En el marco de la XV Conferencia Regional sobre la Mujer y personas LGBTINBQ+ como una de las actividades paralelas, se realizó la Ronda feminista de conversación e intercambio, coordinado por Vanina Escales, responsable de la agenda transversal de género del CELS y Verónica Gago investigadora y militante feminista.
El encuentro contó con la presencia de Mónica Benicio, concejala de Río de Janeiro (Brasil) y activistas feministas de Colombia, Uruguay, Ecuador y República Dominicana. Con una sala colmada del Hotel Meliá se tejió un diálogo entramado con diversas reflexiones sobre cómo pensar una sociedad del cuidado en un contexto de ajuste como el que se está dando en los países de la región.
Partiendo de la premisa que sostiene que en los últimos años los transfeminismos idearon nuevas formas de construcción colectiva, transversal y de intervención en el espacio público, se realizó especial hincapié en la apropiación de herramientas de lucha propias de la organización sindical como la huelga, “porque todas son trabajadoras, con o sin ingresos, con o sin reconocimiento, todas cuentan con una carga desproporcionada y desigual de tareas de cuidado”, señalaron al inicio de la ronda.
En ese contexto resulta necesario repensar ¿Cómo afecta el ajuste económico a la construcción de sociedades de cuidado? En ese sentido Mónica Benicio aseguró: “Ante los reajustes económicos, las mujeres son las que más sufren en la sociedad. Y eso impacta directamente en los cuidados generales. Es importante que la política de cuidados esté en el centro del debate de la política pública. Que el Estado piense las políticas de cuidado como de política pública, porque si se recortan los presupuestos, sea de Educación, de Acción Social, eso genera mayor sobrecarga sobre las mujeres. Entonces es importante que la política de cuidados esté en el centro del debate de la economía.”
Reconocer es remunerar
Las tareas de cuidado son el trabajo más extendido e invisible que sostiene la sociedad y que hace un enorme aporte económico al orden productivo. De allí surgieron algunos interrogantes: “¿Qué producimos cuando nos dedicamos a cuidar? ¿Quién se apropia de ese trabajo?”
Al respecto, Norma Sanchis de la asociación Lola Mora e integrante de la Red de Género y Comercio expresó: “Desde hace tiempo venimos trabajando sobre el trabajo no remunerado que hacen las mujeres, lo que hace unos años empezó a llamarse economía del cuidado y lo que vemos es que por más que el Estado colabore, son las mujeres quienes terminan haciéndose cargo de todo. Lo que nosotras reivindicamos es el aporte del trabajo comunitario, sobre todo, en los sectores de menores ingresos, son las mujeres las que en las crisis han salido a compensar donde el Estado no llega. Nos parece que de la mano de los cuidados comunitarios podemos reformular una idea de cuidados desprivatizada, colectiva y colaborativa y ese es un aporte importante en un sistema neoliberal que parece que nos formateara a todos y nos dejara sin espacios para pensar la realidad.”
El no reconocimiento de esas tareas es la plusvalía que les quita horas de trabajo entregadas exclusivamente al sostenimiento de la vida, a las tareas reproductivas de cada miembro de la familia. Son tareas que mantienen el sistema social en marcha, como el cuidado y la transmisión de normas sociales.
Graciela Rodriguez, integrante de la Red de Género y Comercio detalla la experiencia de trabajo que vive en Río de Janeiro: “En Brasil con respecto a las políticas de cuidado hemos logrado avanzar ya con el triunfo de Lula. Brasil con Bolsonaro volvió al mapa del hambre del mundo y este es el primer compromiso del cuidado que hay que superar. Brasil no tiene un sistema integrado de cuidados pero sí tenía un sistema de bienestar social con diversos espacios en el área de salud, educación y trabajo doméstico remunerado. En eso hubo un enorme retroceso y lo principal ahora es poder recuperar esos espacios. En Brasil el trabajo de cuidados sigue siendo muy invisible y relegado y hay muchísimo por hacer, venimos acá a aprender y llevarnos experiencias para ver cómo avanzar en Brasil hacia una sociedad de cuidado.”
En Argentina el contexto de pandemia dejó en claro que cuando se habla de tareas de cuidado no solo se hace referencia a las tareas domésticas, las trabajadoras comunitarias impagas estuvieron al frente en los comedores, en las ollas, en las guarderías. Por eso, desde los transfeminismos de la ronda sostienen: “La deuda es con nosotras y nosotres”.
"Las políticas de cuidado tienen que estar en el ministerio de economía más que en un ministerio de mujeres, género y diversidad, esas son algunas de las observaciones que aparecieron en esta charla. Otra cuestión importante que se mencionó es el problema de la articulación política, cómo vamos logrando esa fuerza de articulación que ha hecho que los feminismos se hayan convertido en uno de los actores protagónicos a la hora de abrir el horizonte político contra el avance de las derechas y la intensificación neoliberal que es un intento de disciplinamiento a la dinámica de movimientos feministas y LGBTIQ+", señaló Verónica Gago.
Los feminismos lograron visibilizar que los trabajos de cuidados son la base de la producción económica y la acumulación capitalista: “Sin cuidados no hay vida y cuidar -a otras personas, a una misma o al entorno- implica trabajo”, señala la declaración política del Foro Feminista, refierendose a ese trabajo feminizado, que se realiza de forma precarizada y no remunerada, que demanda tiempo y energía de la que se sirve el sistema capitalista.
En ese sentido Vanina Escales destacó: “Algo que los feminismos hacemos desde hace muchas décadas es generar saberes, ponerle cabeza a los problemas e identificarlos, identificar dónde está el origen de algunas desigualdades. La pandemia desató una crisis enorme, aumentó la pobreza pero sobre todo reveló una crisis de los cuidados, terminamos endeudadas y atrapadas en un sistema del que difícilmente se sale bien parada. Los feminismos callejeros y populares salieron masivamente a la calle para mostrar algunos problemas, reclamar y reivindicar algunas cuestiones. Lo que hicimos en la primera huelga feminista del 8 de marzo de 2017 es reivindicarnos como trabajadoras. Trabajadoras somos todas, hicimos una apropiación feminista de una herramienta muy propia del sindicalismo, inventamos formas de inscribirnos en la huelga en nuestras casas. Lo que nos preguntamos es ¿Cómo hacer para que las tareas de cuidado que sostenemos a diario sean vistas por todes como un trabajo? porque entre nosotras es fácil identificarlos”.
Voces situadas
Las voces de referentas feministas resonaron en ronda con reflexiones, preguntas y un deseo colectivo de socializar las experiencias que viven en sus países, para crear juntas estrategias de acción que promuevan el reconocimiento de los trabajos de cuidados:
Monica Benicio, concejala de Río de Janeiro, arquitecta urbanista feminista y lesbiana: “Las mujeres fueron protagonistas de la resistencia del gobierno de Bolsonaro, fueron las primeras en gritar contra el golpe misógino, diciendo que Bolsonaro no podía ser una alternativa plausible para la democracia. Fue gracias a esa resistencia que Bolsonaro no avanzó más con el retroceso de los derechos de las mujeres. Tenemos que discutir la importancia de las políticas de cuidado en el centro del debate de la vida de las mujeres.
Tenemos un gran desafío en Brasil, aún con un gobierno que dialoga con la democracia y el campo progresista porque fue preciso hacer alianzas para llegar al poder y sacar a Bolsonaro de las urnas. En este periodo de transición de gobierno la gente está viendo la posibilidad de recomposición de ministerios, no tenemos paridad de género y sabemos que aunque haya un ministerio no basta. El gobierno de Lula tiene que tener políticas producidas por las feministas y los feminismos por el 99%.
Las mujeres son las más sobrecargadas por las tareas de cuidado cuando eso no es tomado como una política pública. Y tenemos pendiente la discusión por la legalización del aborto, es un debate en el que Brasil tuvo un retroceso muy grande con el gobierno Bolsonaro, a través de decretos la violencia simbólica fue conducida en lo cotidiano, violencia que inclusive impidió que niñas violadas puedan abortar, lo que produjo más violencia sobre sus cuerpos.”
Marisol Cabrera de Bogotá, arquitecta e integrante de la Red Mujer y Hábitat de América Latina y El Caribe: “En Bogotá tenemos un Sistema Distrital de Cuidado, es la primera ciudad de América Latina en tener un sistema diseñado para reconocer los trabajos de cuidado a las personas que lo realizan y redistribuir y reducir la sobrecarga de estas labores. Ya se puso en marcha y existe gracias a toda la incidencia de las organizaciones de mujeres. No es algo que se le ha ocurrido a la alcaldesa, son décadas de trabajo de las organizaciones de mujeres que han estado presionando.
Se está implementando con una organización y articulación de las entidades del distrito pero se ha dejado un poco de lado a las organizaciones comunitarias que precisamente, fueron las que propiciaron que se instaure el sistema. En este momento el desafío es articularlas, porque si las organizaciones de los territorios no están articuladas con ese sistema puede desaparecer en cuatro años, nos cambia el gobierno y se nos cae todo ese esfuerzo que hicimos. No puede llegar hasta la política y quedarse allí, sino que tiene que ser una conversación permanente entre las organizaciones de base y el gobierno local.”
Bienvenida Mendoza, activista feminista antiracista de República Dominicana: “Mirando las experiencias pienso qué adelantados están algunos países. En nuestro país yo diría que estamos en pañales, el artículo 189 de la Organización Internacional del Trabajo que establece la protección de los derechos de las trabajadoras domésticas, fue ratificado hace más de 20 años pero no se cumple.
Necesitamos de la solidaridad regional para intercambiar experiencias y conocer nuevas metodologías de acción. En nuestro país no tenemos mucha confianza en las políticas públicas de los Estados porque lograr cualquier pasito nos cuesta 20 o 30 años, aunque ya estén las leyes, no se aplican.
En República Dominicana hay más de 360 mil mujeres que trabajan para darle servicio a otras pero ellas no reciben ningún beneficio y en las zonas rurales es aún peor. Muchas de estas mujeres mueren porque no tienen dinero para comprar una pastilla de la presión, son trabajadoras que viven dando servicio de cuidado a mucha gente. El trabajo doméstico en nuestro país lo realizan las personas negras indígenas porque hay un problema de racismo y clasicismo. Somos las que estamos en esas esferas más bajas, no tenemos acceso a un sin número de cosas, por lo tanto, las luchas son más difíciles porque primero tenemos que luchar para comer y sobrevivir. Por eso donde vivo las luchas políticas son más a largo plazo, cuesta mucho pero no nos damos por vencidas, necesitamos apoyo y solidaridad.”