El fútbol argentino tiene muchas particularidades que lo distinguen del de los demás países. Aunque hay una que es difícil de explicar: cómo en uno de los lugares del mundo donde más popularmente es vivido sólo pueden ir a los partidos la mitad de los hinchas posibles, los locales. En Argentina, el fútbol es un bien cultural que se expresa casi sin restricciones en cualquier parte… menos en la cancha. Que es, en definitiva, el ethos que le da sentido a todo lo que se genera por fuera. Desde el espectáculo y las ritualidades folclóricas hasta los negocios multimillonarios y las asociaciones ilícitas representadas (pero no agotadas) en los barras, todo se inspira o explica a partir de lo que ocurre en un partido, insumo básico no sólo del fútbol-deporte sino también del fútbol-cultura. Y es imposible de entender, al menos acá, un partido con jugadores pero sin tribunas.
La primera medida fue en 2007, después de que hinchas de Nueva Chicago mataran de un piedrazo en plena General Paz a Marcelo Cejas, simpatizante de Tigre. Ambos equipos acababan de jugar la Promoción en el estadio de Vélez y, aunque el partido a la salida del cual se generaron esos desmanes involucró a un cuadro de la A y a otro del Nacional B, la AFA decidió prohibir desde entonces la concurrencia de visitantes únicamente en las categorías del Ascenso.
Desde la primera, en 1939, la violencia en el fútbol argentino había amontonado en un rincón 227 muertes y fueron numerosas las estrategias aplicadas para combatir ese drama. Todas fracasaron, incluso la proscripción de hinchas visitantes. Pero a pesar de su probada ineficacia, la medida no sólo no fue desechada, sino que se profundizó en 2013, cuando la AFA la hizo extensiva a todas las categorías del país, entre ellas la Primera. Fue a partir de la muerte de Daniel Jerez, hincha de Lanús que no falleció por un problema entre parcialidades sino por el accionar represivo de la Policía Bonaerense en las inmediaciones del estadio Ciudad de La Plata. Sólo ese año hubieron 15 víctimas, y en todos los escenarios posibles: una tribuna, un amistoso, la calle tras un tiroteo, un ajuste de cuentas, una pelea de puñales, la pileta de una sede social, un partido entre juveniles y hasta la final de la liga de fútbol de salón de Mendoza.
Claro que el asunto no se reduce a enumerar muertos, porque el problema se anuncia mucho antes de los funerales. La medida prohibitiva, además de no resolver lo que pretendía atender, abrió una nueva grieta con la aparición del “hincha neutral”. Un mecanismo polite que la rosca de dirigentes de la B encontró para superar algo inadmisible: que River no pudiera aportar su millonaria taquilla en su excursión por canchas de todo el país por la proscripción de los visitantes. Nadie había previsto el escenario (¡River en la B!) y fue necesario cierto repentismo para facilitarles esas ganancias a los equipos del Ascenso. Las estrategias anti-violencia quedaron reescritas con tinta débil en los márgenes de las prioridades.
Ese alambrado roto incitó el ingreso de muchos que reclamaron los mismos derechos, y la AFA y el gobierno bonaerense debieron improvisar un “marco legal” para habilitar el acceso de hinchas visitantes que de todos modos iban a ir. La experiencia duró pocos partidos y fue un desastre: en cancha de Banfield hubieron avalanchas con heridos en la tribuna de Boca y en la de Racing los de Lanús se pelearon entre sí y destrozaron instalaciones. Otra temporada para el fracaso que, encima, se redondea de manera ridícula: jugando Excursionistas-Defensores, un centenario clásico barrial, sin más público que los barras que lograron entrometerse a la fuerza en el micro de los jugadores.