Pocos días atrás, durante un programa político que se emite en la tele, el expresidente Mauricio Macri fundamentó la chance de un preciso país para ganar el Mundial de Qatar con la siguiente expresión: “Alemania, raza superior”. Tras el escándalo causado por esta formación, sin hacer la más mínima referencia al horror del genocidio perpetrado por los nazis, Macri se disculpó con el argumento de que se trató de una frase desafortunada. Es decir, a la canallesca barbarie de la expresión agregó una mentira. Porque no se trató de una frase desafortunada, sino de la más transparente expresión del pensamiento neoliberal, en este caso traducido bajo el delirante recurso de la genética: hay quienes merecen vivir mejor que otros, incluso gozan del derecho de eliminar al semejante con tal de conservar sus privilegios. Lo cierto es que “Alemania raza superior”, no solo resume la quintaesencia del pensamiento nazi, sino que palpita en cuanto espasmo de segregación y exclusión ronda en la errática historia del ser hablante sobre este planeta.
Como en tantos otros aspectos, el neoliberalismo se sirve de los rasgos más oscuros del ser hablante para, con delirantes argumentos, otorgarles legitimidad. Tomemos por caso la cuestión según la cual todo colectivo humano se constituye a partir de excluir algo/alguien. Kafka lo ilustró de manera tan deslumbrante como sencilla en su texto “Comunidad”. “Somos cinco amigos. Una vez salimos, uno tras otro, de una casa. Primero salió uno y se colocó al lado de la puerta de calle; después el segundo salió por la puerta, o, mejor dicho, se deslizó con la misma suavidad con que resbala una gota de mercurio, y se ubicó no lejos del primero; después el tercero; después el cuarto; después el quinto. Finalmente, nos pusimos todos en una línea, parados. La atención de la gente empezó entonces a centrarse en nosotros, nos señalaban y decían: 'Los cinco acaban de salir de esa casa'. Desde entonces vivimos juntos. Sería una existencia pacífica si no viniera siempre un sexto a entrometerse”. Breves párrafos después, el relato concluía con esta frase: 'Por más que saque trompa lo alejamos a codazos; pero por más que lo alejemos a codazos él vuelve'” [1].
En estos breves trazos, Kafka dibuja la matriz que explica el lazo social en cualquier época y cultura, a saber: la conformación de un corpus social a partir de la exclusión. Lacan lo dice en sus términos cuando afirma: “no hay universal que no tenga que contenerse con una existencia que lo niega”[2]. De esta forma, a partir del común rechazo ante un objeto nacen los buenos, los malos y la historia. Claro, hay quienes se sirven de esta condición de estructura para someter, atropellar y expoliar a pueblos enteros en nombre de la paz, la concordia y el amor. Sin ir más lejos, bien podríamos acordar que la Argentina moderna se constituyó --genocidio mediante-- a partir de la eliminación del indio.
En su texto Racismo 2: 0, Eric Laurent describe los pasos lógicos que, según la lectura lacaniana, permiten cernir el temor que da origen al conglomerado humano: 1) Un hombre sabe lo que no es un hombre; 2) Los hombres se reconocen entre ellos; 3) Me afirmo ser un hombre, por temor de ser convencido por los hombres de que no soy un hombre. Dice Laurent: “Esos tiempos de identificación no parten de un saber sobre lo que sería ser hombre, después de un proceso de identificación, sino que esta lógica parte de lo que no es un hombre - Un hombre sabe lo que no es un hombre. Eso no dice nada sobre lo que es un hombre. Luego, los hombres se reconocen entre ellos por ser hombres: no saben lo que hacen pero se reconocen entre ellos. Por último, me afirmo ser un hombre. Allí está toda la cuestión de la afirmación de la decisión junto a la función de la prisa, la función de la angustia - del miedo de ser convencido por los hombres de no ser un hombre”[3].
Destaco esta última frase de Laurent, puesto que toda la pregunta estriba, ya no en las razones del señor Macri para emitir sus dichos, sino en el poder político --es decir, el apoyo-- con que un energúmeno de este calibre cuenta en nuestro país. (De la misma forma, que ejemplares similares ganan adeptos a lo largo y ancho de este cansado mundo). Basta recabar en expresiones del lenguaje cotidiano para corroborar el punto: negro de mierda, planeros, villeros y su ruta. Desde esta perspectiva, la oscura etapa por la que atraviesa el ser hablante descansa en la legitimación de la maniobra por la cual el sujeto deposita en el prójimo el horror de lo que, en su propia singularidad, cree detestar.
En su texto Deutsches Requiem Borges lo describe de inmejorable manera. Dice el narrador: “Ante mis ojos no era un hombre, ni siquiera un judío: se había transformado en el símbolo de una detestada zona de mi alma. Yo agonicé con él, yo morí con él, yo de algún modo me he perdido con él; por eso, fui implacable”[4] .
Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.
Notas:
[1] Franz Kafka, Relatos Completos, tomo 4, Página12/Losada, 2005, página 46.
[2] Jacques Lacan, El Atolondradicho en Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, página 475.
[3] https://www.eol.org.ar/biblioteca/lacancotidiano/LC-cero-371.pdf
[4] Jorge Luis Borges, “Deusches Réquiem” en Obras Completas, tomo I, Barcelona, Emecé Editores, 1989, página 579.