Terrenal cumple mil funciones y lo celebra con el público en la sala Caras y Caretas 2037 todos los sábados y domingos a las 20, con un brindis especial por este número redondo que también se expresa en la cantidad de premios, giras e invitaciones a festivales que cosechó en estos años, en el volumen de notas, críticas, ensayos y papers que se han escrito para reflexionar acerca de la obra y su tríada de personajes –Caín, Abel y Tatita– y en el aluvión inédito de comentarios por parte del público (en Alternativa hoy superan los 4500).
Esos son algunos de los elementos que configuran el fenómeno Terrenal. Su autor, Mauricio Kartun, suele definirse como archivista. Cuando se le propone visitar su archivo personal para evocar las primeras imágenes con las que comenzó este suceso, aclara que “no siempre el prestigio que obtiene una obra está en relación directa con sus orígenes, porque las obras muchas veces nacen de unas pavadas increíbles”. En este caso, todo empezó 25 años atrás, con la frustración de no haber podido comprar un lotecito para poner un quincho y una pelopincho y llevar a sus hijos ahí cuando eran chicos. “De la imagen que me sobrevolaba –comprar un lote que no sirviese para nada, dejar de herencia un lote fracasado– empezó a dar vueltas el imaginario; tiempo después me encontré con un libro precioso de Robert Graves sobre los mitos hebreos donde habla de los arquetipos de Caín y Abel, y todo cerró”.
Pero para los dramaturgos que dirigen sus puestas siempre hay dos fiestas: una al completar la escritura del texto y otra el día del estreno. “A diferencia de la literatura, cuyo soporte es inerte, en los actores hay un soporte vivo y multiplicador: cada gesto, cada intención, cada volumen, cada paso que dan enriquece y crea una nueva dramaturgia. Estrenar no es otra cosa que poder mostrar la extraordinaria creatividad que tienen los actores generando dramaturgia con su cuerpo, haciendo que ese texto efectivamente viva. El elenco fue cambiando, pero desde el original hasta el actual tuve la suerte de contar con actores de un compromiso extraordinario en ese aspecto y, por lo tanto, conseguir que cada función sea nueva, que no haya repetición”.
-En estas mil funciones hubo una apropiación de la obra por parte de los espectadores, hay un “público Terrenal” que conoce a la perfección el timing. Muchas veces presenciás las funciones, ¿qué ves en ese fenómeno?
-Hay un grupo de espectadores que vio la obra más de una vez y se repite, ha logrado apropiarse de los tiempos de la obra: sabe que viene un gag, un chiste, está preparado para recibirlo y muchas veces ríe de manera simultánea o incluso antes. Yo creo mucho en el valor del ritual, de la ceremonia; ese fenómeno es precioso de observar. El público se siente propietario del espectáculo y nosotros lo vemos en quienes invitan a un amigo o un pariente para mostrarle esa obra que les gusta. Cuando se produce esto, los artistas sólo tenemos que callar y disfrutar.
-Las mil funciones tuvieron el acompañamiento del público y de la crítica. Eso trae de inmediato la idea de “éxito”. Sin embargo, solés reivindicar el error como paso necesario en el acto creativo. ¿Cómo te llevás con eso y de qué manera lo capitalizás en tu obra?
-No sé si envejecer tiene grandes ventajas, pero si tuviese que encontrar una es la de poder observar la vida en perspectiva. Mirando para atrás descubro que podría haber sido mucho más feliz en mi vida artística si hubiera podido comprender rápido esto de que el error no es más que la alternativa dialéctica que acompaña a cualquier cosa. Es imposible forzar algo para que salga o anular la posibilidad de errar. El error nos acompaña, pero también nos permite comparar. ¿Por qué esta frase no me gusta? Porque tengo otra que sí me gusta. El trabajo del artista pone frente a la sociedad una manera diferente de mirar los oficios y las profesiones, aceptando la realidad de que esto que hago puede salir bien o mal, y si sale mal debo rehacer, corregir o abandonar y empezar de nuevo. Pero estamos en un mundo donde no hay lugar para el error, donde el error está penado.
Un lema conocido de Kartun dice: “A problema técnico, solución poética”. También puede pensarse en esa frase como un sello distintivo de las estéticas propias de la escena independiente porteña, en la que por lo general las obras deben adaptarse a espacios imperfectos y a la escasez de recursos. Para ilustrar este punto, el dramaturgo acude a un ejemplo: “Cada vez que me invitan a trabajar en el Teatro San Martín, pido trabajar en la sala Cunill Cabanellas. A los directivos les sorprende, me dicen que podría llenar la Casacuberta o quizás la Martín Coronado. Me preguntan por qué la Cabanellas y yo siempre digo lo mismo: porque es lo suficientemente fea, bajita y desangelada como para parecerse a cualquier sala de teatro independiente, entonces yo puedo trabajar ahí porque sé que esa es mi estética. De otro modo, tendría que domesticarla y someterla a un sistema sobre el cual mis obras muchas veces se ríen. Prefiero trabajar en esos espacios imperfectos aceptando la hipótesis de que ‘nos vamos a arreglar’. Esa es la gran frase de la creatividad”.
-Después de la pandemia se modificó la relación de los espectadores con los objetos culturales. Hay cierto acostumbramiento a los formatos seriados on demand. ¿Cómo percibís esos cambios?
-Hay una falta de paciencia que yo veo en mí mismo como espectador. Ahí se abren dos caminos: el primero es el que marca la necesidad de cierta celeridad, el pedido de que el teatro te permita hacer eso que uno hace cuando mira una serie. Ayer estaba tirado en el sillón mirando una serie islandesa policial, con un vaso de vino y un sanguchito de jamón, parando todas las veces que fuera necesario para joder un rato con mi mujer, levantarme, preguntarle algo si no entendí. El teatro obliga a aceptar el tiempo corporal, físico, humano, universal del que uno tiene que disfrutar. Pero frente a esa actitud aparece una demanda extremadamente mayor para el teatro, ya no alcanza con representar un relato y que el espectador lo vea; ahora hay que recurrir a lo mejor que ha tenido a lo largo de toda su historia: la capacidad de sorpresa. El gran verbo de la relación entre espectador y espectáculo es sorprender. Cada vez más necesitamos dramaturgias, puestas y –sobre todo– actores que sorprendan.
El teatro peatón
Cuando se le pregunta por el rol del teatro en el contexto actual de recrudecimiento de las derechas a nivel nacional e internacional, los discursos de odio y las acciones concretas de violencia, Kartun identifica una doble coyuntura: por un lado, los tiempos de masificación virtual donde somos comprimidos en una caja. “Frente a eso, el teatro es un acto de resistencia porque es la posibilidad de demostrar el poder del cuerpo versus el poder de la corporación. Es la dialéctica que el teatro sigue levantando como bandera. Spinoza decía: ‘No se sabe todo lo que puede un cuerpo’. El teatro es un ejemplo claro de eso, un lugar de resistencia y desafío. Por otro lado, sigue siendo manual. Nuestros tiempos dejaron de ser manuales para ser digitales. Dedo versus mano. El teatro se hace a mano y es peatón, es caminando, una celebración de los tiempos naturales del cuerpo”.
El autor sostiene que frente a nuevos tiempos políticos, el teatro está ahí para reflejar y romper el espejo, para dar cuenta de lo que está pasando y, tal vez lo más importante, pensar eso que está pasando. “Cada obra de teatro configura una ‘idea-teatro’, es decir, una manera de pensar el mundo a través de esa obra. A veces se pierde de vista que quienes escribimos teatro pensamos en el acto de escribir. No es que primero pensamos y después ponemos nuestras ideas en boca de los personajes. Escribir una obra es una manera de pensar. Yo no pensaba lo que dice Terrenal antes de escribirla, fue la propia escritura la que me llevó a esas ideas”.
- Terrenal puede verse sábados y domingos a las 20 en Caras y Caretas 2037 (Sarmiento 2037), con brindis y sorpresas durante el mes de noviembre. Las localidades pueden adquirirse por Alternativa Teatral.