1) No debe haber extravío clínico mayor para un analista que el de creer que puede tratar a un obsesivo a través de plantearle que tiene que renunciar a algo. Porque la neurosis obsesiva es la interpretación misma de una pérdida como una renuncia. Y esa interpretación es sintomática, porque lleva a impotencia. "No se puede todo, algo hay que perder (o que elegir, o lo que sea)", dice el analista perdido. Porque así no hace más que redoblar la neurosis de su paciente, instala la agresividad e impotentiza el análisis.

En todo caso, la vía del análisis implica separar la pérdida de la renuncia. Es imposible renunciar a algo que ya está perdido. Es el caso de un muchacho que tiene que entregar su tesis y no puede terminar los capítulos porque siempre podría corregir el texto. Duda, pero también se le ocurren ideas todo el tiempo. Lo felicito por eso. Sin duda es inteligente, y mucho más: juega con el pensamiento, quizá sea demasiado curioso para la academia. Se ríe cuando le digo estas cosas. Pero a mí sobre todo me importa rescatar cómo él juega con las ideas, y así su pensamiento va por delante, lo excede, mientras él corre detrás de las ideas en busca de su sentido. ¡Pobrecito, quiere tener ideas propias! Como si las ideas no se escaparan todo el tiempo. Como si las ideas no estuvieran perdidas, desde siempre. ¿Quién tiene una idea de la que no tenga que apropiarse con esfuerzo? Su síntoma no es que piense mucho, sino que quiera ser el dueño de su pensamiento.

2) Todo saber es culpable. El deseo de saber sólo busca verificar que no hay nada de qué tener la culpa; pero así no hace más que indicarla: demuestra que somos culpables de lo que no sabemos, es decir, de la sexualidad. Es lo que ocurre con la investigación infantil (y las teorías sexuales) que velan el autoerotismo. Es lo que cuenta un muchacho que quiere hablar con su hermana para preguntarle si fue abusada. Quiere saber, en última instancia, para confirmar que él no fue... Pero así no hace más que culpabilizarse. Y con este desplazamiento reprime su encuentro traumático con la sexualidad, sobre el que no quiere saber. No querer saber es la posición autoerótica del neurótico, que se revela en los síntomas. Por eso el síntoma es un retorno de lo reprimido, porque muestra que se sabe lo que no se quiere saber. Saber que se sabe lo que no se quiere saber, ya es el modo en que el neurótico trata el síntoma a través de la culpa. Y así pasa del "no querer saber" al "yo no sabía". En el análisis podrían tomarse tres vías: "Fingir el saber que no se tiene" (histeria), "Lo sé, pero aun así..." (cinismo) o "Saber sobre lo imposible del saber" (vía analítica).

3) Los niños tienen una relación inmediata con el saber. Incluso la posición infantil de un adulto se recupera en estos términos. Gozar del saber, como modo de relación con el Otro, es algo que se verifica en las preguntas infantiles y, como formación del inconsciente, en los síntomas de los adultos. "¿Sabías que los niños pueden hacer lo que quieren?", me decía hace poco un pequeño paciente. "¿Sabías que...?" que puede jugar con cualquier contenido, porque es la fórmula del juego que apunta a constituir el saber‑no‑sabido en el Otro.

4) La noción de "teoría sexual" en psicoanálisis no quiere decir que se trate una teoría sobre el sexo, sino que cualquier teoría puede tener un fundamento pulsional. Muchas teorías científicas no son más que teorías sexuales infantiles de sus autores. Y el capitalismo incentiva que vivamos conforme a teorías sexuales. Por ejemplo, la "concepción sádica del coito" se expresa en el análisis político que, hoy en día, reduplica la realidad y cree que "detrás" de la violencia hay una "mano negra" que secretamente es responsable de los hechos. Entonces ¡hay que desenmascarar al culpable! Pero no hay amo del sistema. Y como las teorías sexuales no quieren saber nada de la castración, todas las acciones que motivan son funcionales al orden establecido: pedir una revolución para que nada cambie. Esta actitud renegatoria es el núcleo del capitalismo actual, en el que a empresas contaminantes les pedimos que inviertan en fundaciones ecologistas, en el que queremos combatir el liberalismo a través de redes sociales.

 
* Doctor en Filosofía y Doctor en Psicología (UBA). Coordina la Licenciatura en Filosofía de UCES. Miembro del Foro Analítico del Río de La Plata. Autor de los libros: Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante (2012), Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina (2016) y Edipo y violencia. Por qué los hombres odian a las mujeres (2017).