Desde Marrakech

Julie Delpy no tiene recuerdos de su vida antes de actuar por la sencilla razón de que subió por primera vez a un escenario a los 5 años, una década antes de hacer su debut en la pantalla grande en Détective (1985), dirigida por un tal Jean-Luc Godard. Lejos de apichonarse ante un nombre ya ese momento tallado en la historia grande del cine –y, por qué no, de todo el lenguaje audiovisual–, esta hija de un matrimonio de actores independientes parisinos, que entonces tenía 14 años, aprovechó para exprimirle hasta la última gota de sabiduría y experiencia a uno los padres de la Nouvelle Vague.

Tanto le gustó su trabajo, la vio tan carismática, fresca y espontánea, con tantas ganas de llevarse el mundo por delante, que Godard le escribió de puño y letra una carta donde había una frase que Delpy recita de memoria ante el puñado de periodistas de medios de todo el mundo, entre ellos Página/12, reunidos en uno de los majestuosos salones del Hotel Mamounia de Marrakech: "Querida Julie, si decidís seguir el camino de la actuación, recordá que vos sos como un río que busca abrirse camino entre dos costas que tratan de encauzarte”. “Tomé eso y lo retuve para toda la vida. No puedo no seguir mi propia voz. A algunos va a gustarles y a otros no, pero es lo que soy”, dice la actriz, que pasó por el festival de cine de esta ciudad para dar una charla abierta al público sobre su carrera.

Una carrera que incluye trabajos con directores de la élite europea de fines de los ’80 y principios de los ’90, entre los que se destacan Leos Carax (Mala sangre, 1986), Bertrand Tavernier (La pasión Beatriz, 1987), Carlos Saura (La noche oscura, 1989), Agnieszka Holland (Europa Europa, 1990), Volker Schlöndorff (Homo Faber, 1991) y Krzysztof Kieslowski (la “trilogía de los colores” integrada por Tres colores: Azul, Tres colores: Rojo y Tres colores: Blanco, filmadas entre 1993 y 1994).

Con un espacio en Europa ya conquistado y algunos ahorros en el bolsillo, cruzó el Atlántico para probar suerte en Estados Unidos. Allí participó en un casting para una película de un por entonces ascendente director texano llamado Richard Linklater y se quedó con el papel de una adorable francesita llamada Céline, la misma que, viajando en tren a Viena, conoce a un turista norteamericano con el que termina vagueando durante una noche por la ciudad, a la espera de un nuevo viaje sobre rieles.

¿Antes de la madrugada?

Las confesiones y sinceramientos hechos de diálogos naturalistas, al punto de parecer improvisados, la frescura interpretativa y la indudable química entre ella y su partenaire, Ethan Hawke, convertirían a Antes del amanecer (1995) en un clásico del cine romántico contemporáneo que enamoró a toda la Generación X, Y, Z y muy probablemente a todas las que vendrán. El resto es historia conocida: una primera secuela en 2004, Antes del atardecer, en la que ellos se reencuentran en París nueve años después del flechazo vienés; y una tercera entrega en 2013, Antes de la medianoche, con ellos ya casados y de vacaciones en Grecia con sus hijos. 

Delpy y Hawke en Antes del amanecer.

Los años fueron 1995, 2004 y 2013: tres películas separadas por nueve años significan que, de haber existido una cuarta, tendría que haber sido en 2022. Inevitable, entonces, preguntarle a Delpy por un nuevo encuentro entre Jesse, Céline y el público.
“Fue un trabajo hermoso”, responde la coautora de los tres guiones junto a Linklater y Hawke, y sigue: “Pero nunca pudimos encontrar una buena idea para una cuarta película. En un momento, Richard sugirió que Céline muriera de cáncer, lo que me pareció una locura porque eso de que la mujer muera y la historia la cuente el hombre ya se hizo mil veces. Además, si esas películas son interesantes es porque siguen los vaivenes de una relación a lo largo del tiempo y la idea de que ella muera es una derrota de esa búsqueda original. No tenía sentido, Ethan tampoco estaba interesado, así que por ahora lo descartamos.

 

-Quizás los hijos yéndose de casa para estudiar en la facultad...

-Claro, hay tantas posibilidades y todas son mejores que ella muriendo de cáncer a los 50 años. Es un poco temprano para eso. Si tuviera 80 podría ser, pero tan joven no me parece bien.

 

 

-¿Volverías a hacer una comedia romántica?

-Me han ofrecido algunas, pero medio anticuadas y no conecté con los guiones. Era más una fantasía que algo realista. Me gustan las comedias románticas solo si transmiten algo real; caso contrario, me suena todo muy noventoso y creo que no funciona. Además, hoy la gente tiene problemas más importantes en la vida. Quizá por eso en parte no hacemos una cuarta película con Ethan y Richard. ¿Quién querría ver a dos personas lidiando con una relación? Si hiciéramos algo tierno, tendría que tener algo para decir, aunque es difícil alejarse las comedias románticas básicas para proponer algo distinto. Pero al mismo tiempo, a la serie de Netflix Emily en París le fue bárbaro, así que al público le gustan esas cosas. Esa serie tiene algo encantador que conecta bien con la audiencia, pero no es algo que me interese.

 

Artista todoterreno

Pero Delpy es más, mucho más que una de las timoneles de la película que devino en icono para la idea de que los viajes, además de para el turismo y aventura, son terreno fértil para el romance y la pasión. En 2002 incursionó por primera vez en la dirección de largometrajes con Looking for Jimmy. Al igual que en toda su obra como realizadora, allí se encargó también del guion y de uno de los papeles centrales. A eso le siguieron otras seis películas con triple rol para quien el año pasado ingresó al mundo de las series con On the Verge, producida por el Canal+ francés y con distribución internacional de Netflix. “Lo disfruté y sin duda volvería a hacerlo”, dice sobre su flamante debut en el formato audiovisual de moda. “De hecho, tengo otra serie de la que no puedo adelantar demasiado porque recién se hizo el piloto y hay un embudo muy importante que hay que sortear para que finalmente se haga. E incluso existe la posibilidad de una segunda temporada de On the Verge para ver cómo evolucionan los personajes”.

-Este año se cumplieron veinte años del estreno de Looking for Jimmy. ¿Qué pensamientos y sensaciones tenés cuando recordás esa etapa de tu carrera?

-En esa época estaba luchando muchísimo para hacer películas. Esa la hice con cinco mil dólares porque nadie confiaba en mí para dirigir, así que fue difícil. Después sí tuve algo más de dinero para hacer Dos días en París (2007). Cada vez que quise hacer algo, tuve que demostrar que podía. Siempre fue una lucha, pero estuvo bien porque al público le gustaron esas películas y hasta hicieron algo de plata, algo que no siempre ocurre.

En Marrakesh, Delpy dio una charla abierta al público sobre su carrera.

 

-En los últimos años, las mujeres han alzado la voz en reclamo por más espacio en la industria. ¿Era más difícil para una mujer dirigir hace veinte años que ahora?

-Quizás era más difícil empezar, pero no sé si hoy es mucho más fácil. Para algunas mujeres seguro lo es, pero tampoco es un camino sencillo. Lo que creo que es que es que, si uno hace lo que quiere, si se busca seguir un camino propio, es muy difícil, seas hombre o mujer. Sí es cierto que una mujer dirigiendo en Hollywood era algo excepcional: estaba Nancy Meyers, Amy Heckerling y alguna más...

 

 

-Además, los consumos audiovisuales han generado un público muy distinto al de antes.

-Es muy complicada esa cuestión. Creo que la gente siempre espera que haga comedias románticas, pero no quiero eso, así que trato de quebrar esas expectativas. Muchas veces el público es más convencional de lo que desearía y una como artista tiene que pagar el precio de eso. Entiendo que quieran que haga Antes del amanecer para siempre, porque yo también amé hacerla y me encanta, pero busco hacer cosas diferentes, aunque sea difícil. Filmar y estrenar Mi Zoe, mi vida (2019), por ejemplo, fue una experiencia dramática. No sé si haría algo así otra vez, pero está bueno tomar una distancia de las reacciones ajenas.

-Esa película, al igual que casi todas las que dirigiste, gira alrededor de los conflictos en una relación: una madre con su hija pequeña enferma en este caso, los problemas de parejas en Dos días en París y Dos días en Nueva York (2012), y la familia en Skylab (2011) son ejemplos de eso. ¿Por qué te interesan los vínculos?

-Porque la familia es el comienzo de todo y en mi vida ocupa un espacio enorme. Fui criada por mis padres, con quienes soy muy cercana, hoy tengo un marido y un hijo: la familia es el mundo en el que vivo. Es gracioso porque hace unos años hice Skylab, que es sobre una reunión familiar basada en recuerdos de mi infancia: todos peleando, que tal es de izquierda, que el otro de derecha. La familia y las relaciones me interesan. Quizá no haga cosas sobre "grandes temas" porque no me gusta hablar sobre eso.

-¿Todas las películas tienen algo sobre tu experiencia?

-No necesariamente. Mi Zoe, mi vida no es mi historia en lo más mínimo, gracias a Dios. Pero trato de que haya algo de realidad usando situaciones que veo o escucho. Además, dedico mucho tiempo a la escritura. Me gusta escribir historias cortas que tengo en la cabeza, y que pueden ser de ciencia ficción o lo que sea. Me ayuda a sacar las cosas feas que tengo dentro sin la obligación de que después se conviertan en un guion. Incluso escribo para mí y sabiendo que probablemente no lo lea nadie nunca. Después, dirijo cuando me dan el dinero para financiar una película, algo que no sucede todo el tiempo.

-¿Cómo es la dinámica de trabajo cuando sos guionista, actriz y directora al mismo tiempo?

-Es muy difícil. Ahora estoy cerca de filmar una nueva película, The Barbarians, en la no voy a ser la protagonista y, por lo tanto, será un poco más fácil. Como Skylab, en la que tenía un papel secundario. En general, trato de prepararme mucho, soy muy cuidadosa, planeo todo, hago muchas lecturas con los actores para llegar al set con todo listo y sabiendo dónde van a ir las cámaras, cuál es el plan y qué queremos lograr en cada escena.

-A lo largo de tu carrera has logrado mantenerte relativamente alejada de Hollywood. ¿No te sentís cómoda en ese ámbito?

-Hollywood es una máquina enorme que se alimenta de chicas hermosas y hace que la gente caiga como moscas en el camino. Es un negocio muy duro. El precio que te hacen pagar es muy alto porque está controlado por el dinero y mucha gente mala. Cuando lo convertís en un negocio tan, tan grande, se complica mucho. Ojo, salen muchas cosas buenas de ahí y hay buena gente, pero es un sistema demasiado aterrador. No estoy segura de querer integrarme a eso, prefiero estar un poco afuera y cada tanto entrar. Me gusta mantener una distancia respetuosa.

Un mundo de Kim Kardashians

Delpy da la entrevista a la cara lavada, y luce con orgullo las arrugas y las canas que se camuflan en su cabellera rubia. Sabe de la presión que genera ser bonita en una industria que, como dijo líneas arriba, se alimenta de chicas hermosas. Pero no le importa, así como tampoco le importa “vender” una imagen en redes sociales. “Todo el tiempo me quejó de cosas, subo fotos de mis gatos, mi familia... Realmente no me importa. Nadie maneja mi imagen ni tengo una estrategia digital. Solo un publicista que lo único que me dice es que no entre a Twitter”, cuenta.

 

-En 2009 dirigiste La condesa, sobre una mujer húngara del siglo XVII que piensa que preservará su juventud bañándose en sangre de chicas vírgenes. Esa trama está muy relacionada con lo que decís de Hollywood.

-Hoy es mucho más complicado por la exposición en redes. ¿Se imaginan un mundo donde todas tengan la misma cara, la misma nariz, la misma boca? Todas iguales a Kim Kardashian... No me importa envejecer. Sé que lo estoy haciendo, pero jamás me toqué la cara ni me inyecté nada. Quizás debería, pero no quiero.

-¿Qué sentís al ver las huellas del paso del tiempo?

 

-Algo que voy notando al envejecer siendo mujer y sin hacerme nada, es que hay una dulzura que se pierde cuando te hacés cirugías porque empezás a lucir medio aterradora. Se pierde la amabilidad con eso. Cuando era chica, estaba obsesionada con las mujeres mayores y pensaba que eran hermosas. Iba con mi mamá en el subte o en el tren, y siempre quería abrazarlas o darles un beso, porque amaba sus caras, me parecían muy dulces. Sé que estoy envejeciendo, pero me gusta ver las huellas del tiempo en mi cuerpo. Así que a la mierda con las cirugías.