Desde París
El humanismo europeo naufragó varias veces en las aguas del Mediterráneo, del Mar del Norte y en el Canal de la Mancha donde acuden miles de migrantes oriundos de África y Medio Oriente. El último naufragio fue durante finales de octubre y la primera quincena de noviembre cuando un barco humanitario con 230 migrantes rescatados, el "Ocean Viking", se quedó sin poder atracar en Italia. La Presidenta del Consejo italiano, la ultra fascista Giorgia Meloni, se subió al barco del oportunismo político y estrenó los desvíos de su ideología contra quienes no tienen absolutamente nada: Meloni negó al barco desembarcar en un puerto italiano. El "Ocean Viking" deambuló durante tres semanas por el Mediterráneo sin encontrar ningún puerto que les abriera sus muelles. Los humanistas de los Estados Europeos estaban ciegos y sordos ante la catástrofe humanitaria del Mediterráneo que los mimos occidentales provocaron cuando el ex presidente Nicolas Sarkozy, con respaldo de las Naciones Unidas, partió en cruzada militar contra quien en ese momento dirigía Libia, el difunto coronel Muamar Khadafi. Lo derrocó con la OTAN a golpes de bombas y ello abrió un inmenso corredor migratorio que ya dejó, en el Mediterráneo, más de 23 mil muertos desde 2014. Recién el pasado 11 de noviembre, el presidente francés, Emmanuel Macron, autorizó a que el barco humanitario ingresara al puerto de Toulon, en sur de Francia, ”de forma excepcional”, según declaró el Ministro de Interior de Francia, Gérard Darmanin. El titular de la cartera de Interior criticó “la decisión incomprensible” y “contraria al derecho internacional" que Italia tomó cuando rehusó el ingreso del barco humanitario a sus puertos. Meloni atacó la actitud “agresiva, incomprensible e injustificada” de Francia. El episodio de los migrantes hipotecó por un buen momento las relaciones entre Roma y París al tiempo que volvió a dejar al desnudo la indigna polémica que se enroscó en torno a los migrantes. Son la presa más fácil de las ideologías extremistas: no son nadie, no tienen ni voz, ni rostro, ni derechos, ni nadie que los represente. Europa se los reparte como platos envenenados y ni siquiera cuando logran residir en los países están en paz: les queman los centros de refugiados –como es recurrente en Alemania—o los desprecian.
Muy volcada a las retóricas humanitarias universalistas, la Unión Europea ha sido incapaz de pactar un mecanismo de solidaridad colectiva en torno a un tema como la migración cuyo principal beneficiario es la extrema derecha. No por nada, la crisis explota ahora con la dirigente italiana oriunda de esa ideología y que hizo de los migrantes su mejor negocio electoral. En casi nueve años de crisis migratoria en el Mediterráneo, la Unión Europa ha llevado escasamente a la práctica esos derechos humanos que la fundaron históricamente. Las imágenes de dos conflictos diferentes son aterradoras: los migrantes que huyen de la guerra de Ucrania son recibidos con banderas y los brazos abiertos, los migrantes del Mediterráneo que escaparon de las guerras y la miseria ingresaron al puerto de Toulon escoltados por militares y fueron luego transferidos a una suerte de “zona internacional” que no les otorga ningún derecho. Francia recibió este año a 106 mil migrantes de Ucrania contra unos pocos de los que osan lanzarse al Mediterráneo provenientes de Bangladesh, Sudan, Afganistán, Libia, Egipto, Irak, Siria o Eritrea.
Calvario europeo
Los países costeros del mar Mediterráneo llevan varios años “pasándose” los migrantes que Italia rechaza. El presidente de la ONG SOS Mediterráneo, François Thomas, saludó la decisión del jefe del Estado francés, pero también recordó que “hubo un calvario de tres semanas”. En 2018, Macron rehusó que el barco humanitario "Aquarius" desembarcara en Francia para “que el país no caiga en los extremos”. Cuatro años después aceptó pese a que el país ya cayó “en los extremos”: la ultraderecha del partido Reagrupación Nacional consiguió 89 parlamentarios en las elecciones legislativas de 2022.
La historia de los capitanes y de los barcos humanitarios que surcan el Mediterráneo en busca de migrantes sobrevivientes es, a su vez, un horrendo retrato de las dirigencias europeas y del sometimiento de los políticos y las sociedades a las retoricas de la ultraderecha. El "Ocean Viking" es un barco operado por la ONG SOS Mediterráneo que reemplazó en julio de 2019 al "Aquarius" luego de que este barco salvara, entre febrero de 2016 y diciembre de 2018, a 30. 000 migrantes en el Mediterráneo. El "Aquarius" fue neutralizado por oscuras razones políticas y jurídicas. Todos los países rehusaron otorgarle la bandera necesaria para que pudiera navegar. Juicios, amenazas, arrestos de los capitanes, calumnias, agresiones y cierre de los puertos han sido en estos años la cuota pagada por las ONG que salvan migrantes. Hay incluso una versión muy divulgada en Italia por la extrema derecha según las cual las ONG “se ponen de acuerdo” con los traficantes de migrantes para rescatarlos luego en alta mar. La Fiscalía de Catala (Sicilia) acusó a Médicos sin Fronteras de traer ropa de migrantes que podrían estar contaminadas con virus patógenos (HIV, meningitis, tuberculosis). En 2019, Pia Klemp, la capitana alemana de los barcos humanitarios Luventa y Sea Watch-3, fue acusada por la justicia italiana de “sospecha de ayuda y complicad con la inmigración ilegal”. Los mismos cargos recayeron contra la capitana Carola Rackete. En Francia, la líder de la ultraderecha, Marine Le Pen, dijo que las “ONG son cómplices de los traficantes”. Peor aún, la última tendencia en Italia, Grecia o Reino Unido consiste en acusar a los mismos migrantes, o sea, a las víctimas de las mafias, de ser los traficantes solo porque condujeron un barco o pidieron auxilio. Las justicias de esos países los arrestan y les hacen juicios llenos de irregularidades con condenas que pueden superar los 50 años de cárcel.
La ultraderecha se apodera del tema
Como lo recuerda el portal de la Unión Europea, Italia recibió millones de euros de la Unión para aliviar la gestión de los. migrantes y, desde 2019, existe un nuevo sistema para relocalizar a los migrantes que involucra a 12 Estados de la Unión. En 2022, a través de un pacto de solidaridad, 18 países europeos se comprometieron a relocalizar a 10 mil migrantes por año. El rencor italiano remonta a 2015 cuando, ante una ola inmensa de migrantes que partieron de las costas libias (hubo más de un millón y medio) los demás países europeos miraron hacia otro lado. Roma siempre consideró ese período como una “traición”. La ultraderecha de Meloni y Matteo Salvini (ex Ministro de Interior de la ultraderecha) se apoderó del tema para sacar rédito electoral. La “unión nacional” contra los “traidores” europeos y los migrantes sin aliento. ”Estamos solos, nadie nos ayuda”, ”las ONG son taxis marítimos que favorecen a los migrantes del Mediterráneo”, los “africanos deben quedarse en sus países”: todas las narrativas de la ultraderecha italiana volvieron al primer plano y sorprendieron a los socios europeos que, sin concertación por parte de Roma, se encontraron con que Italia cerraba sus puertos.
Hay varios planos de lectura, el más peligroso y evidente es la realidad: pese a sus coqueteos con la Unión Europea, sus sonrisas y sus promesas, la extrema derecha italiana está haciendo tambalear a Europa. Meloni dijo que iba a buscar “una solución europea”. Esta, sin embargo, ya existe en varios textos firmados durante años. Macron, a su vez, dijo que “este problema no se solucionará jamás si no se tiene una auténtica organización europea que funcione, y menos aún si no se saben solucionar los problemas de desigualdad con el continente africano y las otras orillas del Mediterráneo”.
El forcejeo italiano, en realidad, también esconde una negociación para obtener más fondos europeos a espaldas de los migrantes. En julio de 2013, en lo que fue el primer viaje de su papado, el Papa Francisco fue a la isla de Lampedusa, en las costas de Sicilia, para rezar por los migrantes muertos en alta mar. Allí pronunció su célebre frase: “la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar”. Han pasado casi 10 años y poco ha cambiado. La indiferencia sigue allí, aliada ahora con la globalización de la ultraderecha.