...son dos cosas las que mantienen cohesionada a una comunidad: la compulsión de la violencia y las ligazones de sentimiento --técnicamente se las llama identificaciones-- entre sus miembros.
Sigmund Freud, 1932
Esta frase de Freud en respuesta a Einstein sobre si era posible evitar las guerras da cuenta del pesimismo respecto de que pudiera erradicarse la violencia y el odio en la convivencia entre seres humanos.
Sostiene que a través del fenómeno que llamó “narcisismo de las pequeñas diferencias” se produce “una satisfacción cómoda e inofensiva de la inclinación agresiva, por cuyo intermedio se facilita la cohesión de los miembros de la comunidad”[1], siendo complementarios el amor y la solidaridad hacia los pares, y la agresión y el odio hacia los diferentes.
Por un lado, prestemos atención a que lo “cómodo” e “inofensivo” lo es para esa comunidad de “iguales”, pero no tanto para quienes no “pertenecen” a ella. Esto es debido a que esa “predisposición al odio” de los seres humanos desaparece en la formación de masa --a través de la identificación entre “iguales”-- para ser reemplazada por la hostilidad a una minoría que sea diferente, en algún rasgo, a la comunidad de la masa. Por otro lado, sabemos que no todas las sociedades son iguales, algunas están más predispuestas a incluir y aceptar las diferencias, y otras son intolerantes y refractarias.
Pongamos por caso la “comunidad” cis-heteronormativa de varones.
Nuestra subjetividad --la de los varones cis-- se va constituyendo en el seno de un desvalimiento originario, donde nuestras Primeras otredades constituyen el espacio-soporte de la muerte-como-pulsión.[2] Estas Primeras personas, insertas en una cultura, son quienes nos preservan y nos ofrecen los instrumentos necesarios para nuestro desarrollo. A la vez, estas otredades son modelos de identificaciones que conforman nuestra identidad.
La primera certeza en la estructuración de nuestra corposubjetividad implica el sentimiento de mismidad en contraposición con la otredad parental de los primeros cuidados (es decir, la discriminación yo-no yo). Luego, y antes de que ese infans tenga noción de la diferencia anatómica de los sexos, ya se identifica como varón o mujer efecto de un proceso complejo de identificaciones primarias y secundarias. Este precipitado de identificaciones implica sedimentos de nuestras diferentes capas identificatorias y a la vez movimientos des-identificatorios a lo largo de nuestra vida. En nuestras sociedades (cis-heteronormativas) en particular, el dispositivo de masculinidad (hegemónica) implica, además, el rechazo de todo lo que tiene que ver con lo considerado “femenino”.
La complejidad de la identidad de género se sitúa en que se debe a un entramado donde se anudan de forma compleja determinantes psíquicos, biológicos y culturales.
Dentro de ese entramado ocupan un lugar central las identificaciones, un proceso no voluntario e inconsciente. Del mundo social que nos circunda vamos incorporando rasgos femeninos, masculinos, andróginos, etc. Por otro lado, “en la vida anímica inconsciente de todos los neuróticos (sin excepción) se encuentran mociones de inversión, de fijación de la libido en personas del mismo sexo”[3].
A raíz de que son incompatibles con la “conciencia moral” conformada en una sociedad cis-heteronormativa[4], el yo reprime y expulsa tanto los deseos homosexuales como los rasgos no acordes a lo considerado masculino, esto es, tanto los deseos que no se corresponden con una orientación del deseo heterosexual como las identidades y expresiones de género no consideradas masculinas. Ante la emergencia de éstas, la Proyección aparece como uno de los mecanismos de defensa posibles. Frente a estas excitaciones internas, que por su intensidad se convierten en displacenteras, el sujeto las proyecta al exterior, lo que le permite huir y protegerse de ellas, tratándolas como si no vinieran desde el interior sino desde el exterior. Entonces, se establece un objeto amenazante exterior: varones “femeninos” y/o gays, personas trans, no binaries, etc., desplazando un “peligro” interno hacia el exterior. Un peligro del que no se puede huir, hacia uno del cual se podría estar a salvo a través del establecimiento de medidas protectoras como puede ser el asco, el rechazo, el aborrecimiento y el odio respecto de esos sujetos.
En este sentido, resulta interesante retomar el concepto freudiano de lo unheimlich[5]: “No hay duda de que pertenece al orden de lo terrorífico, de lo que excita angustia y horror (...) Lo unheimlich, --lo siniestro/ominoso-- es aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo consabido de antiguo, a lo familiar desde hace largo tiempo”.[6] Asimismo, cita a Schelling, para quien lo unheimlich es “todo lo que, estando destinado a permanecer en secreto, en lo oculto, ha salido a la luz”[7]. En síntesis, lo unheimlich es aquello que siendo familiar se vuelve ajeno, pero a su vez, también corresponde a lo que inesperadamente sale de las sombras y perturba la armonía del yo, de lo consciente por su carácter tétrico, sombrío. La peculiaridad de este fenómeno es que el sujeto lo experimenta con incertidumbre y hasta con terror. Y más adelante agrega: “Lo unheimlich del vivenciar se produce cuando unos complejos infantiles reprimidos son reanimados por una impresión, o cuando parecen ser refirmadas unas convicciones primitivas superadas”.
Entonces ¿qué se rechaza o se abomina cuando se segrega, se desprecia y se odia eso diverso? Todo varón debió pasar por un proceso de constitución de su masculinidad donde, vía el dispositivo de masculinidad hegemónica, fue rechazando y expulsando lo propio-femenino y los deseos hacia otros varones --también considerado femenino--, ya que, para el régimen cis-heterosexista, lo femenino en el varón es patológico, abyecto, aborrecible.
Las figuras de lo monstruoso suelen ser manifestaciones de todo lo rechazado y reprimido por las representaciones de la cultura dominante. Serían formaciones de compromiso donde pueden pesquisarse tanto lo reprimido como lo que reprime. Esas figuras hacen que salga a la luz lo que se quiere ocultar o negar, pero también el agente represor. El monstruo o lo abyecto suele cumplir la función de advertir sobre los castigos/consecuencias a quien se atreva a cruzar la línea divisoria entre lo condenado y lo permitido.
Como señala Carpintero: “La negación de esa sombra que alberga los factores estructurantes primarios se proyecta en el otro que se transforma en lo sucio, lo malo, lo siniestro, lo diabólico; es decir, lo opuesto a aquello que el sujeto cree que únicamente es. De esta manera lo que no se quiere ser se lo niega proyectándolo en el otro. Su exclusión es una negación de lo que se rechaza donde la discriminación se sostiene en la violencia para negar la alteridad... ya que sostiene la negación de la identidad de aquel atributo que es rechazado en la intimidad del sujeto y desvalorizado o condenado por la cultura.”[8]
El odio encuentra su blanco en lo más próximo, en lo íntimo destinado a permanecer oculto, en secreto por tener la cualidad de ser descalificado por la cultura. Es por eso que podemos afirmar que gran parte del odio al otro es odio a uno mismo.
Carlos Barzani es psicoanalista. Este texto forma parte del número 96 de Topía, de reciente edición.
Notas
[1] Freud, Sigmund (1929), “El malestar en la cultura” en Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1976, 24 tomos, Tomo XXI, p. 111.
[2] Ver Carpintero, Enrique, “La corposubjetividad”, en El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, Buenos Aires, Topía, 2014.
[3] Freud, Sigmund (1905),“Tres ensayos de teoría sexual” enop. cit. Tomo 7, p. 151.
[4] En el esquema de Carpintero correspondería al aparato cultural
[5] Ludovico Rosenthal lo traduce como “siniestro” y José Luis Etcheverry como “ominoso”. Mantendré la palabra en alemán, ya que ninguna de ambas traducciones conserva el doble sentido que tiene en la lengua original, esto es, algo familiar, conocido, agradable que a la vez se torna clandestino, extraño, espantoso, terrorífico, lo que se mantiene oculto.
[6] Freud, Sigmund (1919), “Lo ominoso” en op. cit., Tomo XVII, pp. 219-220.
[7] Idem, pp. 225, 241.
[8] Carpintero, Enrique, “El discurso racista de invisibilización de los afroargentinos” en Spinoza, militante de la potencia de vivir, Editorial Topía, 2022, p. 164.