La ultraderecha siempre ha tenido líderes sin curvas, sin voluptuosidad, sin matices en los tonos de voz, sin ternura. A lo alfa, con hombreras, sin piedad. Sus líderes son duros de articulaciones, manifiestan su ansia de poder gesticulando y vociferando, tienen la libido obturada por el odio, y su mayor apuesta es interpretar y encarnar ellos mismos los bajos instintos de una sociedad. Fascinan a la turba para desplazar hacia “un otro” político, racial o religioso la responsabilidad de las penurias de un pueblo.
Sin odio, nunca hubiese existido tal cosa como la ultraderecha. El odio es su columna vertebral, y a la vez es una simulación, porque sus argumentos siempre son excusas para ocultar que con el fascismo no se debate, porque el primer motivo de la lucha fascista es la supresión del debate de ideas: eliminar al otro es una forma más de no escucharlo.
Estamos atravesando un túnel con el aire viciado y gaseoso: se veía venir, pero no se hizo nada para detener la irrupción de la ultraderecha, que indefectiblemente será la opción opositora en 2023, sea quien fuere el o la candidata. Por encima de las aspiraciones de cada uno de ellos, Macri incluido, hay otro plan mayor al que deberán adecuarse. Son una filial, un capítulo, una versión, no el original.
Por eso, se ordenen o no, llegue quien llegue tendrá en mente lo mismo: volver al preperonismo, que es lo que quieren no solo la oligarquía y el poder real local, sino las corporaciones transnacionales que son las principales promotoras de la disolución de las nacionalidades.
Esto no tiene tanto que ver con “los nacionalismos”, porque la ultraderecha europea, por ejemplo, abreva en ellos, sino con la destrucción del Estado moderno y sus consensos básicos. Hoy, la ultraderecha milita el gobierno del mercado.
El otro día Cristina decía que “éramos un pueblo alegre cuando el sueldo alcanzaba”. La ultraderecha es completamente ajena a la alegría. No auspicia alegría sino goce perverso, que es presenciar el dolor del otro. Como dice Morel, al que le “divierte ver sufrir kirchneristas”. No escuché a nadie decir que le gustaría ver sufrir a Morel. Lo que hay es una náusea por la actuación de Capuchetti, que se tapó los ojos y los oídos para no ver ni escuchar lo que está al descubierto y tan horroroso que es difícil de decir. Mafia ya no es una manera de decir, sino una descripción lo más aproximada.
Nuestras vidas han perdido una tranquilidad que necesitamos recuperar. La violencia que tuvo el clímax en el atentado echa raíces previas muy profundas, de años en los que dejamos que avanzara esa locura de que a un kirchnerista se lo puede insultar, escrachar, escupir, y no pasa nada. Es urgente arrancarnos ese disfraz de chivo expiatorio porque es el que pregona la ultraderecha. Entre tirar a Kirchner por la ventana y pedirle a alguien que se calle porque si no le rompen la cara, hay una lógica.
Uno se pregunta cuánta gente, desde que el video de Bullrich con el jefe de gabinete porteño comenzó a ser pasado cada media hora en todos los canales, habrá dicho callate que te rompo la cara a alguien que le molestaba. No es necesario que haya dicho esas mismas palabras. Hay muchas otras a disposición para quien se sienta el dueño de la verdad y no esté dispuesto a soportar que alguien piense de otra manera.
La ultraderecha promete venganza, promete muertos, promete presos, promete exiliados. Hay un goce patriarcal y supremacista que no busca la alegría sino la consumación del dolor ajeno. El goce del pater familias o el del emperador, que decidía quién vivía y quién no.
Estamos atravesando este túnel asqueados de este lado b de lo humano. Las tensiones y los dilemas se van sumando, y una vez más la resistencia a esta emboscada fascista por parte de los medios concentrados, la cabeza del Poder Judicial y el macrismo, será imposible sin generar burbujas de autoafirmación y compañerismo, buenos vínculos, espacios donde tomar aire mientras afuera el mundo cruje y defendamos no ya un gobierno, ni siquiera un sistema de gobierno. Eros contra Tánatos: nunca más claro.
Estamos pidiendo más acción y decisión contra esta embestida, pero seamos conscientes de que un líder político, o una lideresa, lo son porque los rodea la llamarada popular. Habrá más reacción, y habrá que bancar.