Los juicios por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura son un mundo en sí mismo. En los tribunales de Comodoro Py –cuna de injusticias varias–, es fácilmente identificable la comunidad que asiste a los “juicios de lesa”. Lo mismo pasa en otros estrados a lo largo del país. Durante la pandemia la comunidad de lesa se volvió virtual: hizo el aguante desde las redes en las que se transmitieron las audiencias. En las declaraciones testimoniales se suelen escuchar palabras que muchas veces ameritarían un glosario: chupar, chupadero, lanchear, pozo, tabique o traslado. En muchos casos, las víctimas esperaron más de 40 años para ser escuchadas o para tener la posibilidad de escuchar una sentencia que traiga una cuota de reparación a tanto dolor. Entrar en ese mundo quizá necesite una guía práctica y, en esa tarea, se sumergen Mónica Zwaig y Félix Bruzzone, que este sábado a las 19 realizarán una función especial de Cuarto Intermedio en el Teatro Picadero con la participación especial del elenco de Argentina, 1985.
Zwaig y Bruzzone se cruzaron en un pasillo de Comodoro Py en 2014, cuando él, junto a otros escritores, fue convocado por la agencia Infojus a presenciar una audiencia y escribir su propia crónica. Ella, por entonces, trabajaba como abogada en el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). Félix es hijo de desaparecidos y hasta entonces nunca había estado en un juicio de lesa. Mónica es francesa, sus padres son exiliados, y, desde que llegó al país, desarrolló un romance con el lado B de los juicios de lesa. La performance que estrenaron en 2018 fue, de alguna manera, un plan B después de un intento de crear un diccionario sobre estos procesos –una tarea que, por el momento, quedó en el cajón, pero que les gustaría retomar–.
Argentina vive un fenómeno singular desde el 29 de septiembre cuando se estrenó la película de Santiago Mitre. Miles de personas van a los cines, lloran con el testimonio de Adriana Calvo y aplauden –como si estuvieran en el Palacio de Talcahuano– cuando Ricardo Darín toma aire y repite las palabras finales de Julio Strassera en el alegato contra los nueve comandantes: “Señores jueces, Nunca Más”. Lejos de los reflectores y de las salas de cines están los juicios de lesa humanidad que tanto costó conseguir después de casi dos décadas de impunidad –marcadas por las leyes de Punto Final, Obediencia Debida y los indultos–. Sobre esas audiencias hablan Bruzzone y Zwaig.
–¿Cómo es este contexto en el que una película sobre el Juicio a las Juntas es mainstream para reponer la obra?-- le pregunta Página/12 a Zwaig.
– Nos dimos cuenta de que había mucha gente con ganas de hablar sobre juicios de lesa humanidad. Nuestra obra no está centrada en el Juicio a las Juntas. Tiene que ver con los juicios que se hicieron con la reapertura. Nos dio curiosidad saber si esta gente que de repente se interesó por el Juicio a las Juntas tiene un interés por lo que está sucediendo ahora. Nuestra performance dialoga mucho con el tono de la película porque no es un tono solemne. Dialoga también porque traemos imágenes de juicios en otras películas. Siempre que hacemos una función actualizamos la obra. La actualizamos en función del contexto en el que estamos de los juicios y en función del contexto social. En este caso, la actualizamos por la película y por el lugar en el que estamos, El Picadero, que tiene muchas cosas para decir.
--¿Se puede afirmar que el principal eje en el que trabajan en Cuarto Intermedio tiene que ver con la transmisión de lo que pasa en la sala de audiencias de los juicios?
-- Lo que está de trasfondo de esto es lo que sirve para la difusión de estos juicios. Todas las cosas con las que trabajamos son información pública. En general, es información pública que no le llega a nadie, salvo a las personas que están específicamente muy interesadas en el tema y leen las noticias. Nuestra gran preocupación es qué se hace con toda esta producción de relatos, de imágenes, de información que están generando estos juicios desde hace más de quince años. ¿Qué va a hacer la sociedad con esto? ¿Quiénes son las generaciones que van a poder tratar la información? Son juicios orales y públicos pero hay mucha gente que ni siquiera sabe que se hacen. Nuestra gran pregunta de inicio fue por qué la gente no va a los juicios.
–¿Y por qué no va?
–Trabajamos con esa pregunta. ¿Es porque no está al tanto? ¿Es porque no sabe dónde queda el tribunal? ¿Es porque tiene miedo? No son preguntas lineales porque las incorporamos dentro del relato de una obra. No tenemos una respuesta. Es algo que se va construyendo entre todos. Tenemos un proceso de justicia totalmente inédito, logramos exportar una película sobre ese tema a los Oscar, pero acá adentro nadie habla de los juicios actuales, no es una preocupación más para las víctimas y las personas que estamos trabajando en eso.
–¿Cómo miran los tribunales –por ejemplo, de Comodoro Py– a los juicios de lesa?
– Con la naturalidad que tiene la justicia de convivir con la locura y lo absurdo. Los juicios, para mí, tienen una teatralidad muy importante. Lo interesante de los juicios de lesa humanidad es que tocan lo más horrible y lo más humano. Son juicios extraordinarios que conviven con esa rutina judicial burocrática, aplastante, sofocante. Yo, en un momento, pensaba que estos juicios iban a cambiar mucho el sistema judicial federal. No sé si cambiaron mucho. Me parece que se acomodaron a esa locura del sistema judicial. Es (Franz) Kafka y es (Albert) Camus, también. Es el mito de Sísifo, que estás todo el tiempo subiendo la piedra y se vuelve a caer. Hay algo luminoso que es todo el poder reparatorio que tiene el proceso judicial para algunas personas y después tiene esa piedra que se carga en la espalda y se vuelve a caer.