La realización del Mundial de Fútbol 2022 en Qatar constituye una oportunidad para repensar nuestra mirada hacia una región compleja y diversa, donde abundan las simplificaciones e imágenes estereotipadas. En los últimos años, desde los espacios académicos argentinos --tradicionalmente marcados por una agenda eurocéntrica-- han surgido múltiples núcleos de estudio e investigación que están contribuyendo a la generación de nuevos conocimientos sobre el mundo árabe e islámico. En este marco, Qatar aparece como un caso singular de estudio, que nos impone múltiples lecturas y abordajes.

En una síntesis ajustada, debemos recordar que se trata de un estado joven, que obtuvo su independencia de Gran Bretaña recién en 1971. En pocas décadas y gracias sobre todo a sus recursos energéticos – gas y petróleo- adquirió una presencia notable en su medio regional y luego internacional. Se trata de una monarquía que domina el aparato del Estado en términos políticos y económicos, donde juegan un papel especial los lazos tribales y la legitimidad religiosa islámica. Con una escasa población local, este sistema neopatrimonial y rentístico se ha sostenido a través del esfuerzo laboral de la migración extranjera (de otros países árabes y del sudeste de Asia, principalmente). En el plano social, la situación de los derechos humanos, como por ejemplo el lugar de las mujeres y las restricciones a las comunidades LGTBIQ+, constituye un asunto discutible y controvertido, al igual que en el resto de su entorno.

Como decíamos, un rasgo particular de este pequeño país del Golfo es su visibilidad y rápido ascenso en la jerarquía internacional, sobre todo en los últimos veinte años. Más allá de diversas coyunturas de poder en Oriente Medio, este crecimiento fue posible gracias a una inteligente estrategia diseñada por sus gobernantes a través de la combinación de recursos económicos, culturales, y diplomáticos. En primer lugar, y quizás la faceta más conocida, es la organización de grandes eventos, que contribuyen a su reconocimiento en la escena global. En ese plano, la diplomacia deportiva o del fútbol, además de impulsar la organización de este Mundial, se manifiesta en la compra y el auspicio publicitario de grandes equipos, y la atracción de figuras deportivas de renombre.

Paralelamente, en el terreno de la diplomacia cultural, se observa la instalación de importantes centros académicos y tecnológicos de los países centrales (como la Universidad de Georgetown, Texas A&M University) y la creación de grandiosos museos diseñados por arquitectos de fama internacional.

En el campo de la diplomacia estrictamente política, Qatar juega un papel de árbitro o bisagra en diferentes conflictos regionales, alojando incluso a dirigentes de diferentes movimientos como los talibanes. Bajo la postura de un mediador neutral, intervino en asuntos como los de Afganistán y Palestina, exhibiendo su capacidad de generar diálogo y consensos.

Pero quizás una de las dimensiones más interesantes es la constitución de la cadena de noticias Al Jazeera a mediados de la década del noventa, bajo el auspicio de la familia gobernante. En un contexto de habituales censuras y control estatal de la circulación de información, esta emisora con múltiples voces y un estilo periodistico renovado vio crecer ampliamente su audiencia en todo el mundo árabe.

Por todo lo dicho, Qatar llega a este Mundial con una presencia y un impacto relevante a escala global, que alcanza incluso a nuestra realidad nacional: no sólo como proveedor de gas y financiador de obras públicas a nivel provincial, sino como un posible sostén financiero para la economía argentina.

*Doctor en Relaciones Internacionales. Docente investigador de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y del CONICET.