Uno de los tantos problemas que enfrentan las personas con cáncer son las recaídas. La presencia de la enfermedad desaparece por un tiempo y luego, cuando todo parece estar en equilibrio, una nueva progresión se inicia. El mal vuelve a ramificarse a partir de un residuo que se mantiene oculto, agazapado, a la espera en alguna parte del organismo y provoca el proceso de metástasis que termina con la vida del 90 por ciento de los pacientes. Un equipo internacional de científicos y científicas (España, Reino Unido, Bélgica), de manera reciente, publicó un trabajo en la revista Nature en el que arrojan pistas sobre este proceso. Realizaron un análisis específico de lo que sucedía en cáncer colorrectal: uno de los más feroces, que provoca un millón de fallecimientos anuales.
Aunque falta recorrer mucho terreno y las falsas expectativas en el campo de la salud se pagan caras, el aporte es promisorio porque podría modificar el abordaje de la enfermedad. Según las cifras consignadas en el trabajo, casi el 35 por ciento de las personas que posee este cáncer sufre una recaída y afronta una metástasis posterior que emerge con una letalidad del 85 por ciento.
Células con alta probabilidad de recaída
A partir de tecnologías de vanguardia, este grupo de científicos y científicas consiguió descubrir el trayecto que seguía por el cuerpo un conjunto de células tumorales (denominadas como “células con alta probabilidad de recaída”) que quedaban como residuo del tumor primario, viajaban a través de la sangre y permanecían escondidas en órganos como el hígado o el pulmón. Es decir, que aún permanecían en el organismo una vez que la persona parecía haberse recuperado, luego de la cirugía y del tratamiento convencional.
“En muestras de pacientes identificaron, en primera instancia, un panel de genes de alto riesgo de recaída, tanto de las células tumorales en sí, como de otras células que pueblan el microambiente tumoral y establecen un vínculo cooperativo para favorecer la progresión del cáncer”, señala Juan Garona, biotecnólogo e Investigador de la Universidad Nacional de Quilmes y el Conicet. Y luego continúa con su explicación: “Vieron que había un gen determinado (‘MP1’), que es muy relevante porque confiere a estas células la capacidad de migrar, diseminarse e invadir órganos secundarios y luego de la extirpación del tumor primario, reaparecer y provocar la recaída de la enfermedad”.
De esta manera, si se pueden identificar aquellas células que quedan como residuo antes de que se extiendan y se conviertan en una enfermedad difícil de combatir, es posible ganar tiempo y provocar que el sistema inmunitario las reconozca antes de que se conviertan en un problema mayor.
“Es importante destacar que se enfocan en un cáncer colorrectal, aunque en una etapa relativamente temprana de la progresión. En general, se trata de pacientes que si bien inicialmente responden bien a cirugías y quimioterapia, luego de un tiempo hacen metástasis que complican su salud”, afirma Garona. Bajo esta premisa, los investigadores desarrollaron un modelo in vivo de crecimiento tumoral y cirugía con el objetivo de realizar un monitoreo y un seguimiento con el fin de detectar las células que tienen un alto riesgo de recaída. “Lo sorprendente es que con sus tecnologías son capaces de rastrear esas células que se escapan del tumor primario, esas lesiones residuales tumorales que permanecen en el organismo, y analizar la expresión génica a una resolución única”, detalla el investigador. Desde aquí, pudieron identificar metástasis muy pequeñas, realizadas simplemente por dos o tres células.
Luego, las pruebas siguieron en ratones. Al respecto, lo que hizo este grupo de científicos fue invertir el proceso: primero inyectaron inmunoterapia para eliminar los residuos por el organismo (células tumorales en órganos diversos) y luego realizaron la intervención quirúrgica sobre el tumor primario, el de colon y recto. A la fecha, el esquema de inmunoterapia preoperatoria funcionó de manera eficaz pues los roedores no experimentaron recaídas.
Inmunoterapia que alumbra el camino
A diferencia de lo que sucedía décadas atrás, el cáncer no es sinónimo de muerte. Se estima que, en promedio, más de la mitad de las personas con la enfermedad sobreviven. El enfoque de la inmunoterapia es especialmente virtuoso: en vez de concentrarse en eliminar las células que enferman al cuerpo, se busca fortalecer a las propias células sanas del sistema inmune para que eliminen el problema. Esto es: se entrenan las defensas para que estas acaben con el enemigo. En este 2022, ya no se trata de ninguna novedad: cuatro años atrás, James Allison y Tasuku Honjo se llevaron el Nobel de Medicina “por sus descubrimientos en terapias para combatir el cáncer”.
¿En qué consistieron sus hallazgos? Si bien todos los seres humanos tienen un sistema de defensa que los protege frente al peligro al que están expuestos, en muchos casos, este se encontraba inhabilitado para actuar porque el propio cáncer colocaba frenos a la respuesta inmune. Al reconocer las proteínas que inhibían la activación de los linfocitos-T –los ‘soldados’–, Allison y Honjo controlaron al propio freno para robustecer el comportamiento de las defensas.
Estas nuevas inmunoterapias, sin embargo, no sustituyen a las tradicionales. En contraposición a ello, como el cáncer puede ser abordado de manera dinámica, los enfoques –necesariamente– se vuelven múltiples, a partir de un cóctel de diversos mecanismos que se combinan con radio y quimioterapia. En el presente, el campo que contribuyeron a allanar Allison y Honjo crece cada vez más. “Si bien el enfoque de la inmunoterapia no funciona habitualmente para pacientes con cáncer de colon, en este caso, en cambio, advirtieron que termina teniendo éxito”, dice Garona. El próximo paso consistirá en probar el tratamiento en seres humanos: el horizonte más deseado y más difícil de todos.