La Costa Atlántica fue escenario de infinidad de películas, novelas y obras de teatro argentinas que imaginan el viaje al mar como una forma de escapar de la gran ciudad, empezar una vida nueva, despedir a alguien o algo de la vida anterior que murió, barajar y dar de nuevo. En las artes escénicas, sin mucho esfuerzo ni trabajo de archivo, podrían mencionarse Algo de ruido hace, de Romina Paula; El placer, de Jorge Eiro o Para partir, de Ignacio Sánchez Mestre, pero hay muchísimos más ejemplos. Menos frecuente es encontrar obras en las que los personajes sean oriundos del pueblo costero que oficia de paisaje en la ficción, que estén moldeados por el viento marítimo, para los que el hiperactivo océano atlántico, la arena y los espigones no sean solamente un terreno transitorio que funciona como escape sino el único ambiente posible para imaginar una biografía. Dentro de estas últimas se inscribe Los días de la fragilidad, el cautivante texto de Andrés Gallina que Fabián Díaz decidió llevar a escena hace más de cuatro años y que, como las olas, a veces se retira pero siempre está volviendo.
El autor de Los días… nació y se crió en Miramar, y en el nombre de su ciudad de origen parece inscribirse una de sus mayores obsesiones: el joven Andrés siempre encontró en la playa un paisaje que le interesaba describir y que buscó desplegar en casi todos sus textos, que componen un catálogo de creaciones que va del teatro a la poesía, pasando por libros de no ficción como la Guía maravillosa de la Costa Atlántica, coescrita con Matías Moscardi, que en diciembre publicará Random House. No hace falta ahondar demasiado en su historia para entender la insistencia por esa geografía específica y tanta concentración puesta en descubrir nuevas maneras de capturarla. Hasta el día de hoy, sus papás regentean un balneario que pertenecía originalmente a su abuela. Su hermano, a su vez, es guardavidas. Muchos de sus amigos de la infancia surfean desde que él tiene memoria. “Y con surfear quiero decir: se meten al mar en pleno invierno, apenas sale el sol, van en bicicleta a la costa todas las tardes, para chequear cómo está el viento y, en consecuencia, cómo va a estar el agua al día siguiente. Su ciclo vital está atravesado por el mar”, explica. La conexión entre Andrés y el Atlántico, en cambio, siempre fue un poco menos vivencial: desde la escollera, empezó a pensar cómo convertir ese escenario que le resultaba tan vital en un imaginario poético. “Mi preocupación siempre tuvo más que ver con cómo hablar sobre el mar, cómo hacer para que entrara en los textos porque, como escribió Fabián Casas, ‘ya se han dicho muchas cosas sobre ese montón de agua’. Pero nunca se me ocurre otra cosa: si pienso en una escena, en personajes, en una ficción, casi siempre aparece un espacio abierto, la arena. El mar es la única imagen neurálgica sobre la que vuelvo siempre, la imagen por defecto”.
Los días de la fragilidad no es la excepción a esa regla escrita a fuerza de usanzas: la historia sucede en Miramar, en invierno, lejos del tumulto de la temporada, en el momento del año en que solamente los pobladores de siempre y algún turista valiente se disponen a habitar la ciudad. Y cuenta una historia de amor atípica: la de la Goleadora del Club Atlético Once Unidos (Manuela Méndez) con el Mudo poeta (Iván Moschner), un personaje entrañable que escribe las canciones para el cuadro de sus amores. En una cancha de fútbol, el Mudo y la Goleadora se desean, se encuentran, deben distanciarse y hacen lo posible, o quizá un poco más, por volver a encontrarse. Desde las butacas –que, dispuestas en forma de cuadrilátero sobre la cancha de fútbol 5 del Club Cultural Quetren, rodean el espacio escénico– los espectadores, al final de cada función, se emocionan como si fuera la primera vez que escuchan una historia de amor. Es un ritual que se repite cada domingo al mediodía, en un horario y en un espacio atípicos para el teatro: el público llora un montón. Podríamos decir: a mares.
Y, si bien la pelota es uno de los motivos centrales de la obra –que no solamente se disfruta en escena sino que se deja leer de un tirón como un larguísimo poema–, no hay una sola característica de Los días de la fragilidad que permita ponerla en relación con ciertos clásicos de la literatura futbolera argentina. “Los cuentos sobre fútbol suelen caer en algunas zonas del costumbrismo que, por lo general, no me interesan. Mucho más me interesaba dialogar con cierta zona de la poesía costera: los poemas de Matías, los de Luciana Caamaño o de Gastón Franchini, o la poesía de los noventa. Ahí sí veo referencias más directas para mí”.
Ahora, que vuelve a pensar en esta obra a propósito de esta nota, Andrés se da cuenta de que Los días de la fragilidad, escrita en 2016, es el último texto que creó en estricta soledad. De un tiempo a esta parte, toda su producción estuvo volcada a hacer con otros: desde el Diccionario de separación (Eterna Cadencia), esa pequeña enciclopedia que escribió junto a Moscardi para ponerle definiciones y humor a los desengaños amorosos, hasta la guía costera que publicará con el mismo coequiper, pasando por La noche crece, la obra que firma junto a Fabián Díaz y acaba de estrenar la compañía Teatro Casero en Lago Puelo con dirección de Guillermo Cacace, sus trabajos recientes parecen ser una excusa para hacer junto a la gente con la que le gusta estar en diálogo constante. “Encuentro en la escritura cierta posibilidad de estar con otros, de trabajar con los amigos que están lejos, de nutrirme del impulso de los demás. Un poco como en el aikido, donde usás la fuerza del otro para pegar, me gusta pensar la escritura como un campo relacional. No me interesa hacer casi nada solo”.
Esa pulsión por formar equipo se cuela también en todos los demás campos de acción que habita Andrés: la docencia universitaria, los talleres de dramaturgia que dicta junto a Santiago Loza, la edición, la curaduría y la gestión de proyectos. Lejos de pensarlas como un terreno separado de su obra, en todas estas áreas Andrés encuentra una posibilidad de seguir desplegando su trabajo creativo.
Por estos días, su entusiasmo por tender puentes con y para otros cobró la forma de dos proyectos concretos, entre la literatura y las artes escénicas. Por un lado está el Diccionario Utópico de Teatros, la primera materialización de la Compañía U, que Andrés creó junto a la escenógrafa y vestuarista Oria Puppo y el director Alejandro Tantanian, con quienes ya había trabajado en el Teatro Nacional Cervantes. La idea del Diccionario nació y creció durante los meses de teatros cerrados consecuencia del aislamiento, en los que nadie sabía muy bien si las artes escénicas iban a seguir existiendo tal como las habíamos conocido. “La pandemia trajo muchas incertidumbres para los artistas de teatro, nos hizo entrar en un estado muy crepuscular. Y, frente a ese anuncio del fin, se nos ocurrió que podía ser valioso echar mano a un falso diccionario, una suerte de herramienta que trajese definiciones frente a la indefinición total”. De esta forma, la Compañía convocó a algunos de los artistas, dramaturgos y académicos más relevantes de la escena escénica porteña –desde Rafael Spregelburd a Susana Tambutti, pasando por Nacho Bartolone, Maricel Álvarez y Emilio García Wehbi– y los invitó a escribir una pequeña tesis sobre diferentes corrientes del teatro, reales o inventadas, desde Teatro Antiguo hasta Teatro Zombie. El diccionario era una invitación a historizar pero sobre todo a inventar futuras teatralidades subversivas, revulsivas y no acontecidas. El resultado de ese trabajo, que fue filmado, puede verse en una serie de videos y pronto será también un libro editado por DocumentA/Escénicas.
Por otro, Andrés acaba de lanzar junto a su compañera Eugenia Pérez Tomas Bosque energético, una editorial abocada exclusivamente a publicar diarios íntimos. En un momento de hiperinflación de las escrituras del yo, en la que cada dos por tres se discute si la inclinación de tantos escritores contemporáneos a crear a partir de la propia vida es más o menos valiosa que hacerlo a partir de sucesos imaginarios, la pareja se entusiasmó con la idea de darle lugar al género del yo por excelencia. Reivindicar, así, ese lugar de enunciación. “Euge y yo siempre fuimos muy aficionados a leer diarios, siempre fue nuestro berretín común. Y, si bien parece haber cierta especificidad en la propuesta, creemos que también hay mucha posibilidad de multiplicación; un diario puede ser el registro fechado de la propia subjetividad, pero también hay falsos diarios, novelitas encubiertas con forma de diario y muchos géneros vecinos: el epistolar, la autobiografía, las memorias”, dice Andrés sobre la editorial, que acaba de dar sus primeros dos frutos: Diario inconsciente, de Santiago Loza y Diario de los quince, de I Acevedo.
“Pero, más allá de todas nuestras ideas, teníamos libros. Y ganas de publicarlos. El de Santiago, sobre su internación, es un diario escrito a destiempo, una suerte de pequeño cuaderno que no pudo llenar en aquel momento y que ahora, en el presente, vuelve en forma de recuerdos, para dar cuenta de esa experiencia intransferible. Y por otro lado está I Acevedo, con un diario de la adolescencia hecho por alguien que tiene un impulso muy vital por escribir y comparte reflexiones increíbles sobre las ganas de hacer ficción como un modo de intervenir en el mundo”, cuenta Andrés sobre el proyecto, que le debe su nombre al famoso bosque de Miramar, como un gesto más que confirma que el paisaje costero, aunque sea de forma oblicua, está siempre acompañando.
Los días de la fragilidad se puede ver los domingos a las 12 del mediodía en Quetren Club Cultural (Olazábal 1784, Belgrano). Las novedades de Bosque energético pueden seguirse por Instagram (@bosque.energetico). Los videos del Diccionario Utópico de Teatros pueden buscarse en Youtube.