El 16 de noviembre de 1972 a las 20.25 – guiño peronista clásico que no podía estar ausente para evocar por cábala o homenaje infinito la hora en que Eva Perón murió y se convirtió en un mito – el vuelo DC 8 Giuseppe Verdi de Alitalia decolaba del aeropuerto Fiumicino de Roma para llegar a Argentina trayendo, luego de 17 años de proscripción, horror, persecución, fusilamientos y muertes digitadas por el odio, al general Juan Domingo Perón de vuelta a su patria. Un día después, el 17 de noviembre, en medio de un inusual temporal de lluvia y frio, tocó suelo argentino. A bordo, 154 personalidades de distintas corrientes políticas y profesiones fueron el escudo humano que protegía al líder, que volvía para garantizar elecciones libres en un país que seguía sudando pasión militante y soñaba justicia sin venganza a pesar de tanta sangre derramada para enfrentar una y otra vez las dictaduras que asolaron la Argentina. Miles y miles de militantes, simpatizantes, hombres, mujeres, jóvenes, niños y niñas, bajo una lluvia persistente, con sus pies embarrados y la esperanza intacta para abrazar un futuro que prometía libertad y prosperidad, recorrieron rutas y caminos alternos para enfrentar la prohibición dictatorial de recibir a Perón. Bajo el frío y la lluvia y la represión, se movilizaron hacia el aeropuerto de Ezeiza para encontrarse con su líder: insistían en enfrentar a fuerza de pasión y militancia, a una dictadura oscurantista, que trataba de impedir lo inevitable: el regreso pleno a una democracia sin proscripciones, en paz y con justicia social. Perón se reencontró con su pueblo finalmente el 18 de noviembre. Había cumplido 77 años, un mes y 10 días. Su edad y salud le pesaban, pero no quería morir lejos de su patria. Tenía la decisión de ser fiel al movimiento que había sabido conducir y volver a reconstruir la patria dañada. La historia del peronismo se había forjado sin dudas durante sus dos gobiernos y luego en la resistencia al arrasamiento de derechos políticos, sociales y económicos del estado de bienestar que levantó piedra sobre piedra. Su pensamiento se mantiene aún hoy inalterable: “Nuestro movimiento persigue eso: persuadir a los argentinos de que cualquiera sea su orientación, pueden estar en disidencia con otros argentinos en cualquier asunto, menos en las causas que constituyen la causa común de los argentinos: la defensa de la nacionalidad, la defensa de nuestro pueblo y la defensa de la soberanía de la Nación.”
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