Si el cine es una manera de contar historias, también es una manera de construir identidades. Y este 37 Festival de Cine de Mar del Plata le hizo un espacio a la identidad y las historias de la provincia de Buenos Aires en su programación. Por primera vez, las películas bonaerenses participaron como tales en la competencia oficial.
Este festival fue una fiesta, por la vuelta a la presencialidad completa y porque la programación del evento piloteado por el ministerio de Cultura de la Nación, el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales y el Instituto Cultural fue compleja e intachable. Por algo fue que hubo una audiencia que hace tiempo que no se veía.
Página 12 fue a buscar algunas de esas identidades bonaerenses dentro de las salas. Tres directores nacidos en la provincia nos cuentan cómo se configuran sus lugares de origen en sus películas.
Patricio Plaza es realizador independiente de cine de animación, además de animador profesional desde hace más de veinte años. Su corto Carne de Dios, el primero de la productora independiente Ojo Raro, participa en la competencia argentina de cortos del Festival. Es oriundo de La Plata, de donde agradece la formación académica que la ciudad le brindó.
“Debo gran parte de mi formación a la Universidad Pública por un lado, y al trabajo en estudios de animación por otro, todo en la ciudad de La Plata, por lo cual definitivamente sí me marcó ese acceso temprano a la formación artística”. Aunque ya no reside más en la ciudad, reconoce que “tiene una innegable tradición de producción cultural y estética realmente significativa”.
Sobre todo, recuerda con particular cariño el Bachillerato de Bellas Artes de la UNLP: “es un lugar que se agiganta en mi memoria con el paso de los años, un espacio fuera de serie, es un privilegio haber estado tantos años allí en un contexto de libertad y a la vez de rigurosidad formativa”. Además, subraya la importancia del aspecto formativo no sólo estético sino político: “eso fue muy determinante a lo largo de mi vida, poder unir mi profesión a un conjunto de discursos en torno a lo político, pensar al cine de animación como una tecnología de producción de subjetividades y de imaginaciones políticas”.
Si bien sus obras no giran en torno a lo autobiográfico, para su cortometraje Padre, nos cuenta que la casa del protagonista se inspiró en una reproducción de la casa de su abuela, una casa chorizo bien de barrio, típicas de la ciudad de La Plata: “en el final de ese corto y en varias escenas se puede percibir esa arquitectura de barrio. Ese corto para mi tiene un espíritu muy platense también, pero quizás desde el lugar más sórdido del ser platense, que tiene que ver con lo que sucedió durante el terrorismo de Estado y una suerte de colaboracionismo silencioso, como contracara de lo que fue la militancia y la efervescencia de aquellos años en nuestra ciudad”.
Para Laura Spiner, directora, guionista y productora, su lugar de origen, Villa Gesell, es su lugar en el mundo. “Villa Gesell no es sólo un gran escenario para mí sino un lugar en donde encuentro grandes narraciones”. Casi toda su producción cinematográfica está cifrada por la experiencia de vivir en la ciudad, por la playa y el mar. La ciudad fue el escenario de su película Decálogo del buen surfista, donde pudo unir sus pasiones, el cine y el mar.
Aunque la dejó a los dieciocho años para estudiar en Buenos Aires, volvió cada vez que pudo, no solo personalmente sino a través de sus películas. Su primer cortometraje fue filmado allí, y trata de un personaje que llega a una ciudad balnearia y una familia lo hospeda amablemente pero al cuál nunca se le pregunta ni de dónde viene, ni hacia dónde se dirige.
“Creo que de alguna manera, todos los que nos fuimos de nuestras casas para instalarnos en ciudades más grandes para estudiar, para trabajar, para crecer, vamos a estar toda la vida atravesados por esa experiencia que llamo de suspensión. Los que emigramos de nuestras casas siendo aún muy jóvenes no tenemos herramientas para narrar ese hiato, esa distancia, que se produce aunque no nos demos cuenta. Llegamos a una ciudad nueva en donde quienes sí se criaron allí siguen sosteniendo sus vidas recientes. Para los que llegamos todo es nuevo y aterrador porque tenemos noción del pasado. Damos vuelta la cabeza y vemos lo que dejamos. Creo que con el tiempo todo eso que uno procesa y entiende se transforma en nostalgia. Así que, heme aquí, siendo una persona nostálgica. Siempre algo de todo eso está presente en mi trabajo y en mi vida diaria”.
Su película El amor vendrá como un incendio forestal participa de la competencia argentina del Festival Internacional, y tiene una fuerte intención de narrar en la naturaleza. “Empezamos intentando crear una Buenos Aires un tanto atípica donde el verde, los árboles y los pájaros predominan, y terminamos filmando un eclipse lunar desde los médanos de Gesell. Así que sí: de alguna manera siempre todo está conectado con la ciudad de donde vengo”. Actualmente, Laura se encuentra escribiendo una película para su ciudad, que se titulará, homónimamente, Villa Gesell.
Sol Giancaspro es egresada de la ENERC (Escuela Nacional de Estudios y Realización Cinematográfica), y directora del corto Las arañas, que también participa de la competencia argentina de cortos. Además, es marplatense. En esta ciudad fue donde empezó su recorrido artístico, como espectadora de la inmensa cultura teatral que ofrece La Feliz. Recuerda con mucho cariño su infancia en la ciudad, como un espacio lleno de artistas de todo tipo: “podías ir a ver al más grande de los capos cómicos con sus vedettes -Olmedo con Moria y Susana-, o podías ver ART o BRUJAS, o escuchar poesía en Villa Victoria. Cuando tenía 12, mi papá, que iba al teatro a ver a Artaza, salió de la playa para llevarme a mi capricho: una obra de Lorca en Villa Victoria, “Dos mujeres con Federico”. Salí estremecida, llorando, convencida de que tenía que intentar acercarme y replicar ese momento para hacerle sentir a otros todo lo que ellas me habían hecho sentir con la voz, detrás de un atril de madera, luz cenital y un piano que acompañaba. Mi formación empezó esa noche, con el teatro”.
Si hay algo de la ciudad que Sol siente que acompaña sus ficciones, es el mar. En la ficción “La lógica del Silencio”, que también se proyectó en esta edición del Festival, puede observarse un componente muy fuerte asociado al agua. Dice: “acá hay algo que me arrastra. Es Alfonsina, son las Ocampo. Ojalá en breve pueda armar una sinfonia visual entre ellas, sus textos y esta ciudad. Una suerte de obra de teatro como aquella que ví con mi papá, pero en formato audiovisual”.
Para Sol, es especialmente significativo estar presentando un corto en su ciudad es mucho más de lo que esperaba para su primera obra completa: “lo siento como un círculo que empezó hace muchos años y se completa, se cierra, dejándome al lado un nuevo lápiz para empezar a dibujar un nuevo círculo”.