El curso irreversible de la vida encuentra en la narración proustiana la ley de su inversión: en la palabra se refleja la reversibilidad de la existencia. La hipnotizadora obra de Marcel Proust está más viva que nunca en el centenario de su muerte. El autor de En busca del tiempo perdido, esa novela-río compuesta de siete partes, publicadas entre 1913 y 1927, murió a los 51 años el 18 de noviembre de 1922. Las jornadas “Experiencia Proust”, que se extenderán hasta el viernes, recorrerán la vida y la obra del célebre escritor francés con performances, clases magistrales, charlas, lecturas, cursos y proyección de un documental en el Centro Cultural Rojas (Corrientes 2038). Jean Paul Enthoven, Santiago Llach, Walter Romero, Magdalena Cámpora, Martín Buceta, Daniel Link, Valeria Castelló-Joubert y Cecilia Szperling, entre otros investigadores, escritores y especialistas, participarán de estas jornadas organizadas por la Secretaría de Relaciones Institucionales, Cultura y Comunicación de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y el Centro Cultural Rojas, en cooperación con la Alianza Francesa y el Instituto Francés.
Mirar hacia el pasado
“¿Por qué leer al autor de À la recherche du temps perdu? Razones para perder el tiempo en el Himalaya de la literatura” será la clase magistral que dará el escritor Santiago Llach este martes a las 18.30. “Leer a Proust es un placer; sus oraciones, que se extienden siempre un poquito más allá de lo que permite la correcta gramática, se esfuerzan por entender el mundo sin perder nunca la gracia y la belleza. No hay ninguna novela que llegue tan lejos en la ambición de dar cuenta de esa experiencia extraña que es toda vida. Su prosa, ensayada durante años, canibaliza y sintetiza géneros y estilos: la tragedia, la comedia, la sátira, el grotesco, la correspondencia, el diario íntimo, la crítica de arte. Contra el ritmo distraído y ansioso de esta época y de la suya, la lectura de Proust me sumerge en una experiencia de otra índole, una experiencia mística que sin embargo no desconoce los vicios y los límites del cuerpo”, plantea Llach a Página/12.
Mientras otros escritores contemporáneos hoy no son leídos y han sido olvidados Proust permanece “por su ambición fuera de toda lógica, por entrar en contradicción con las tentaciones y las modas de su tiempo (el tiempo fabuloso de las vanguardias), por detenerse en el preciso instante previo a la confesión literal (a la salida del closet), por su generosidad para mostrarse en la mesa de operaciones fallido y perverso, porque no tuvo piedad y eso lo convirtió en piadoso, porque le dio toda su desesperación y su inteligencia a su novela”, enumera Llach las razones de esta permanencia. “Es un misterio qué es lo que convierte a un libro en un clásico pero me parece que Proust tuvo una conciencia muy vibrante del tiempo histórico, de la historia de la civilización y la de Francia. Me da la sensación de que la mejor manera de proyectarse hacia el futuro es mirar hacia el pasado. El narrador de la Recherche se pregunta en un momento cómo se hace para ser leído en cien años. Hoy podemos confirmarle que lo logró”.
El poeta, traductor y profesor universitario Walter Romero, autor de Formas de leer a Proust. Una introducción a En busca del tiempo perdido (Malba Literatura), destaca que un aporte proustiano es “una idea nueva de novela que es muchas cosas a la vez, un tembladeral genérico de rara modernidad”, precisa Romero, ya sea leída como una novela de formación, como novela histórica sui generis o como autobiografía camuflada. “Proust reinventa la novela como género omnívoro y lo lleva a instancias nunca tan desafiantes y complejas”. Otro procedimiento que enfatiza el profesor que integra la cátedra de Literatura Francesa de la UBA gira en entorno a la imbricación vida y literatura que, como decía Barthes, “hoy nos permite reconocer la obra de Proust en su vida y viceversa”.
Romero, que estará a cargo de la clase magistral “Proust, una introducción” el martes a las 20, agrega otros aportes de uno de los escritores fundamentales de la primera mitad del siglo XX. “Aun con las dificultades de la época y los embozamientos proustianos, otro procedimiento es el singular tratamiento dado a los semas sexuales, a una idea de homosexualidad expandida, cuyo punctum es el lesbianismo bajo la forma del enigma”, advierte Romero y pondera también “el tratamiento de un conjunto de personajes basados en personajes reales o fantasmatizados, ese gran criptograma humano y social que es una forma de tratar lo real y volverlo mundo de ficción”. Sin duda a la hora de señalar un procedimiento proustiano por excelencia, Romero indica el tratamiento dado al recuerdo y al pasado. “La emergencia imprevisible de una memoria involuntaria que funda la idea de que la realidad casi no existe, sólo quedan de ella impresiones que se graban de un modo no racional y vuelven a nosotros a modo de asalto a nuestra conciencia”.
La frase arborescente
“La frase proustiana parece ser una unidad nueva surgida en las primeras décadas del siglo XX justamente como una respuesta de Proust a la frase corta de su maestro y antecesor Anatole France”, explica Romero y recuerda que la aparición de este tipo de “frase arborescente” se creía más propia de los alemanes que de un autor francés. “El problema, o más bien el hallazgo, es que Proust lleva la frase a los límites del lenguaje, a modo tal de postular un sintagma que parece nunca terminar, que siempre es una instancia que posibilita nuevas agregaciones (en períodos o cláusulas o en proposiciones) que desafían la posibilidad del lenguaje, creando un efecto suspensivo que borra además el tema de lo que se habla para sostenerse sólo en el puro discurso, en poderes encantatorios de lenguaje, en trance permanente -define Romero-. Salvo la primera frase del ciclo, la más corta de los siete tomos (‘Durante mucho tiempo me he acostado temprano...’) y la ‘frase más larga del mundo’ en el centro mismo del cuarto tomo de Sodoma y Gomorra, todo el gran río discursivo proustiano es la modalización eterna, vivificante y permanente de esa frase que en Proust es experiencia que ‘somete’ al lector a una captura en y por el lenguaje, una de las más grandes fascinaciones de un libro infinito”.
En 1896, el joven asmático que profesaba un amor patológico a su madre, el dandy que vivió sin trabajar gracias a la posición económica privilegiada de su familia, se pagó la publicación de su primer libro a los 25 años, Los placeres y los días, una colección de poemas en prosa prologada por Anatole France. El padre de Proust murió en 1903; dos años después, su madre. Ninguno llegó a conocer el éxito de ese hijo que decidió recluirse en el 102 del bulevar Haussmann en París, donde tapizó de corcho su dormitorio y mantuvo las ventanas cerradas para protegerse del mundo exterior, al que sentía cada vez más hostil a medida que se profundizaba el asma. La mayor parte del tiempo no salía de la cama. Apenas comía. Por el camino de Swann, el primer volumen de En busca del tiempo perdido, fue rechazada por dos editoriales. En 1913, el escritor consiguió que la publicara Bernard Grasset. Por la Primera Guerra Mundial se aplazó la publicación de A la sombra de las muchachas en flor, el segundo volumen, que salió en 1919 por Gallimard y obtuvo el Premio Goncourt. La consagración no estuvo exenta de polémica. La novela de Proust competía con Las cruces de madera, de Roland Dorgelès, un excombatiente que narraba sus experiencias en las trincheras. Casi todo el mundo creía que Dorgelès se llevaría el premio, pero no lo ganó. Léon Daudet, primer presidente de la Academia Goncourt, respondió a las críticas afirmando que Proust “se adelanta a su tiempo en más de cien años”.
“Nuestra tiempo atrasa cien años respecto de Proust”
“En los años '20, la lengua literaria que Proust inventó fue percibida por sus pares como una revolución; algo semejante sucedería unos diez años más tarde, en 1932, con Louis-Ferdinand Céline y Viaje al fin de la noche”, compara Magdalena Cámpora, investigadora del Conicet y profesora titular de Literatura Francesa en la Universidad Católica Argentina y en la Universidad del Salvador, que este miércoles a las 18.30 dará la clase magistral “Marcel y las novelas catedrales de Francia”. “Son interesantes esas dos revoluciones imprevistas, esa aceleración que se da entre las dos guerras, en una prosa como la francesa que pasó cuatro siglos discutiendo, acatando o rebelándose, pero siempre presuponiendo, un horizonte clásico -reflexiona Cámpora-. Esa revolución en Proust es un trabajo sobre la forma, y una propuesta a la vez política y cognitiva sobre la relación del sujeto con las cosas y con el mundo. Por un lado, prima la vida interior por sobre los sucesos y la materialidad de las cosas: es algo que el lector de Proust percibe después de haber leído tres páginas; ese moldear contradictorio, múltiple en sus perspectivas, de cualquier objeto, paisaje, suceso, rostro, que insiste desde la estructura gramatical sobre un volver atrás y un ir hacia adelante que hacen de la frase una extensión, un discurrir de cajas sintácticas, subordinadas, aposiciones, que impiden cualquier fijación y explotan el mandato clásico de la ‘claridad’”.
En cuanto a la propuesta política, en continuidad total con Gustave Flaubert, la investigadora y profesora propone que “escritura y vida, o escribir y vivir, son una unidad intransitiva donde la lengua amplifica la experiencia, empatiza con la materialidad del mundo y a la vez hace del sujeto una fuente inabarcable de imágenes que transforman por completo esa materialidad. Es por eso que René Char lo llamaba ‘el poeta Proust’”. A cien años de su muerte, para Cámpora “con Proust sucede exactamente lo contrario de la dinámica actual en redes, donde escribir (compartir, favear, likear) es reducción de la experiencia y dificultad de ir hacia dentro: no es que Proust se adelantó cien años; es nuestro tiempo el que atrasa cien años respecto de Proust”.
El tiempo, artista de la destrucción
Martín Buceta, doctor en Filosofía por la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y autor de Merleau-Ponty lector de Proust: lenguaje y verdad y Camus, Sartre, Baricco y Proust. Filósofos escritores & escritores filósofos, tendrá a cargo la clase magistral “¡Proust ha resucitado!” el jueves a las 18.30. “El tiempo funciona como una dimensión en la que transcurren diversos sucesos de la vida del héroe que son narrados por ese ‘yo’ que inunda la novela desde la primera hasta la última página. A su vez, Proust se toma el trabajo de referirse al tiempo a veces con mayúscula y en este sentido el Tiempo se perfila como un personaje fundamental de la Recherche proustiana -postula Buceta-. El Tiempo corroe y cincela los cuerpos y los rostros de los personajes, aparece como un artista de la destrucción que realiza su obra en los hombres y mujeres que se transforman a lo largo del relato mediante su acción constante y minúscula, como aquella de la gota que horada la piedra. El tiempo es el éter en que todo nace, se transforma, existe y perece, es aquello que sostiene, atraviesa y supera todo y a todos, es, en última instancia, el verdadero protagonista de la búsqueda del héroe. Muchos dicen que el gran ausente de la novela proustiana es Dios; yo creo que no es así, hay un ser omnipresente y omnipotente en la novela: el Tiempo”.
Buceta dice que Proust escribió en El tiempo recobrado, el último tomo de En busca del tiempo perdido, que sus lectores eran lectores de sí mismos. “La obra funciona como un espejo en que uno puede verse reflejado. Las peripecias del Narrador, los distintos pasajes en que asistimos a las diversas experiencias de su vida, son expresadas con tal precisión que uno suele pensar mientras lee: ‘esto me pasó así’, ‘Proust está describiendo algo que yo viví’. Ya sea la ansiedad que uno puede sentir por el gesto de cariño de un ser amado, la tristeza que produce la muerte de una persona esencial en nuestras vidas, los celos que pueden sentirse en una relación amorosa... Proust logra tocar con su narración una fibra que está dentro de nosotros y que, al resonar, nos hace volver sobre nuestras propias experiencias”, interpreta el doctor en Filosofía.
“La Recherche se asemeja a esos textos sagrados que al ser leídos en diferentes momentos vitales por una persona pueden decirles algo distinto, hacerles ver la vida desde una nueva perspectiva. Esta capacidad es la que habilita nuevas lecturas de la obra. Un fenómeno bastante particular de esta novela es que la mayoría de las personas que la leen en su totalidad la releen porque saben que cuando atraviesen de nuevo esos pasajes la novela ya no dirá lo mismo sino algo distinto, algo que dependerá de las contingencias vitales de ese nuevo lector que es uno mismo, de ese otro yo (como diría Marcel) que ahora soy al releer la novela”.
El programa completo de “Experiencia Proust” se puede consultar acá.
Música, cine y madeleines
La Orquesta de la UBA Rector Ricardo Rojas presentará el martes a las 19.45 en el marco de las jornadas “Experiencia Proust” un programa de obras musicales de autores contemporáneos a la obra de Marcel Proust y de los que el escritor reconoció su influencia, como Wagner y Debussy, entre otros. Se servirán madeleines. El programa se repetirá en distintos horarios el resto de la semana. El miércoles a las 19.30 se realizará el encuentro con Olga Cecchi y Silvia Mazar, protagonistas de Le temps perdu, de María Alvarez, y Tirso Díaz Jares Rueda, productor y director de fotografía del documental. A las 20.30 se proyectará el documental en el cine Cosmos sobre este grupo de personas que hace 18 años se reúnen en un bar de Buenos Aires a leer una y otra vez el mismo libro: En busca del tiempo perdido. El viernes 18 a las 20.30, el mismo día en que se celebrará el centenario de la muerte de Proust, habrá una única función de Marcel Proust. La música y el tiempo, textos y músicas de la novela En busca del tiempo perdido. La entrada general cuesta 300 pesos. Alberto Tarantini estará a cargo de la narración, canto y saxo tenor, además de la dirección del espectáculo; Roxana Baldor acompañará en piano.