Carísimos lectores/as/os/ibus: nuevamente debo agradecer los comentarios que recibí, por distintos medios, acerca de mis dos notas anteriores: "¿Por qué ganan los malos?", 1 y 2.
Por otra parte, celebro que los ñoquis hayan causado semejante polémica, siempre respetuosa, a la vez que fervorosa, y sabrosa por demás. Pero quienes estén de ambos lados de la grieta parmesana coincidirán conmigo en que la causa del triunfo de los malos no pasa ni de lejos por las preferencias gastronómicas de los consumidores. En verdad no sabemos exactamente por dónde pasa, pero seguro que por ahí, no es.
Recuerdo dos anécdotas: se decía que cuando Bill Clinton era primer mandatario tenía un cartelito en el escritorio que, traducido al castellano, decía: “Es la economía, estúpido”. Seguramente ahora diría “estúpide”, aunque parece que el término stupid trasciende los géneros (y las clases sociales). Y en tiempos populares y populistas de la década ganada, se decía que en el escritorio de un ministro argentino había un cartel que decía: “Es la política, estúpido”.
¿Se puede pensar la economía sin política? “Sí, se puede”, diría un neoliberal devenido libertario gracias al síndrome de abstinencia de algún ansiolítico. El problema es que cuando se piensa la economía sin política, la pérdida de reglas, códigos y leyes nos transforma en personas terribles: más o menos como se ponen esos libertarios cuando creen que nadie los está filmando.
Pero veámoslo al revés: ¿se puede pensar la política sin economía? Sí, claro que sí, diría un investigratuito de alguna ciencia social con un nivel de abstracción casi teológico. El resultado son interesantísimos libros cuyo contenido solamente puede servir para ser tomado en exámenes de carreras con salida laboral imaginaria.
Preguntarse si la política determina la economía o la economía determina la política es como preguntarse si fue primero el huevo o la gallina. Y no tengan dudas de que, mientras lo hacemos, vienen los malos y se hacen una tortilla con el huevo y un puchero con la gallina. Pensemos, entonces, en la política y la economía juntas:
Permítanme suponer, como “licencia humorística”, que en una sociedad existen dos clases de personas: los que tienen todo (llamémoslos "ricos") y los que no tienen nada (llamémoslos "pobres"). Los ricos son poquiiitos, los pobres son muchos más. Y supongamos que hay dos partidos políticos: el que defiende a los ricos y el que defiende a los pobres. Muchas veces son así los sistemas engrietados.
Ahora bien, lo que quiere el partido que defiende a los pobres es que a los pobres les vaya cada vez mejor; la paradoja es que cuando les va mejor dejan de ser pobres. Y el poder de un partido está en tener una base ancha. Pero cuanto más logra el partido, más débil se torna esa base, porque muchos dejan de ser pobres... y de apoyarlos. Eso no quiere decir, de ninguna manera, que pasen a ser ricos. Aunque algunos se autoperciban ricos y se arroguen el derecho a que los demás los veamos ricos, para lo cual gastan mucho dinero (a veces, todo el que tienen).
El partido que defiende a los ricos también vive una paradoja, ya que defender los intereses de los ricos no quiere decir que haya más ricos sino que los que ya son ricos sean más ricos todavía. Para eso, se sacan las riquezas les unes a les otres, además de expoliar lo poco o casi poco que puedan tener los pobres o los que ya no son pobres. Los que pierden la competencia ya no son más ricos, aunque eso de ninguna manera quiere decir que sean pobres.
Los que ya no son más pobres porque ascendieron y los que ya no son más ricos porque descendieron vendrían a formar la clase “los que tienen un poquito”, también conocida como “clase media”. Algunos tienen un poquito más, otros un poquito menos, pero ninguno tiene mucho.
Y la realidad es que “los que tienen un poquito” son muchos, y no tienen un partido propio. Nadie los defiende como tales. El partido de los ricos suele hacerles creer que, como no son pobres, son ricos. O bien, que si los eligen a ellos, lo serán. Crueldad pura y dura. Solo les hace creer que ya son ricos para sacarles lo poco que pueden tener (ya que así funciona el partido, recuerden). Es para eso que los quieren de su lado, solamente. Como si les dijeran: "Podés venir para acá con todas tus cosas, y dentro de poco te irás sin ellas”.
El partido de los pobres por su parte, suele recordarles a los ni ricos ni pobres que llegaron allí gracias a ellos, pero los ni ricos ni pobres no necesitan un partido para dejar de ser pobres pues ya dejaron de serlo. Aunque si apoyan al partido de los ricos, quizás vuelvan a ser pobres. Pero esto es difícil de decir, porque nadie lo quiere escuchar –y además casi nadie lo quiere decir, tampoco–.
Mal que les pese a las estadísticas, una persona que gana, pongámosle, 200.000 pesos, aunque esté en el mismo “decil” (10 por ciento de la población) que quien gana 200 millones, está más cerca del que gana 20.000. Pero si se lo decís, capaz que gasta medio sueldo en comprarse tapones de oro para los oídos o un buen celular, que para el caso es lo mismo.
Contó alguna vez el querido y admirado Atilio Borón que estaba en Venezuela cuando hubo elecciones. Se dirimían dos candidaturas: la del presidente, comandante Hugo Chávez, y la del opositor, Capriles. De puro curioso, Atilio fue a ver un acto de la oposición y, para su sorpresa, vio una persona con uniforme bolivariano. Le preguntó por qué llevaba ese uniforme.
–Porque gracias al comandante Chávez yo tengo mi casa, mi auto; mis hijos van al colegio…
–Pero ¿entonces qué hace en este acto opositor?
–Pues el comandante defiende los intereses de los humildes… ¡y yo ahora soy de clase media!
Mientras la propia clase media no comprenda que defender los intereses de la clase media es incluir a más personas, no expulsarlas, van a seguir ganando los malos. ¿O me equivoco?
Sugiero al lector acompañar esta columna con el video “la resistencia” de RS+ (Rudy-Sanz):