Meu nome es Gal suena en mi celular. Escucho a Gal Costa desde mucho antes de que la música estuviera disponible con solo tocar una tecla. Maria da Graça es su nombre, nació el 26 de septiembre de 1945 en Salvador de Bahía. Es un misterio por qué en ese lugar de la galaxia, entonces, nacieron músicos inolvidables.
La voz de Gal es un viaje de ida. Durante años, muchos años, salir a caminar por el Parque Urquiza era sinónimo de tener algún casete de Gal Costa en el walkman y, poco después, un cd en el diskman. Creo que fue en la época del aparato redondo cuando escuchaba a repetición el disco que grabó con canciones de Chico y Caetano, Mina d’agua do meu canto. Os quereres me llevaba del cielo al infierno del desentendimiento amoroso. Ella hizo que esa canción fuera parte de mi piel.
La voz de Gal iba del cielo al infierno con naturalidad, ampliaba el sentido de las letras de las que se apropiaba. Por eso, quizás, uno de sus temas emblemáticos era Força Extranha, otro tema de Caetano Veloso. El compositor hacía canciones para ella desde aquel inicio, cuando les unió el amor por Joao Gilberto.
Fue “una niña que se encantó por la música popular y después conoció a Joao Gilberto y fue abducida por ese sonido”, contó en algunos reportajes. Será por eso que su versión de Desafinado es un milagro: con su voz maravillosa donde brotan los agudos asegura “si dice que desafino, sepa que eso me provoca un inmenso dolor, sólo los privilegiados tienen un oído igual al suyo, yo poseo apenas el que Dios me dio”. La canción de Joao Gilberto es casi un manifiesto de la música hecha con el corazón.
Así fue como Gal y Caetano grabaron Domingo, en 1967. El tropicalismo estaba ahí, pujando por nacer. Gal nunca desafinaba. Es música que tiene más de medio siglo, pero suena contemporánea. Escucho Divino Maravilhoso, de Caetano y Gilberto Gil, y siento que su “es preciso estar atento y fuerte, no tenemos tiempo para temer la muerte”.
Sin temer a la muerte, Gal fue parte de Doces Barbaros, le puso el cuerpo al tropicalismo cuando sus compañeros debieron exiliarse. Suena Tropicalia y la paleta de imágenes y colores que retratan a Brasil se hace cuerpo en la voz de Gal.
En cada uno de sus discos había una canción de Caetano, siempre. Y muchas fueron escritas especialmente para ella, como Vaca Profana. Era la única que podía “decir” de esa manera: “Respeto mucho mis lágrimas, pero mucho más mis carcajadas”. Sólo ella podía pararse frente al mundo para gritar que “de cerca nadie es normal”. ¿Libertad sexual? Gal no necesitaba de discursos, cada vez que cantaba, su sensualidad sin límites lo inundaba todo, y así lo escribió también –siempre- Caetano, en Da maior importancia.
Gal fue convirtiéndose, con los años, en un símbolo de un Brasil tropical, festivo, libre. No decía discursos ni contaba sobre sus amores, y al mismo tiempo dejaba claro que la movía el deseo. Festa do interior levanta cualquier reunión y también fue la canción que eligieron cantar sus fans en el velorio, en la legislatura de San Pablo.
Porque Gal Costa ¿murió? el 9 de noviembre de este año, a los 77 años, de un infarto fulminante. Gabriel, su hijo de 18 años, adoptado cuando tenía dos, contó que al principio creyó que toda la ceremonia debía ser íntima pero luego advirtió que Gal era igual de importante para quienes llevan su música en el cuerpo.
A Gabriel, de 17 años, no le gustaba tanto la música de su mamá. Como excepción menciona a Estratosférica, el tema que da nombre a ese disco de 2015 que es uno de los grandes saltos para adelante de Gal. Tantas veces dijeron que ya no tenía mucho por dar, y ella volvió a reinventarse. Su ductilidad le permitía ir y venir de todos los estilos, de todos los desafíos estéticos. La preferida de Gabriel, sin embargo, fue Cuidando de longe (cuidando de lejos), la que grabó con Marilia Mendonça.
No se trata de repasar su carrera, sino más bien de volver a pasar por el corazón los tatuajes que dejó en forma de canciones. Por allá, por los años 90, cuando el cd daba vuelta en el disckman, los jacarandas se teñían de celeste, los lapachos esparcían su rosado por el Parque Urquiza de Rosario y las islas de enfrente eran un territorio mucho más inexplorado. Nunca ardían. El Paraná era imponente, como la voz de Gal que parecía infinita.
Gal siempre fue más allá. “Me gusta quebrar los límites, la vida se hace mejor, tiene más gracia, cuando uno rompe, cuando tiene el coraje de colocar el pecho ahí”, dijo en una entrevista con Tarik de Souza. Y vaya si puso el pecho, allá, en 1993, cuando presentó el disco O sorrisso do gato de Alice, producido por Arto Lindsay. El sonido internacional, el comienzo de la globalización, pero la canción en la que decidía abrirse la bata y quedar en tetas fue Brasil, la de Cazuza. “Brasil, muestra tu cara, quiero ver quién paga para que la gente esté así”, cantaba ella con toda su potencia. Mucho se habló de esas tetas al viento, y mucho menos del gesto político.
“El mundo sin Gal es otro mundo”, dijo Caetano después de la provisoria muerte de la “mayor cantora de Brasil”, título que ella aceptaba con delicia. Es difícil saber quién ocupa ese trono en un país donde nació Elis Regina, donde canta María Bethania, el país de Marisa Monte y Daniela Mercury. Pero es cierto que Gal marcó un estilo y una época.
Mi lista de temas preferidos es interminable, porque esta vez, la caminata va por la cornisa de los recuerdos. La elegancia de Gal al cantar Futuros Amantes, uno de los temas más hermosos de Chico Buarque, ese que habla del amor sin prisa, el que espera en silencio, en el fondo del ropero, en el buzón de correos durante milenios. Y como quedarse sin escuchar Baby, durante cuánto tiempo, que parece infinito.
Gal cantó de todo y para todes. Recanto escuro es uno de los temas de este siglo, la sonoridad contemporánea, el desgarro en la voz, la convicción de venir de un rincón oscuro, del otro lado del muro. Me alegro de vivir en la era del spotify, de poder traerla en un video de YouTube cuando lo desee. Me regodeo con los recitales de A pele del futuro, los últimos antes de la pandemia, y cuando canta Sua estupidez, de Roberto y Erasmo Carlos, ella no necesita pedirme que le crea, estoy rendida a su voz. Contigo aprendí, le digo al algoritmo, y me voy para Gal de tantos amores.
El parque, el río, las lanchas, las islas, todo cambió en los años que pasaron. Y sin embargo, no necesito salir a caminar para que la voz de Gal me suspenda en el tiempo. En una eternidad hecha de canciones que se quedan en el cuerpo.