En los últimos días trascendió la denuncia del Ministerio de Defensa ruso de que Ucrania se encontraría preparando desde bombas nucleares a una “bomba sucia”, un explosivo convencional enriquecido con material radiactivo que se disemina al estallar, de manera similar a las armas químicas.

Para Rusia no se trataría del arma más peligrosa que podría ser utilizada por la OTAN en el contexto del actual conflicto en Ucrania. Una de las principales preocupaciones expresadas por el gobierno de Vladimir Putin se centra en un programa de investigación financiado por los Estados Unidos por el que desarrollan insectos portadores de virus modificados para luego ser liberados, ayudando así a combatir amenazas a los cultivos.

El programa “Insect Allies” tiene como finalidad utilizar insectos como pulgones o moscas blancas para infectar cultivos con distintos virus modificados bajo la tecnología CRISPR, un sistema de edición de secuencias de ADN de última generación.

El objetivo original sería así brindar una mayor resistencia a los cultivos frente a plagas y ataques biológicos, asegurando el suministro alimenticio de Estados Unidos en caso de que se produjeran desastres naturales como sequías e inundaciones, pero también como resultado de un conflicto de amplias proporciones o de acciones terroristas de alto impacto.

Sin buscar llamar la atención, el programa fue creado en 2016 con un financiamiento inicial de 45 millones de dólares desde el Pentágono, específicamente, desde la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa de EE.UU. (DARPA, por su sigla en inglés), ubicada en la ciudad de Arlington, Virginia.

Al frente del programa se encuentra el biólogo y entomólogo Blake Bextine, quien se unió a DARPA como gerente de programa en marzo de 2016 y fue designado para desempeñarse como subdirector interino de la oficina de Tecnologías Biológicas en julio de 2020. En tanto que la investigación específica la llevan a cabo grupos del Instituto Boyce Thompson de Nueva York, la Universidad Estatal de Ohio, la Universidad Estatal de Pensilvania y la Universidad de Texas.

La iniciativa recibió sus primeras críticas en octubre de 2018, cuando un grupo de científicos y abogados independientes -pertenecientes a distintas universidades de primera línea- publicó un artículo en la prestigiosa revista Science, en el que resaltaban sus temores frente a la controversial investigación: se rechazó lo que fue percibido como un esfuerzo por desarrollar agentes biológicos para fines hostiles.

La evaluación de los expertos insistió en que “Insect Allied” no distaba mucho del diseño de armas biológicas prohibidas conforme al derecho internacional desde 1975, que podrían llenar de plagas y destruir hectáreas de cultivos. Una vez que alcanzó estado público y comenzó a divulgarse a nivel de comunidades científicas y entre instancias gubernamentales, no pasó mucho tiempo antes de que en Europa y Rusia expresaran preocupaciones frente a la naturaleza del programa, en el que una situación de descontrol podría derivar en una catástrofe sanitaria o ambiental.

Desde el gobierno de Estados Unidos se respondió que cualquier acusación era absurda o que formaba parte de la recurrente “campaña de desinformación rusa”.

Al calor del conflicto en Ucrania, hubo una nueva denuncia por parte del Estado mayor ruso a propósito de la utilización de insectos como armas biológicas, desarrollados en biolaboratorios existentes en ese país. La acusación se produjo en el marco de la Convención sobre la Prohibición de Armas Biológicas y Toxínicas (BTWC, por su sigla en inglés) que tuvo lugar en Ginebra el pasado 9 de septiembre.

Según la denuncia efectuada por el Ministerio de Defensa de Rusia, la Agencia de Patentes y Marcas estadounidense emitió el documento No. 8.967.029 correspondiente a un vehículo aéreo no tripulado (presuntamente un dron) para la propagación de insectos infectados con cargas virales. Con la ayuda de este dispositivo, las tropas enemigas pueden ser destruidas o inhabilitadas sin riesgo para el personal militar estadounidense.

Según Moscú, en el marco del acuerdo de cooperación entre Washington y Kiev, existirían más de 50 laboratorios biológicos en Ucrania controlados por el Pentágono, ubicados muy cerca de las fronteras de la Federación Rusa. En tanto que, según la Cancillería china, Estados Unidos controla 336 biolaboratorios en 30 países.

La actividad bioterrorista tendría ya más de una década de vida. Siempre según el Gobierno de Rusia, desde 2010 los territorios rusos fronterizos con Ucrania han registrado un aumento en la incidencia de enfermedades e infecciones causadas por bacterias y virus que utilizan a animales e insectos como vectores, como la brucelosis, la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo, la fiebre del Nilo Occidental y la peste porcina africana.

La sesión de la BTWC en Ginebra terminó sin ninguna resolución y con la delegación estadounidense sólo aceptando el patentamiento del “vehículo aéreo no tripulado”, aunque ello no signifique que pueda ser utilizado para otros fines que no sean los estrictamente científicos. Pese a las negativas oficiales, la amenaza sigue en pie. Iniciativas como “Insect Allied” podrían provocar un cambio en las condiciones de la guerra en Ucrania. Y de hecho, en las condiciones de cualquier guerra en el futuro. 

Daniel Kersffeld es doctor en Estudios Latinoamericanos (UNAM). Investigador CONICET-Universidad Torcuato di Tella.