Qué harto me tienen los análisis que se basan en la única idea de que el enemigo es malo, malo, malo. ¡Ya lo sabemos! El enemigo es malo desde siempre. Y te mata si puede. Cuando pudo, mató. Acá, allá y en el resto del mundo.
¿Qué esperan con esa mirada unidireccional? ¿Que el enemigo reflexione y se vuelva bueno? Porque pareciera que apeláramos a su humanidad, escondida detrás de sus caras de odio. Que el enemigo es malo, que el neoliberalismo es malo, que la derecha es mala. Ufff… qué sonsonete más obvio.
Por supuesto que el enemigo es malo. Y además tiene un poder que nosotros no pudimos construir y fue más inteligente. Porque este enemigo, al que definimos como grosero, racista y fóbico a todo lo que huela a cambio, puede ser también inteligente, tiene paciencia y medios para esperar el momento adecuado (que parece ser éste).
Incapaces de reconocer que el “hombre nuevo” que proponían las revoluciones ya prescribió, nos hemos quedado pedaleando en el vacío. Y más doloroso sería tener que reconocer que el hombre nuevo llegó, y es un hombre horrible, representado en pibes haciendo el saludo nazi en Brasil, acá nomás, a la vuelta de la esquina.
Esa imagen es una catástrofe de derivaciones inimaginables para el mundo. La aceptación libre y desembozada de ese odio es un nuevo punto de partida para la historia. No exagero ni un milímetro. Piensen que hace diez años esto apenas existía, y hoy es moneda corriente en el mundo y actúa como un reguero de pólvora.
Nosotros, en tanto, damos batallas culturales donde hay que disputar poder. Y no me estoy refiriendo al país. Acá, si se quiere, no es tan grave. Mientras, el enemigo se está comiendo el mundo y nosotros apenas logramos interponer barreras cada vez más débiles y más condicionadas. Vean Brasil. Ganamos, sí. Pero la mitad del país se definió facha y reaccionaria, sin vueltas. Con orgullo de serlo.
Sabemos que el enemigo es malo porque la maldad es parte inherente de la humanidad. Y punto. Debemos combatirla aunque siempre deberemos convivir con ella. Y listo. Pero basta de hablar como si el enemigo pudiera volverse más bueno. Lo mejor que nos puede pasar es que sigan siendo horribles. Nos conviene un enemigo asqueroso a lo Bolsonaro, repulsivo a lo Le Pen, patético a lo Piñera.
Digo esto y ahora me contradigo, porque lo curioso es que más repulsivos, más asquerosos y más patéticos son, más votos juntan (o consolidan poder, porque perder elecciones no significa que pierdan poder). Los más débiles ideológicamente terminan por fascinarse con los enérgicos y los gritones. Buscan lo que no tienen. Son pobres, votan a un Berlusconi. Son opacos, votan a pavos reales como Bolsonaro o Trump.
Y nosotros, el progresismo (o como prefiera llamarlo), seguimos hablando de amor y paz y esas monsergas más de iglesia que de acción política. Nadie parece hacerse cargo de los errores, nadie parece darse cuenta. Vean el desconcierto de los progresismos europeos. Ya no saben ni cómo hablarles a sus ciudadanos.
Entonces, es más fácil seguir repitiendo una y otra vez que el enemigo es malo, que el neoliberalismo, bla, bla, bla. Porque aceptar que el enemigo no va a cambiar nos llevaría a la única solución posible: que los que debemos cambiar somos nosotros. Es eso o deslizarse por el tobogán de la intolerancia absoluta.
Esto lleva a una conclusión impresionante. Mientras nosotros nos regodeamos con las conquistas sociales de los últimos años, el mundo (me refiero a, mínimamente, la mitad del mundo) insiste en ir hacia el lado exactamente contrario. Hacia un rincón donde se niegan todas las conquistas. ¿Nadie ve esto o yo estoy equivocado?
La historia se está reseteando frente a nuestros ojos mientras nosotros seguimos cantando “a desalambrar” o “el pueblo unido…”. ¿A qué pueblo nos referimos cuando decimos esto? ¿La gente que eligió el fascismo en Brasil o en Italia no es pueblo, acaso? ¿Cómo le hablamos a esa gente? ¿Qué les ofrecemos? Y aún más importante: ¿de qué quieren que les hablemos? ¿Qué quieren escuchar de las bocas de nuestros dirigentes?
Hay que preguntarse por qué alguien que antes votó al progresismo hoy vota al fascismo. Por qué alguien que votó al peronismo hoy vota a Milei. Por qué alguien que era de PSOE hoy vota a VOX. En las respuestas a esas preguntas está el centro del asunto y quizá el principio de las soluciones.
El asunto se ha vuelto tan complejo que cuesta entenderlo y mucho más analizarlo. Lo peor es que decirle a la gente que el enemigo es malo a veces da resultados contrarios a los deseados. Que el oyente termine aliándose a ese enemigo, sea por negación, sea por capricho. O quizá es porque nuestra indefensión, nuestro desconcierto, no es atractivo.