Carlos Gardel / Uruguay 1930
El 10 de julio, cinco días antes del debut argentino, el famoso cantante de tangos Carlos Gardel visitó a la delegación albiceleste
junto a sus guitarristas José María Aguilar, Guillermo Barbieri y
Ángel Riverol para ofrecer un recital que sirviera de aliciente a los muchachos que se encontraban lejos de casa. El concierto, que
incluyó varias canciones, tuvo lugar en el salón comedor del hotel
de La Barra, que había sido adornado con banderas argentinas.
Al finalizar la velada los periodistas intentaron sonsacarle a Gardel qué equipo ganaría el torneo; sin embargo, el "Mudo" –nacido en Francia, pero con el corazón "anclao" en las dos riberas rioplatenses, con su pasión dividida cincuenta y cincuenta a ambas márgenes– no se jugó: "El fútbol –dijo el cantante– es más difícil de acertar que las carreras, y ya sabemos que en el hipódromo no acierta nadie, que no sea (el famoso jockey Irineo) Leguisamo. Pero, en fin, yo sin aventurar nada, y descartando por no conocerlos en el deporte a los brasileños y a los “yankees”, diré solamente que creo que los rioplatenses serán los más difíciles de vencer, y que si llegan a una final, habrá que tirar la monedita para saber quién gana. Ambos son buenos y juegan un fútbol maravilloso y artístico, y ahora que veo a los nuestros tan alegres y decididos, cabe esperar que ganando o perdiendo lo sabrán hacer como buenos criollos, es decir, con todos los honores".
Gardel no solo hinchaba para Argentina: el día anterior había efectuado el mismo concierto en el campamento uruguayo. De hecho estas visitas ya se habían producido antes de la final de los Juegos Olímpicos de Amsterdam –que Uruguay ganó al cabo de dos partidos, 1-1 y 2-1– y, en esa oportunidad, el "Zorzal Criollo" les había anunciado a los jugadores de ambos equipos que no concurriría al estadio neerlandés porque quería "demasiado a las dos camisetas".
Otra versión, en un intento por tratar de imponer que Gardel prefería a la escuadra celeste, resaltó que, poco antes de los Juegos de Amsterdam, el popular trovador aprovechó su encuentro con los argentinos, que luego viajarían a Países Bajos, para interpretar por primera vez el tango "Dandy" –de Lucio Demare, Agustín Irusta y Roberto Fugazot– en una habitación del hotel Moderne, de París, donde se alojaba la delegación.
Como la selección albiceleste perdió luego con la oriental, en La Barra repitió la canción "fúlmine" como "cábala" en favor de los uruguayos. Desde luego, alega esta leyenda, Gardel se cuidó de no cantarla en el campamento local.
Los coreanos son todos iguales / Inglaterra 1966
La participación de Corea del Norte en 1966 provocó asombro por el buen rendimiento de su equipo, pero dejó también muchas sospechas por el increíble estado atlético de sus futbolistas. El seleccionado asiático se preparó durante dos semanas en una escuela de deportes de la región de Mecklenburg, Alemania Oriental, donde estuvo dedicado enteramente al entrenamiento físico, sin jugar partido alguno de práctica. En el hotel donde los jugadores se alojaron en Inglaterra, en la localidad de Arlington, los empleados se sorprendieron porque los coreanos consumían un kilo de pimienta diario.
Los cigarrillos y las bebidas alcohólicas estaban estrictamente prohibidos y la delegación –la más numerosa de la Copa, integrada por 75 personas– incluía un encargado de organizar y dirigir una claque de hinchas locales para vitorear a los jugadores asiáticos durante los partidos. Corea del Norte –que recién en Sudáfrica 2010 volvió a jugar la fase final de una Copa– logró el segundo puesto en el grupo 4 y la clasificación para cuartos de final gracias a un empate a uno con Chile y un histórico triunfo sobre Italia, 1-0, con un gol conseguido por Doo Ik Pak, un menudo dentista del ejército.
La histórica victoria, que tuvo lugar el 19 de julio en el estadio Ayresome Park de Middlesbrough, es considerada por muchos periodistas como la mayor sorpresa de todos los Mundiales. Los italianos, con figuras como Sandro Mazzola, Gianni Rivera y Giacinto Facchetti, no le encontraron la vuelta a sus rivales asiáticos, que jugaron más de la mitad del encuentro con un hombre de más, por la lesión de Giacomo Bulgarelli a los 35 del primer tiempo.
Todos los intentos azzurri murieron en las manos de Li Chan Myong, el arquero más joven de la historia de los Mundiales, de solamente 19 años. La clasificación coreana para octavos de final sorprendió hasta a los mismísimos orientales, que habían sacado prematuramente los pasajes para regresar a casa la noche del juego con Italia. El imprevisto éxito obligó a la delegación asiática a trasladarse a Liverpool para enfrentar a Portugal, y como allí no había ningún hotel disponible para todos los deportistas y el cuerpo técnico, los coreanos terminaron alojados en una iglesia protestante: la mayoría de los jugadores durmió la noche previa al partido sobre los bancos del templo.
El 23 de julio, en Goodison Park, los orientales volvieron a asombrar al mundo al marcar tres goles en 25 minutos. Pero los lusitanos se recuperaron y, encabezados por el delantero Eusebio, autor de cuatro goles, se impusieron finalmente 5-3. Poco hábiles con el balón, los coreanos se caracterizaban por un notable rendimiento físico que les permitía correr sin parar los noventa minutos.
Tal vez por envidia, quizá por ignorancia, el sorpresivo desempeño de los orientales fue puesto en tela de juicio por gran parte de las delegaciones y periodistas de Europa y América que llegaron al Reino Unido. El éxito deportivo caminó de la mano de un rumor, nunca comprobado, que señalaba que los coreanos, aprovechándose de que su aspecto es similar ante los ojos occidentales, cambiaban casi todo el equipo durante el entretiempo.
Don’t worry, 'be Happel' (Argentina 1978)
El "milico" que custodiaba la puerta de acceso al salón de conferencias del Monumental se puso firme ante la llegada del extraño. "No puede pasar", le espetó con "cordial" sequedad castrense. "I am Happel", indicó el forastero, en un ríspido inglés.
El cancerbero, duro, acercó su rostro a solo dos centímetros de la nariz del extranjero que parecía querer pasarse de vivo: "¿Qué?", le inquiró. "I am Happel, please", rogó el hombre, ya ruborizado. "¡Qué please ni please! –retrucó, más duro, el guardia–. Esto es una conferencia de prensa y solo pasan Menotti, el director técnico de Países Bajos y los periodistas. ¡Fuera!", le ordenó.
Happel, resignado, dio media vuelta y se retiró. El militar quedó orgulloso, regodeado con su soberbia labor. Los periodistas de todo el mundo, sin poder entrevistar al austríaco Ernst Happel, el director técnico de Países Bajos.
Reclamo maradoniano (EE.UU. 1994)
La expulsión de Diego Maradona de la Copa del Mundo por doping generó curiosas manifestaciones en todo el mundo. En Israel un niño de once años de la ciudad de Halfa se declaró en huelga de hambre y debió ser hospitalizado luego de pasar tres días sin consumir alimentos ni bebidas.
En Bangladesh un grupo de exaltados salió a las calles para reclamar a la FIFA la revocación de la pena y quemó una imagen del presidente de la entidad Joao Havelange. Allí un abogado, Mohammed Anwarul, presentó en un tribunal de justicia una demanda contra Havelange para exigirle mil takas (unos 25 dólares) como indemnización por los «trastornos mentales» provocados por la expulsión del capitán argentino.
En la India, trabajadores de una empresa alimenticia boicotearon la celebración de una boda en señal de protesta. El poder de Diego también se pudo medir en tickets vendidos. Las 64 mil entradas del estadio Cotton Bowl de Dallas para el juego entre Argentina y Bulgaria se agotaron varios días antes del partido —en el cual definitivamente el crack no participó- disputado el 30 de junio.
Esto no ocurrió con los dos encuentros que se realizaron allí con anterioridad. El 17 de junio, España y Corea del Sur congregaron a 56 mil personas, y Nigeria y Bulgaria, el 21, apenas a 44 mil.