Tres cuentos largos componen el nuevo libro de Pablo Colacrai: "Talón de Aquiles", "El centro del mar" y "Los silencios". Salieron reunidos bajo un significativo título común: Ese mundo ya no es nuestro. Lo publicó en Buenos Aires el sello Modesto Rimba y lo presentarán en Rosario, junto a su autor, dos escritores rosarines: Lila Gianelloni y Javier Núñez. La cita es hoy a las 18 en el SUM de la Biblioteca Argentina (Pte. Roca 731).
"Estoy seguro de que esa novela les gustaría a los lectores. Tengo amigos que podrían escribirla muy bien. Yo no. No me sale. Es como si el corazón de la historia estuviera en un punto ciego: lo intuyo, pero no puedo verlo", confiesa el narrador de "Los silencios".
Javier Núñez tal vez sea uno de esos amigos novelistas. Lila Gianelloni, en un cuento al comienzo de su libro Camino a casa, escribió sobre un hombre que camina por la playa con un chico en los hombros mientras todos aplauden. La escena parece cruzarse con el segundo cuento del libro de Colacrai, donde se explica que están buscando a la mamá del niño y se añade una frase esperanzadora al angustioso final abierto que proponía su colega: "Las madres nunca se pierden", dice uno de los bañistas. Por un instante, al leer, es como si el universo de las obras literarias fuese más real que este donde las teclea gente en lucha contra la finitud de los cuerpos. Se vuelve tridimensional, un multiverso Marvel donde los héroes de diferentes sagas se cruzan entre sí y solamente los lectores sabemos de qué van esos encuentros casuales en esos mundos creados por un gigante (como mitologiza el hijo niño de uno de los cuentos, el del medio) acaso tan inexistente como las criaturas que pueblan sus ensoñaciones. El niño, él todavía cree en el gigante.
Las madres nunca se pierden y ese axioma se vincula con el otro del título para tramar la urdimbre de sentido profundo en la que Colacrai teje sus tramas. Ese mundo ya no es nuestro, es decir de los hombres, sino de las mujeres y los niños, o de las madres y los bebés. En "Los silencios", un escritor que lucha por expresarse intenta contar el instante cuando quedó de ese lado de afuera, el de los hombres. Un hijo que junto a su padre se retira de una casa en la que dejan solos a una madre soltera, su bebé y un gato, ya no es más un niño. Ya no pertenece a ese mundo que, valga la redundancia, ya no es de ellos.
Esto es lo que el narrador camuflado de autor in fabula trata de decir y a la vez logra expresar sin palabras, rodeando aquel "punto ciego" que a la vez alimenta la obra y se vuelve indecible: un núcleo de silencio que podría ser uno de los diversos silencios a los que se refiere el título. No se confunda este silencio con ese otro, más explícito, el de la complicidad entre padre e hijo en el secreto sobre el adulterio del padre. Este es el de una expulsión, el de un quedar a la intemperie; su epifanía es parienta lejana de aquella de Anton Chejov en su cuento "Gente sobrante". No, no es una victoria; es una retirada.
Del mundo de las mujeres y los niños se retiran (no para siempre) los protagonistas de los dos primeros cuentos del libro: dos profesores de literatura, uno de ellos con quince cuentos escritos, el otro con una vana ambición malograda. El del primero, que obra de narrador, está literalmente quebrado. Es un trabajador en reposo y lleno de culpa, como aquel entrañable desertor de Salinger, pero más antipático. Es una historia contada sin el naturalismo que hubiera requerido (cuando el médico le dice que la osteoporosis es rara a su edad, no lo está tratando de viejo sino todo lo contrario. Que él se ofenda por eso, además, no habla muy bien de su capacidad de tolerancia; tampoco lo hace su uso de "autista" como sinónimo de siniestro). A ese exilio interno llega un extraño que de a poco se hace amigo, si es que se puede llamar amistad a pasarse dos horas cada noche entre whiskys y ajedrez dos hombres que en la jerarquía de los varones se hallan en distintos escalafones sociales, compensados porque el superior convalece y el inferior trae el jugoso relato de una amante. Quién gana o quién pierde, quién se queda con la mamá y el bebé o sale de la casa a la intemperie de las calles, son preguntas que se van dirimiendo en un juego exquisito que no es el torpe ajedrez entre estos dos personajes, sino un dispositivo de cajas chinas donde un relato constituye el marco de otro relato.
En "El centro del mar" (el cuento central, una de cuyas viñetas hace intertexto con el cuento de Lila), el narrador omnisciente y el narrador in fabula compiten entre sí por ver quién logra contar la historia, plasmar la mejor de todas sus posibilidades. De cada giro argumental se nos entregan, en borrador, dos versiones: la del no-escritor si lo fuese, la del autor que posa el punto de vista en la subjetividad de ese mismo personaje. Al fin triunfa el bien pero por muy poco, por un gol de penal; y el cimbronazo que sufre el mundo del hogar, ese donde el hombre, la mujer y el hijo comparten todavía una misma cotidianeidad y un mismo espacio doméstico de intimidad, deja su temblor palpitando.
Pablo Colacrai nació en 1977 en Noetinger, Córdoba; vive en Rosario. Es licenciado en Comunicación Social. Publicó los libros de cuentos La noche en plena tarde (Rosario, Río Ancho Ediciones, 2012) y Nadie es tan fuerte (Bs. As., Modesto Rimba, 2017), que en 2018 fue finalistas del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez.