Lo que ocurre en Empleados, la obra de un grupo de actores de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático que, coordinados por José Mehrez, componen una veintena de escenas dispersas pero temáticas, es una pintura de época. Echa luz sobre un punto saliente de la existencia laboral humana –al menos de los últimos 100 años y contando– y es, a la vez, una foto del día. Empleados es un collage de fragmentos en los que sujetos alienados entregan su cuerpo –y a veces su mente, nunca su alma– a tareas repetitivas, poco desafiantes, sin brillo ni creatividad. Y lo hacen, como Chaplin en Tiempos modernos, sin conocer la razón de ser de su porción en el entramado de tareas que dan sentido al mundo. Solo hacen.
Como la obra nace de un seminario musical en la EMAD, está regida por un patrón rítmico y la sucesión de escenas puede, según Mehrez, entenderse como un disco. Sería la banda de sonido de la actualidad, porque una obra es ella y también su contexto: los informes de la Organización Internacional del Trabajo –por citar uno solo de los múltiples relevamientos en este campo– muestran que la tasa de desempleo juvenil duplica a las del resto de la población. Es cierto que en Suecia y Dinamarca oscila el 20 por ciento, en Argentina supera el 40 y en zonas de Asia llega al 70, pero en todos lados crece sin parar.
Y si bien Empleados habla de la vocación, una idea que cuestiona y que incluso aparece como disruptiva en un mundo que obliga a pensar en función de empleos sustentables para el bolsillo, no pierde de vista ese entramado de trabajos informales, precarios, poco atractivos y, ante todo, de paso; esos en los que casi nadie se quedaría a vivir. Esa es, en definitiva, la realidad que contiene a la obra y al universo del empleo juvenil: hace dos meses, 180 mil pibes fueron a por su primer empleo a una feria en La Rural porteña donde solo el 10 por ciento halló alguno en tareas mal remuneradas y poco calificadas. Y el Gobierno Nacional lo presentó como un triunfo.
“La tensión entre empleo y vocación siempre me atrajo. La sociedad erige un monumento a la vocación que luego necesita demoler. No existe ningún niño al que no se le pregunte qué querrá ser cuando sea grande. Una inocente inducción para comenzar a imaginar que todos los futuros son posibles, que todos pueden ser nuestros. En la adolescencia nos damos cuenta de que eso no funciona así. Todos no podemos ser todo”, explica Mehrez.
Hay ilusionados, de todos modos, que ven en la robotización del empleo el salvoconducto que provea en el futuro próximo más tiempo de ocio y libere de tareas aburridas. Suena bien, pero hay que ver si aportará, para el conjunto de la sociedad, más ocio y creatividad con sustento, o bien más miseria y precariedad. Si la respuesta es la segunda opción, la culpa no será del robot.
Hace poco más de seis meses un dato cautivó a todos: en Argentina hay un millón de jóvenes ni ni, que ni estudian ni trabajan. Luego se supo que en realidad casi el 70 por ciento son mujeres que han dejado todo para cuidar a sus hijos. Hace días, el INDEC agregó más datos al contexto: más de un millón y medio de jóvenes busca empleo y no consigue; está en condiciones de, educado y formado, pero no consigue. Y la mitad de los jóvenes argentinos está bajo la línea de la pobreza. Empleados es una pieza potente (graciosa incluso) por sí misma, sí. Pero es, a su vez, ella y su contexto.
* Viernes a las 23.30 en Teatro del Abasto, Humahuaca 3549.