Las imágenes del brutal desalojo en la planta de PepsiCo generan una sensación fluctuante entre el asco y la tristeza. Lo primero atraviesa a cualquiera que se anime a tener honestidad intelectual consigo mismo, aún cuando haya votado a este gobierno o exprese ciertas expectativas de mejora. Tamaña prepotencia de fuerza armada sobre un grupo de trabajadores que pacíficamente defendían su fuente laboral debe conmover de esa forma. Con el asco. Asco también por la cobertura de los medios oficialistas, que “explicaron” el operativo a través de justificar la represión. Se dieron el lujo, incluso, de mostrar a algunos de los laburantes en actitud provocadora, como símbolo de que la policía no contaba con otra posibilidad. A la bestialidad se la explica y a los despedidos, a quienes estén dispuestos a resistir vaciamientos empresarios, a quienes no tienen otro recurso que el llamar la atención sobre su desesperanza, simplemente se les muestra lo que les espera, hoy y mañana. No hay errores, no hay excesos. Basta con repasar antecedentes, que incluyen la larga lista de vetos de la gobernadora Vidal a las expropiaciones de los predios en que se desarrollaron experiencias de fábricas recuperadas.
La tristeza es después, o simultánea, cuando se repara en que las imágenes son dinámicas pero la foto está congelada en lo que este gobierno significa. Y estuvo congelada desde que asumió, porque absolutamente nadie puede decir que se llama a sorpresa. Hasta podría pensarse en tantas cabezas del macrismo que, ahora mismo, están sacando la cuenta de lo bien que paga esta actitud de firmeza en -por lo menos- el núcleo duro de su electorado adicto. No hay errores, no hay excesos. Para el Gobierno, es así como se contribuye a fortificar la campaña.
Todavía, sin embargo, uno quiere pensar que episodios como el de hoy a la mañana pueden marcar un límite de cara a gente que permanece adormecida. Todavía.