Con una mañana lluviosa de fondo y tras 17 años sin poder ingresar al país, Juan Domingo Perón regresó a la Argentina en un vuelo de Alitalia que tocó pista el 17 de noviembre de 1972 a las 11:20. Pasaron 50 años. Con él viajaba una extensa y variopinta comitivaen la que se destacaban figuras del deporte, de la política y del espectáculo.
Al bajar del avión, a Perón lo aguardaba una amplia recepción. La postal de ese regreso salió del ojo de Domingo Zenteno, que tomó una de las imágenes más icónicas del fotoperiodismo político argentino. Esa en la que Perón hace el clásico ademán con las manos en alto amparado por la protección de un paraguas.
Cuando Zenteno disparó la foto, Juan Manuel Abal Medina aún se rascaba la nariz impaciente, su esposa Estela Martínez se arropaba en su tapado, el secretario privado José López Rega estaba detrás de escena, como cualquier secretario, y el teniente coronel Jorge Osinde ordenaba a los custodios para organizar correctamente la seguridad. La centralidad es para Perón, pero también para el líder de la CGT, José Ignacio Rucci. La foto de la vuelta es la del paraguas de Rucci.
Para llevar adelante la vertiginosa tarea de historización de una vuelta que se demoró 17 años, el Suplemento Universidad conversó con Esteban Pontoriero, doctor en Historia, docente de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) e investigador asistente del CONICET por la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM); Juan Pablo Kryskowski, licenciado en Ciencia Política, profesor de la materia Populismo y Peronismo en la Universidad de Buenos Aires (UBA); y Alicia Servetto, doctora en Historia y docente e investigadora de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).
El final de la “Revolución Argentina”
Las fotos son estáticas e inmortalizan un momento, pero la historia es movimiento. Son hombres y mujeres tomando decisiones de forma constante y en sintonía con los problemas de su tiempo. Para historizar la foto del regreso es preciso conocer el contexto en el que fue tomada. Darle movimiento a la imagen.
El retorno de Perón se dio frente a una creciente ola de violencia política y en una escalada de conflictividad social desatada a partir de 1969 con las insurrecciones populares de Córdoba y Rosario. Ante este panorama, la autodenominada Revolución Argentina, liderada por Agustín Lanusse, buscó una salida electoral tutelada con la confección de un Gran Acuerdo Nacional (GAN). La postura era clara: restitución de las elecciones sin proscripciones y candidaturas para todos aquellos que residieran en el país. Esta argucia dejaba fuera de la contienda política a Perón, pero no impedía que el peronismo se presentara a elecciones.
“La elección de un gobierno democrático desactivaría el descontento popular por la existencia de una dictadura, las críticas por la censura y la represión, aislando la justificación de las organizaciones armadas sobre la legitimidad de su accionar”, señala Pontoriero. Si bajo un gobierno dictatorial las organizaciones armadas tenían un halo heroico de resistencia, “la vuelta a la democracia debía ayudar a deslegitimar el accionar violento y a aislar esas organizaciones del apoyo popular que habían obtenido en el último tiempo”, agrega el doctor en Historia.
El GAN le abría las puertas de la contienda electoral al peronismo, pero le cerraba la candidatura a su conductor político. El acuerdo también contenía demandas de los militares. El docente de la UNTREF precisa esos reclamos militares a la dirigencia política: “El GAN incluía la condena de la subversión, tener la participación de representantes militares en cargos del futuro gobierno y el consenso para elegir el candidato presidencial. En ese primer punto hay una búsqueda de reconocimiento institucional de parte de la dirigencia política para con las Fuerzas Armadas. Para los militares, la validación de su accionar en el nivel represivo era un ítem importante. Pero es algo que no obtuvieron”.
En su reciente libro, La represión militar en la Argentina (1955-1976), Pontoriero se ocupa de la represión anterior a la desatada durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional. Ahí resalta un hecho que cierra el desprestigio de la etapa denominada Revolución Argentina y que sucede solo dos meses antes de la vuelta de Perón al país: la Masacre de Trelew, el fusilamiento de 19 presos políticos por parte de guardias de la Marina.
Este acción, perpetrada por fuerzas militares contra prisioneros indefensos, sensibilizó a gran parte de la población, que la vio como un hecho criminal, y marcó el cierre de aquella experiencia militar. Pontoriero remarca que “el accionar militar se correspondía con una operación represiva de gran escala que había empezado a mitad de 1971 y que se extendió hasta inicios de 1973, cuando finaliza la dictadura”.
“La masacre de Trelew cruzó lo legal con lo ilegal. Los prisioneros que son reapresados luego de un escape fallido consiguen garantías de un juez, como parte de las condiciones para finalizar la toma de rehenes en el aeropuerto de Trelew. Luego de esto son trasladados a una base militar, donde son fusilados”, repasa el historiador. Un mes más tarde, el 17 de octubre de 1972, se anuncia que Perón vuelve al país.
Un partido en movimiento
Para organizar al movimiento justicialista y ordenar las candidaturas, Perón debía volver. El riesgo era alto. Como afirma el politólogo Juan Pablo Kryskowski, en el aquel fallido primer intento de regreso, en 1964, “Perón no estaba convencido de volver y los actos del entonces presidente (Arturo) Illia frenando su vuelo en Brasil le confirmaron que estaba en lo cierto”.
La situación en 1972 era muy distinta. “El reloj biológico le daba señales muy claras. Durante ese año había tenido una afección importante y en marzo de 1973 tuvo un infarto”, puntualiza Kryskowski. Con un cuadro de salud delicado, el líder justicialista regresa al país.
En ese entonces, no era claro que todos desearan la vuelta de Perón, pero en público eran pocos los que se animaban a decirlo. El docente de la UBA pone dos ejemplos: “Un dirigente sindical con cierto peso que jugó en contra de la vuelta fue Rogelio Coria, quien tenía un nivel de conversación muy estrecho con el gobierno de facto. Y el anterior delegado personal de Perón frente a Lanusse que era (Jorge) Paladino”.
Por otro lado, desde la izquierda podía existir cierta impugnación por la vía electoralista, pero no por la vuelta en concreto. “Hay que entender que en la discusión pública, oponerse a la vuelta de Perón era impugnar tu condición de peronista y por eso era más bien poco frecuente”, sentencia el politólogo de la UBA.
Resuelta la vuelta, Perón debía encargarse de dos cuestiones políticas centrales: nombrar encargados políticos para la coyuntura nacional y encuadrar a los sectores juveniles de las organizaciones armadas peronistas dentro del movimiento justicialista. Ninguna de estas dos tareas suponía una resolución sencilla.
“Siempre que Perón tuvo que definir delegados, secretarios gremiales y candidaturas puso gente de la rama política”, comenta Kryskowski. “Para la conducción de esa coyuntura, Perón define a cuatro personas: dos de la rama política y dos de la rama sindical. Héctor Cámpora y Abal Medina por la primera, Rucci y Lorenzo Miguel por la segunda”, agrega. De los cuatro, el recién llegado y el más joven era Abal Medina, los demás eran dirigentes con trayectoria dentro del movimiento peronista.
La candidatura de Cámpora se define entre septiembre y octubre de 1972. “No era una persona que reuniera una unanimidad absoluta para encabezar, ni tampoco era particularmente querida en el conjunto del peronismo. Ni siquiera para la juventud. En todo caso va adquiriendo cercanía al calor de su propia actuación. Ahí hay otro elemento fundamental, la segunda parte de la fórmula termina siendo para Solano Lima que no representaba a otra facción dentro del peronismo y evitaba cierta discusión interna por el lado de las candidaturas”, remarca Kryskowski.
La designación del dirigente montonero Rodolfo Galimberti como delegado de la juventud es un punto importante para el vínculo entre Perón y las organizaciones armadas. “Recordemos que su vinculación con Montoneros en ese momento no era en absoluto orgánica”, resalta Kryskowski. “Galimberti y Roberto Ahumada como representantes de juventud adquieren un perfil público muy importante y visible en los actos, a través de las palabras públicas y sobre todo a partir de los viajes a Madrid para reunirse con Perón en persona”, señala.
Para Perón era deseable y posible integrar a los sectores de la juventud. Como afirma el politólogo: “Con Perón en el país, ya se comienza a hablar de formaciones especiales que deben encuadrarse a la lógica de la conducción”.
Las internas provinciales para el regreso
Perón volvía para reencontrarse con su pueblo, pero también para reorganizar un movimiento que se había diversificado a partir de los 17 años de proscripción. Con el regreso se ponía en evidencia que el justicialismo debía resolver un orden interno para plantearse las candidaturas de cara a las elecciones de 1973.
La investigadora Servetto afirma que “el 72 fue un año de reorganización partidaria en todas las provincias y en todos los distritos, y la orden de Perón fue que se hicieran listas únicas en todas las provincias para los candidatos a gobernador y vice”. Sin embargo, la doctora en Historia destaca que “pocos respetaron esa orden de Perón” ya que en todas las provincias “hubo internas y en muchos casos hubo que dirimirlas en la Justicia electoral”.
Si las internas provinciales dejaban dudas respecto a la forma de resolver las candidaturas, la certeza era que la campaña electoral estaría traccionada por los sectores de la juventud que eran los más radicalizados.
A sabiendas de la imposibilidad que pesaba sobre su persona para competir electoralmente, Perón decidió lanzar el Frente Justicialista de Liberación (FREJULI) que es una alianza entre el PJ y otros partidos menores. “Esto no se da de la misma manera en todas las provincias, en algunas el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) prefirió ir solo. Uno de esos casos es el de Formosa, donde el FREJULI no se armó para la contienda electoral”, añade Servetto. La docente de la UNC repasa que “en el caso de Córdoba fueron a internas el sector de Obregón Cano (alineado con la llamada tendencia Revolucionaria que encarnada Montoneros) con el de Julio Antún (que representaba al sindicalismo ortodoxo), dos sectores bien diferenciados dentro del PJ”.
Servetto consigna que “en casi todas las provincias las candidaturas se definieron en función de un mismo criterio: el gobernador del ala política y el vice gobernador del ala sindical” y que “la disputa era, en el caso de los gobernadores del ala política, de quién tenía el apoyo, si provenía del ala radicalizada o de los ortodoxos”.
“En el caso del vice gobernador, las disputas tenían que ver con quién imponía a los candidatos. Ahí encontramos al ala más verticalista de Rucci o los sectores más disruptivos como la situación de Córdoba, única provincia donde el vicegobernador no fue puesto por la Unión Obrera Metalúrgica (UOM)”, añade.
El caso de Mendoza es otro en donde la multiplicidad de candidatos no respondía a los deseos de unificación de Perón. Como recuerda la historiadora cordobesa, “en Mendoza fue muy fuerte el surgimiento de partidos neoperonistas”. Puntualiza, además, que “de ahí surgen cinco precandidatos que finalmente, en el congreso partidario terminan decantándose por la candidatura del bioquímico y dirigente peronista Alberto Martínez Vaca”
Lo cierto es que no solo no se respetó la orden de Perón en el armado de listas únicas, sino que aquellos derrotados en las internas provinciales también fueron fuente de conflictos para las candidaturas triunfantes. Servetto detalla que “el candidato electo poseía una autonomía relativa frente al liderazgo de Perón y esto recién se va a modificar con su vuelta definitiva, en junio de 1973”. “El campo del peronismo era muy disputado y altamente conflictivo. La disputa por la identidad partidaria era uno de los puntos centrales de la conflictividad política”, resume.
En definitiva, con escasas excepciones, el regreso de Perón era muy esperado. Por eso, la foto de 1972 muestra un momento de felicidad para la militancia, de conciliación para los opositores políticos, y de resolución por parte de los militares. La movilidad de la historia terminaría empañando ese momento al evidenciar los límites de conciliar a todas las ramas del peronismo en una época de creciente violencia política y deterioro físico del propio líder justicialista.