animales es compatible con una mirada biologizante y estigmatizadora de los sectores relegados y aquí la lista se hace extensiva: así como cartoneros lo mismo vale para refugiados e inmigrantes, trabajadoras sexuales y maricas para el establishment lgtbiq, como representa Alice Weidel en Alemania o Peter Robledo funcionario pro. Lo que sucede es que en nombre de una cierta jerarquía de lo humano se termina estigmatizando las desigualdades de sectores populares y subalternos. Y aquí podemos notar un modus operandi: toda valoración del humano es inteligible en virtud de una supuesta existencia de la subhumanidad o de un doble estándar de humanidad (total nadie muere de contradicciones). Sin embargo, el gran teatro de lo humano supone también una operación ulterior de exclusión, donde la vida animal -y sus atributos, el salvaje, el bárbaro- se configura como revés sistemático o como otro radical que es arrojado por fuera de la especie.
Sumemos otras preguntas ¿de qué modo funciona la lógica neoliberal en la construcción de fronteras entre lo humano y lo animal? Pero apuntemos hacia otra dirección ¿qué sucede cuando trans, gays y lesbianas son imaginados como ensamblajes imposibles de tornillos, perros, mujeres panteras como en El beso de la mujer araña de Puig, a mulher trigresa de Caetano o las manadas de lobas salvajes?
Sobre la raza y la sexualidad es donde se produce y se vuelve a trazar la diferencia entre humanos y menos que humanos. Sexualidad, raza y animales, triunvirato maldito de una imaginación nacional que aún en tiempos neoliberales (donde la forma Estado se cae a pedazos), se legitima como espíritu civilizatorio y justifica sus violencias como lección pedagógica por negra y por trava, por puta y por pobre.
No obstante, una pregunta se mantiene ¿que otro imaginario se conjuga cuando las fronteras de lo humano se vuelven inestables, cuando el animal ya no es el otro degradado sino aquello que demarca los confines de lo social, cuando el animal asedia un orden político epistemológico o cuando la vida salvaje pone en guerra la vida de la especie como Susy Shock profetiza No queremos ser más esta humanidad? ¿Se trata acaso de ampliar el orden de lo humano para recuperar una dignidad perdida o también es posible perder la forma humana? ¿No es esta zona opaca donde trans, intersexs, gays, diverso funcionales y tullidos, parias sexuales y raros tienen lugar bajo el signo de figuras irreconocibles? Algo pasa por la disidencia sexual y los feminismos más especulativos que hacen cortocircuito en la reproducción de la vida humana.
En esa intersección entre animales y sexualidades disidentes, en ese cruce entre debates críticos y activismos, lo que resuena es un campo de creatividad política en donde el cuerpo, el ecosistema y el animal abandonan el orden de la atávica naturaleza para proyectar imaginarios de lo político. Son estos cuerpos ilegibles, animales y mutantes, hormonados e intervenidos, los que disputan la pertenencia a la especie humana.
Si la reconocibilidad de la especie pasa por la cisnorma, es decir, por tener un sexo y un género identificable, entonces como Susy reivindico mi derecho a ser un monstruo. Y en igual medida, si una vida humana es legible en cuanto capacidad biologicista de reproducción y futuridad, entonces la animalia cuir trata de cuerpos estériles e improductivos, de filiaciones mezcladas y parientes no sanguíneos. Animalia sudaca que como epistemología crítica de los cuerpos habilita a pensar nuevos modos de relacionalidad, formas de organización colectiva, sujetos políticos de la disidencia y de los feminismos: manadas, mostras, aquelarres, jaurías, madrigueras o como Maite Amaya, animales plaga a ser erradicados bandadas de palomas negras. Así arengaba la activista transfeminista Indianara Siqueira: “Jamás entenderé a los humanos. Nunca voy entender al humano. Ustedes matan a las personas que aman a otras personas solo porque estas no siguen la heterosexualidad obligatoria, personas que la infligieron al nacer. Por culpa de un capitalismo que no voy a llamar salvaje, porque esto sería volverlo hermoso, sino un capitalismo humano desenfrenado en el que una minoría vive bien mientras una gran mayoría muere de hambre. Sus ancestros robaron tierras, destruyeron culturas, invadieron territorios, diezmaron a pueblos, violaron y a través de las religiones provocaron odio y guerras, esclavizaron, oprimieron. Ustedes asesinan animales para comer y no ven el dolor y sufrimiento que causan. Cuando veo la miseria que ustedes provocan y al mismo tiempo cuan miserables, egoístas y odioso es el ser humano, les agradezco por haberme destituido de mi humanidad”.
Como dice la tecnobruja Haraway: inventemos y ensayemos parentescos, no bebés. Hagamos florecer ensamblajes, refugios, nuevos compuestos con otros nohumanos, espacios de hábitat, nuevas relaciones de parentescos, redes sensibles que sean instancia de otras temporalidades, de otras políticas de resistencia neoliberal y otros sentidos potenciales de lo común.l
* Martín De Mauro Rucovsky es autor de Cuerpos en escena. Materialidad y cuerpo sexuado en Judith Butler y Paul B. Preciado (Egales, 2016)