La escalera que lleva al sótano del Pozo de Banfield tiene una única baranda y dista de ser estable. El piso todavía está húmedo, pero Pablo Díaz baja con paso firme. Ya no es el adolescente que estuvo hace 46 años secuestrado en ese campo de concentración, pero sigue siendo el mismo que guardó en su memoria todos los datos sobre sus compañeros, los pibes y las pibas secuestrados en lo que se conoció como La Noche de los Lápices. Durante años, el sótano estuvo inundado. Aún quedan algunos piletones de agua, que hacen que quienes participan de la inspección ocular en el centro clandestino, busquen pedazos de tierra firme donde pararse. La luz es tenue, el aire es casi irrespirable y el ambiente es tétrico. Jueces, abogados y familiares lo escuchan. “A los chicos los drogaron y les pegaron el tiro del final acá”, suelta Díaz. No es la primera vez que relata lo que le había revelado un militar que lo visitaba cuando pasó a ser un detenido legal de la dictadura, pero es la primera vez que desciende hacia ese inframundo que pudo haber sido el último destino de sus compañeros de militancia y de cautiverio.

A Pablo Díaz lo secuestraron el 21 de septiembre de 1976, cinco días después de que comenzara la redada en La Plata. Después de pasar por Arana, llegó al Pozo de Banfield. Un infierno de escaleras de cerámicas rojas en el que la tortura se completaba con el cautiverio en celdas diminutas –sin ventilación ni iluminación– y con guisos grasientos que se servían cuando los guardias tenían ganas –quizá una vez por semana–. De los chicos de la Noche de los Lápices secuestrados en ese centro clandestino, él fue el único que salió con vida.

Mientras estaba detenido en la Unidad 9 de La Plata, Díaz se entrevistó con Carlos Oscar Sánchez Toranzo –que oficiaba de enlace entre el Primer Cuerpo de Ejército y el Ministerio del Interior–. Sánchez Toranzo fue el que le dijo que los pibes y las pibas habían sido fusilados en el sótano dos días después de que él empezara su periplo hacia la legalización. “Me dijo que no habían sufrido porque les dieron el tiro en la nuca”, relató.

Pablo Díaz había contado lo que le había dicho Sánchez Toranzo en el Juicio por la Verdad de La Plata hacia finales de la década de 1990, lo que derivó en un careo entre el sobreviviente y el militar --que dijo que se enteró de lo que había pasado con los pibes gracias a la película--. En ese mismo juicio, unos años más tarde, el sobreviviente Francisco Frucci contó que él había estado cautivo en el sótano del Pozo, pero nunca llegó a reconocer el lugar –que hasta ahora venía siendo un misterio–. Recién hace unos meses se completaron los trabajos necesarios para que el sótano sea un espacio transitable.

El sótano estaba totalmente inundado en 2006. Gentileza: Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos (AEDD).

Los tres integrantes del Tribunal Oral Federal (TOF) 1 de La Plata –Ricardo Basílico, Walter Venditti y Esteban Rodríguez Eggers– escuchan con atención al sobreviviente. A su izquierda está el subsecretario de Derechos Humanos bonaerense, Matías Moreno, y a unos metros se ubica Marta Ungaro, la hermana de Horacio –uno de los pibes de La Noche de los Lápices. “(Carlos) Hours también dice que los chicos fueron asesinados acá”, acota ella. Se refiere a un expolicía bonaerense que declaró en el Juicio a las Juntas y se acercó a algunos organismos de derechos humanos para denunciar a principios de la democracia, pero que después se esfumó.

El tema de mayor contradicción es saber de este horror y que estén en domiciliaria– les dice Díaz a los tres magistrados.

–Ustedes tienen la responsabilidad de la historia, la responsabilidad de hacer cesar el arresto domiciliario– se suma Ungaro.

A Marta la abraza Teresa Laborde. Teresa es la hija menor de Adriana Calvo, la que nació mientras la madre era trasladada desde la Comisaría 5 de La Plata hasta el Pozo de Banfield. O simplemente Teresa, la que nació presa, como decía el poema que los compañeros de cautiverio le regalaron a Adriana. “Son 45 años de una lucha pacífica”, dice Teresa, a quien acompaña su hermana Martina. “Si los mandan a la cárcel, van a hacer historia”, les reclama. El presidente del TOF, Basílico, informa que va a iniciar un incidente para evaluar el pedido.

Desde el otro rincón, nace la voz de Alejandra Castellini. Es la hermana de Eloísa Castellini, una de las embarazadas que estuvieron en el Pozo. “Mi sobrina tiene 45 años. Mi hermana le puso Victoria de nombre. Hace 45 años que la buscamos”, dice.

A su lado está Irene Ippolito, que durante décadas acompañó a Adriana Calvo en la meticulosa tarea de confeccionar las listas de los desaparecidos de ese centro clandestino y siguió con la tarea tras la muerte de la dirigente de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos (AEDD). Ella les dice a los jueces que están los legajos de quienes actuaron en esa dependencia de la Bonaerense pero que se necesita un empuje para investigarlos y juzgarlos. “El listado es oficial. Ésa es la gente que estaba en lo cotidiano”. Los jueces toman nota.

Marta Ungaro y Teresa Laborde escuchan a Pablo Díaz mientras sostienen un pañuelo con los rostros de los chicos de La Noche de Los Lápices. Gentileza: SDH PBA.


Balas

La inspección ocular arranca cerca de las 9 de la mañana. Díaz, los jueces, los familiares y los abogados ingresan por el mismo portón por el que entraban los autos de los grupos de tareas durante los años del terrorismo de Estado. Pablo Díaz y Marta Ungaro hablan del sonido característico del metal crujiendo contra el cemento. “Ay, es el ruido del que hablaba mi mamá”, dice Martina Laborde, que entra con ellos.

Después del playón, Díaz guía la inspección hacia el último paredón del lugar que hasta 2006 supo albergar dependencias de la policía provincial –que fue desafectada gracias a los reclamos de la multisectorial Chau Pozo–. Cuenta que los llevaban hasta ese rincón para hacerles simulacros de fusilamiento. “La gente gritaba ‘viva el ERP’ o ‘viva Montoneros’ y ahí la identificaban. Yo lo único que pensé fue ‘me mataron’”, les dice a los jueces. Dos de ellos se enfocan en una pared lateral. Rodríguez Eggers camina hacia allí y ve que hay agujeros perfectamente redondos de distinto diámetro. Pueden ser las marcas de las balas, comenta con Venditti.

El recorrido después sigue después por el sector de las celdas y de los baños, donde Díaz relató los abusos que sufrían particularmente las prisioneras. “La justicia tardó mil millones de años en hacer justicia”, se la escucha decir a Martina Laborde mientras termina la recorrida en ese área.

Los disparos en la pared.


Las hijas

Victoria Moyano Artigas entró una vez al Pozo de Banfield para un acto, pero no pasó del playón. Nunca antes había llegado hasta la llamada “maternidad”, una cocinita donde eran llevadas las embarazadas a parir. Antes de subir, le pidió al presidente del tribunal hacer una nueva visita con sobrevivientes que hayan estado en agosto de 1978, cuando ella nació. A su lado está Paula Logares, que cuando tenía 23 meses fue llevada junto con sus padres a ese centro clandestino. Su abuela, Elsa Pavón, la acompaña y la espera en una silla. También están María José Lavalle Lemos, nacida en el Pozo en septiembre de 1977, y su hermana María. Alejandrina Barry no nació allí porque a su mamá –secuestrada antes del golpe– la llevaron a dar a luz a Olmos. Teresa y Martina Laborde buscan recovecos y encuentran un escritorio. Les dicen a los jueces que alguno de los cajones pueden haber sido el que los represores le dieron a Adriana Calvo para que usara de cuna de su beba. El presidente del tribunal le pide al secretario que saque fotos.

En la “maternidad”, quedan juntas las chicas. El juez Basílico decide salir para darles un momento a solas. Pablo Díaz espera afuera. Después, todos, todas y todes bajan con las cabezas gachas hasta el piso inferior. Las chicas posan frente a unos murales. Hay sonrisas, hay abrazos, hay llanto. Antes de retirarse con sus colegas, Basílico se acerca y les dice que van a tratar los pedidos para revocar las domiciliarias.