El 17 de octubre de 1972, Juan Domingo Perón anunció que iba a regresar a la Argentina. El 7 de noviembre, Héctor Cámpora le puso fecha al retorno: el 17 de noviembre, desde Roma. Los arreglos para el vuelo estaban listos desde el 27 de octubre. Ese día se reservaron los 164 asientos de un DC-8 de Alitalia, el Giuseppe Verdi, que el 14 de noviembre saldría de Buenos Aires hacia la capital italiana, para partir de Fiumucino el 16, con escala en Dakar.
Se armó una comitiva de 142 personas, encabezada por Cámpora. Entre otros, se sumaron Antonio Cafiero, Oscar Bidegain, Rodolfo Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde, José María Rosa, Nilda Garré, Hugo del Carril, Guido Di Tella, Emilio Mignone, Leonardo Favio, José Francisco Sanfilippo, José Froilán González, Marilina Ross, Chunchuna Villafañe, Miguel Bellizzi (responsable del primer trasplante de corazón en el país), Martha Lynch, Raúl Matera, Silvana Roth; más dirigenes sindicales como José Rodríguez, Casildo Herrera y Rogelio Coria; y los sacerdotes Carlos Mugica y Jorge Vernazza. Viajaron el 14 y en Roma se sumaron Perón, su esposa Isabel y el secretario privado del General, José López Rega, que llegaron desde Madrid.
Contacto en Italia
Que el vuelo contratado hiciera el periplo Buenos Aires-Roma-Buenos Aires no explica el motivo de que un exiliado durante 12 años en Madrid volviera a la Argentina desde Italia. En rigor, el General pensó en Roma como lugar para anudar alianzas políticas y económicas de cara a un futuro gobierno justicialista.
La situación de la Argentina era de extrema debilidad. No había vacas gordas como al final de la Segunda Guerra, cuando irrumpió el peronismo. En cambio, hacía falta una fuerte inyección de capitales. Allí entró en escena un joven italiano de 32 años, economista y experto en geopolítica, además de lobbysta de FIAT: Giancarlo Elia Valori. Antes de 1972 comenzó a frecuentar a Perón en Madrid. A través suyo, el expresidente comenzó a acercarse a los grandes capitales italianos, que podrían invertir en la Argentina. No solamente eso: Valori lo reconcilió con Arturo Frondizi, y el exmandatario desarrollista se sumó al armado político que desembocaría en el Frejuli.
Había otro italiano además de Valori con llegada a Perón: Licio Gelli, el líder de la logia P-2, que había entablado diálogo con Isabel y López Rega. Gelli, Valori y la madre de este último también viajaron en el charter. Perón jugó a dos puntas, porque la alianza italiana se contrapuso al proyecto de José Ber Gelbard de acercar a la Argentina al bloque soviético. De momento, todos sumaban.
Perón, Isabel y López Rega se sumaron a la comitiva en el Hotel Plaza de Roma. El General habló en conferencia de prensa, planteó que volvía en son de paz y embarcó el 16. Cinco horas más tarde, en la escala en Senegal, el avión cargó combustible extra. Si, como en el fallido regreso de 1964, no se podía aterrizar en Ezeiza, habría margen para llegar a Porto Alegre o Montevideo. Al cruzar la línea del Ecuador, dentro del avión comenzaron a cantar la Marcha Peronista.
El regreso
El 17 de noviembre amaneció lluvioso. Miles y miles de militantes se acercaron, pese a la inclemencia del tiempo, hasta Ezeiza. No era solamente la lluvia la que impidió el paso: el operativo de seguridad de la dictadura derivó en un cordón que, para el peronismo, aislaba al General de las masas.
De acuerdo a lo que contaría Cámpora más tarde, el coronel Jorge Manuel Osinde, de la derecha peronista, le informó desde tierra que no estaban dadas las condiciones para aterrizar. El Delegado comprendió que no podía echar por la borda el esfuerzo realizado, mayor al del regreso frustrado de 1964, e impidió que se desviara el vuelo hacia Uruguay.
Eran las 11 de la mañana cuando el Giuseppe Verdi aterrizó en Ezeiza. Un comodoro de la Fuerza Aérea subió al avión e informó a Perón que si bajaba debía ir al Hotel Internacional o regresar. Perón aceptó. "Si no, ¿para qué vinimos?", dijo. Descendió y se produjo una de las imágenes icónicas del siglo XX argentino. José Rucci, secretario general de la CGT, lo cubrió con un paraguas mientras el General hacía su clásico saludo. Junto ellos estaban Cámpora, Isabel y López Rega, más otros dos hombres que coordinaron el regreso desde Buenos Aires: Juan Manuel Abal Medina, secretario general del Justicialismo, y el coronel Osinde. Paradójicamente, el día más peronista desde el 55 era de lluvia.
Casi al mismo tiempo que Perón fue llevado a la suite 113 del Hotel Internacional se produjo el único hecho violento de la jornada. Un grupo de cadetes de la Escuela de Mecánica de la Armada, de filiación peronista, se rebeló a sus mandos y trató de tomar la ESMA. El enfrentamiento dejó un muerto. Los insurrectos fueron detenidos y serían liberados la noche del 25 de mayo de 1973.
Detenido en el Hotel
En las primeras horas del regreso de Perón se jugó la instancia final del duelo con Lanusse. El general Tomás Sánchez de Bustamante, de la mesa chica del dictador, llegó e informó a Cámpora y Abal Medina que, si Perón hablaba en conferencia de prensa, debían permitir el ingreso de los más de 1500 acreditados en Ezeiza. Era una locura, que exponía a Perón al riesgo de un francotirador. El resto de los pasajeros descendió del DC-8 recién dos horas después del aterrizaje.
Perón suspendió la conferencia de prensa. Quería que Lanusse levantara el cerco y garantizara su salida del Hotel. La tensión era máxima: el Ejército rodeaba Ezeiza y se temía una acción de las organizaciones armadas como respuesta, con el antecedente de los hechos en la ESMA. Una chispa podía desencadenar lo peor.
Sánchez de Bustamante y el brigadier Ezequiel Martínez trataron, sin éxito, que Cámpora aceptara un encuentro entre Perón y Lanusse. El Delegado insistió en que primero debían dejar salir del Hotel al líder recién llegado. Cayó la noche y Perón le dijo a sus allegados que se consideraba un preso político. A las 23, un cable de la United Press informó de la situación y grupos de la Tendencia se plantearon entrar al Hotel para rescatar a su líder.
Pasada la medianoche, Edgardo Sajón, vocero del gobierno militar, desmintió el cable mientras Perón amagaba con presentar un habeas corpus para definir su situación. A las tres de la mañana, Cámpora anunció a Martínez que Perón se iba. El brigadier no se opuso. 18 horas después del aterrizaje, Perón salió de Ezeiza con destino al 1065 de la calle Gaspar Campos en Olivos, a una diez cuadras de la residencia presidencial.
Gaspar Campos y el abrazo con Balbín
El 18 de noviembre, a las 6 de la mañana, Perón arribó a la casa de la calle Gaspar Campos. Puerta de Hierro se había mudado a un barrio de clase alta y antiperonista. Por esas raras ironías del destino, la casa había pertenecido al hermano del general Carlos von der Becke, presidente del tribunal militar que le había quitado el grado militar a Perón en octubre de 1955.
El barrio se llenó de militantes que acamparon mientras Perón estuvo en el país. El contraste de jovenes vivando al líder en un barrio que nunca imaginó tener a ese vecino fue una postal de la Argentina de fines del 72. Perón saludó y habló desde la planta alta, en una ventana que daba al frente, en una imagen impensada apenas días antes.
Dirigentes políticos del peronismo y otras fuerzas comenzaron a desfilar por allí. Nunca se produjo el encuentro de Perón con Lanusse, pero sí se dio la imagen con Ricardo Balbín, el líder de la UCR que había sido el principal adversario político del General antes de su derrocamiento.
A las 6 de la tarde del 19 de noviembre, Balbín llegó a Gaspar Campos. En los días previos se habían establecido díalogos de la cúpula radical con Cámpora y el Delegado llegó a plantear la posibilidad de una fórmula compartida. El dirigente radical entró por los fondos, en la calle Madero, para evitar el enjambre de periodistas y militantes. Saltó una tapia y se produjo el encuentro con el viejo adversario que pasaría a ser su amigo.
El diálogo fue cordial, en busca de entendimiento, pero Balbín desconfiaba. No creía del todo en la buena voluntad de Perón, al que consideraba un político sinuoso en sus alianzas. Perón respondió a esas dudas con un encuentro abierto a todas las fuerzas políticas con las que había entablado diálogo. Solamente los partidos de izquierda rechazaron el convite.
Ese cónclave se produjo el 20 de noviembre en el restaurante Nino. Allí, Perón propuso que todos se unieran en rechazo a la cláusula del 25 de agosto. También consideró que no debía haber presos políticos ni leyes especiales. Retomaba en gran medida la línea de acción de los 10 Puntos. Balbín solamente coincidió en que debía cesar el estado de sitio.
Las diferencias comenzaron a diluirse el 21 de noviembre en Gaspar Campos. Ese día, Perón y Balbín conversaron a solas durante casi dos horas y a la salida tuvo lugar la célebre foto del abrazo conjunto, un símbolo de lo que podría venir en el país, una especia de "compromiso histórico" entre peronistas y radicales. Pero lo que se diluyó fue el resquemor personal. En lo político no hubo mayores avances y en eso jugó también tanto la interna radical (con la figura emergente de Raúl Alfonsín) como la de un peronismo en ebullición.
Cámpora candidato
En ese escenario, Perón tuvo que asumir que no habría una acción de todos los partidos contra la cláusula del 25 de agosto, el triunfo final de Lanusse contra una candidatura de su rival. José Rucci, a título de la CGT, le dijo al General que el movimiento obrero vería con buenos ojos el nombre de Antonio Cafiero. "No es un mal candidato", fue la respuesta elegante para descartar a un exministro que había renunciado en pleno conflicto con la Iglesia y que encima, contraviniendo una advertencia de Perón, se había encontrado con Lanusse. El elegido era Cámpora, que se había jugado por el retorno.
Optar por el Delegado para encabezar la boleta presidencial implicaba desairar en gran medida al sindicalismo, que había encabezado la resistencia a la proscipción, y darle cabida a una juventud que se ilusionaba con el "socialismo nacional" del que hablaba el General, y a la que Perón pensó que podría controlar en cuanto al uso de la violencia. Las organizaciones armadas eran las "formaciones especiales", al decir de Claussewitz, de quien Perón fue un gran estudioso: grupos con una acción de combate definida durante un tiempo y que después de cumplida la misión dejaban de operar. Jorge Antonio se lo había advertido en Madrid: "Estos pibes no vienen a agradecer la bicicleta, vienen a hablar de política".
Perón creyó que podría dominar la situación. Le había dicho a Carlos "Chango Funes" que hacían falta dos años para desandar el cauce de la Argentina post-55. "Los viejos querran desquitarse por lo del 55 y los muchachos por lo de ahora. Recién en el segundo año, cuando se calmen las aguas, hablaremos del nuevo Proyecto Nacional".
El 6 de diciembre visitó al padre Mugica en la villa de Retiro, y tres días más tarde se reunió en Gaspar Campos con un grupo de curas que adherían a la Teología de la Liberación. El 10, se formalizó el Frente Justicialista de Liberación, que inmediamante ofreció la candidatura presidencial a Perón.
El 14, Perón dejó la Argentina, con destino a Paraguay. Antes de irse declinó ser candidato. Departía con el dictador Alfredo Stroessner (el gobierno paraguayo le había provisto un pasaporte para su regreso a la Argentina) mientras en el Hotel Crillón, en Retiro, se consagraba la fórmula Héctor Cámpora-Vicente Solano Lima. Lanusse no pudo vetar al binomio.
El 22 de diciembre, después de visitar Perú, Perón llegó a Madrid. Abanonaría España el 20 de junio de 1973 para su regreso definitivo, con Cámpora ya como presidente. Al decir de Alejandro Horowicz en Los cuatro peronismos, si hubo un primer peronismo entre el 45 y el 55, el segundo peronismo que le siguió, el de la Resistencia, había quedado clausurado con el vuelo charter para dar paso al momento de mayor radicalización política de la sociedad argentina hasta la muerte de Perón. Otra historia del país y del peronismo había comenzado a escribirse el 17 de noviembre.