Una familia se sienta a ver un partido de fútbol. Si la buena suerte acompaña a su equipo, mejor no tentar al destino: todos se ubican en los mismos lugares que la vez anterior. El ritual permite tener las condiciones idénticas a las de la victoria. No importa si el gol del triunfo fue fruto del talento del número 10 o de una elaborada jugada de laboratorio: el tío no se movió del sillón y ayudó a la victoria.
Si el resultado no se repite, hay que analizar las causas de la derrota. ¿Achique mal tirado? ¿Remate que se desvió en un defensor y desacomodó al arquero? ¿Un penal en contra sobre la hora? En cierto hogar, se acusará a la abuela que justó se levantó para ir al baño. En consecuencia, se alteró el ritual y habrá que buscar otra fórmula casera para ayudar al regreso del triunfo. Las cábalas forman parte de las costumbres a la hora de querer empujar el destino en acciones en las que uno no tiene injerencia. Forman parte del folklore futbolero y dirán presente cuando la Selección argentina comience a jugar en el Mundial Qatar 2022.
Cábala y cábala
La palabra cábala es polisémica en castellano. En la acepción que interesa, de acuerdo al Diccionario de la Real Academia Española, es un “cálculo supersticioso para adivinar algo”. También es sinónimo de suposición y de intriga. Además, refiere al “sistema de interpretación mística y alegórica de la Biblia judía" y al “conjunto de doctrinas teosóficas basadas en la Biblia, que, a través de un método esotérico de interpretación y transmitidas por vía de iniciación, pretende revelar a los iniciados doctrinas ocultas acerca de Dios y del mundo”. Estas dos últimas acepciones fueron el tema de interés de un intelectual lejano como pocos al fútbol, terreno propicio por excelencia para el “cálculo supersticioso”: Jorge Luis Borges.
En su conferencia sobre la Cábala, recogida en el libro Siete Noches, Borges afirma que el término “cábala” quiere decir “tradición” y “recepción” y que “se supone que las letras son anteriores; que las letras fueron los instrumentos de Dios, no las palabras significadas por las letras. Es como si se pensara que la escritura, contra toda experiencia, fue anterior a la dicción de las palabras. En tal caso, nada es casual en la Escritura: todo tiene que ser determinado. Por ejemplo, el número de las letras de cada versículo”. En otras palabras: las cábalas son la vulgarización de la Cábala. Si hay un sistema determinado en el texto bíblico que le otorga sistematización (tema de estudio de los expertos cabalísticos), eso se traslada a determinadas acciones que, combinadas en tiempo y espacio, deberían alterar el curso de la historia en hechos cotidianos.
Lo lógico sería que, para aprobar un examen, el alumno haya leído y comprendido el manual de punta a punta. Pero una estampita o una vela encendida en su casa suelen dar una mano. Si aprueba, será tanto por su esfuerzo como por la ayuda extra. En algún hogar del conurbano, un hombre está convencido de que haber comprado una docena de facturas en una panadería en la que nunca había entrado fue determinante para que la Argentina venciera a Inglaterra en el 86. No será tan arrogante de atribuirse los goles de Maradona, pero se siente parte del triunfo. Y como repitió eso contra Bélgica y Alemania, tiene el derecho a sentirse campeón.
Es que las cábalas terminan siendo un elemento por el cual, desde afuera, nos incorporamos al grupo por el que hinchamos y nos sentimos parte. No es solamente la cuestión de alentar y gritar los goles, sino de, aunque sea con supercherías, aportar (o, mejor dicho: sentir que aportamos) un granito de arena a un éxito que, sobre todo, es colectivo.
El cabulero
Así como “cábala” es un término polisémico, el habla popular derivó en que, para diferenciarse de los estudiosos de la Cábala (es decir, los cabalistas, que no deben ser confundidos con los cavallistas de Domingo Cavallo, si es que quedan), aquellos que confían en las cábalas sean llamados cabuleros. Por derivación, la palabra debería ser cabalero. Ese vocablo existe en el diccionario, y remite al hijo que no es heredero. No se impuso “cabalero” para los afines a las cábalas (así como “bizarro” en castellano es sinónimo de valiente pero se popularizó como expresión de algo surrealista o grotesco, por influencia del inglés, hasta sumar la acepción correspondiente). El cabulero remitiría a algo llamado cábula. Y esa palabra existe.
En el Diccionario de Americanismos se consigna que “cábula” es una derivación de cábala. Dos acepciones interesan: “Superstición basada en el uso de determinado amuleto o ritual para tener buena suerte en algo” y “superstición, creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón”. Aquel que frecuenta estas costumbres es el cabulero. Con lo que, de acuerdo a este diccionario, la cuestión no pasa porque al hombre afecto a las cábalas no se lo llame cabalero, sino que en rigor deberíamos hablar de cábulas. Pero, para no tentar a la mala suerte, mejor seguir con cábalas y cabuleros.
Los talismanes de Bilardo y la leyenda de Quiricocho
Así como los hinchas tienen sus cábalas, los propios protagonistas no son ajenos a la cuestión. En materia de cábalas, Carlos Salvador Bilardo ocupa un lugar privilegiado en el folklore futbolístico. Obsesivo hasta lo inenarrable, es indiscutible que ese apego en controlar todo al detalle fue determinante en su éxito. El asunto es que “controlar todo” implica, en su caso, algo rayano en lo metafísico. En el Mundial de México, los jugadores ocupaban los mismos asientos en el micro que los llevaba a los partidos y escuchaban siempre la misma música. Se desconoce si Bilardo leyó La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares (no solamente un texto señero del relato fantástico, ¿acaso un manual de cábalas por su repetición constante?): lo cierto es que el entrenador se propuso recrear las mismas condiciones previas a cada partido.
Cuentan sus dirigidos que en un momento dado las cábalas se volvieron incontables. Ricardo Giusti diría que parecían una secta en la que Bilardo era el gurú. Las cábalas eran anteriores en el universo bilardiano. Los más memoriosos recuerdan una costumbre en el Estudiantes campeón de 1982 (un equipo brillante, cuyo éxito no puede atribuirse, como en ningún campeón, a las supersticiones): un hombre cercano al plantel, conocido como Quiricocho, era enviado por Bilardo a palmear a los jugadores visitantes cuando bajaban del micro. Al parecer, Quiricocho era portador de la mala suerte. La leyenda dice que sus poderes eran cosa seria: Estudiantes perdió con Boca un día que Quiricocho no estaba para palmear. El nombre se usó como talismán ante penales de rivales, como forma de forzar el error.
La mufa y los cuernitos de Mostaza Merlo
Esa derivación de las cábalas lleva al terreno de la mufa, que no es otra cosa que una expresión degradada del chivo emisario. Alguien lleva en sí todas las desgracias posibles y se lo aparta al punto tal que su sola mención puede provocar desastres. Esa degradación tiene su reverso en los brujos que algunos planteles llaman para “exorcismos” y “trabajos”. Si el éxito deportivo acompaña, el hechicero de turno tendrá su cuota de mérito. ¿Y si fracasa? ¿No sería dable pensar que pateó para el otro lado?
Reinaldo Merlo hizo historia con los “cuernitos” que hacía con sus dedos índice y meñique, como forma de que no prosperara alguna acción rival contra su Racing campeón en 2001, cuando la Academia cortó 35 años de sequía a nivel local.
Merlo colaboró con Alfio Basile en su primer ciclo al frente del Seleccionado. En la Copa América de 1993 se impuso una cábala antes de los penales, materia en la que Sergio Goycochea fue un héroe en el Mundial de Italia. Ante Brasil y Ecuador, a la hora de la definición por penales, los jugadores rodeaban en un aparte al arquero, se amontonaban abrazados encima de él, como si estuvieran en una arenga. Tapado por sus compañeros, el arquero orinaba sobre el verde césped. La Selección dejó atrás a sus rivales gracias a los penales atajados por el arquero.
Orinar parece una manera de conjurar una racha adversa. Ernesto Farías, uno de los grandes goleadores de Estudiantes, acumuló varios partidos sin convertir. Bilardo era su entrenador y lo llevó un día a la noche a orinar junto a los arcos en la cancha del equipo platense. Al día siguiente, volvió al gol.
Las cábalas parecen ser patrimonio de la línea resultadista, con Bilardo a la cabeza. Su contraparte, la representada por César Luis Menotti, no es conocida por apelar a esas artes. Jorge Valdano, formado por Menotti, adscripto a su escuela de juego vistoso, fue parte del plantel de México 86 y admitió estar sobrepasado por tantas cábalas.
El talco del Coco Basile y el Panadero Díaz
Basile, que fue integrante del mítico Huracán de Menotti en 1973, es otro cabulero de fuste. En su exitoso paso por Boca, en 2005, abundaron las cábalas. Los días de partido, en la concentración, determinados programas de TV no podían sintonizarse porque traían mala suerte. Rubén "Panadero" Díaz, el histórico ayudante de campo de Basile, llevaba talco en los bolsillos y, si Boca hacía un gol, palmeaba al DT con ese polvo. Los artilugios no funcionaron en el segundo paso de Basile por la Ribera.
La mala suerte futbolística de la Selección, que duró entre 1993 y 2021, probablemente puso en tela de juicio las cábalas. No su existencia, pero sí la infalibilidad de algunas. Vale decir: los seguidores de cábalas cambiaron de método, pero no prescindieron de ellas. En algunos casos, quizás hayan reincidido en viejas fórmulas, a ver si esta vez funcionan. Lo que no queda claro es por qué la repetición sostenida generará un éxito determinado y éste después no se sostiene en el tiempo. La respuesta ya se esbozó: es una manera de sentirse parte, de estar un poquito adentro de la cancha. No por nada, se machaca con que en la Argentina hay (actualizados los datos con el último censo) 45 millones de directores técnicos.