“Una mañana estábamos trotando y Cucciufo dice: ‘Muchachos, yo me desmayo, pero sigan, no pasa nada…’ ¡Y se desmayó!”. El que cuenta es Sergio Batista, el Checho, volante central de la Selección Argentina campeona en el mundial de México 86, que recuerda una de las jornadas de entrenamientos en enero de aquel año en Tilcara, Quebrada de Humahuaca, Jujuy, 2.465 metros sobre el nivel del mar. El plantel andaba dando vueltas alrededor de la cancha del recién fundado club Pueblo Nuevo y era el mediodía, cuando el sol cocina con más eficacia. “Los primeros días fueron brutales para todos los jugadores, nacidos y criados en las facilidades del llano”, escribe Juan Ignacio Provéndola, que entrevistó a Batista, entre otros, para narrar aquellas andanzas. “Al principio fue muy duro, pero todos éramos conscientes de lo que nos íbamos a jugar cinco meses después –sitúa el gigante barbado, jugador por entonces de Argentinos Juniors, que mucho más adelante también sería técnico del seleccionado mayor-. Porque no recuerdo a nadie quejándose: todos cerrábamos la boca y seguíamos trabajando como podíamos”.
Las citas pertenecen a Operativo Tilcara 86: Diez días que valieron un Mundial, el libro que Provéndola, periodista de este diario y docente en la carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA, acaba de publicar con la editorial Sudestada. Se trata de aquella suerte de pretemporada que Carlos Salvador Bilardo, director técnico del equipo, llevó adelante poco después del sorteo del Mundial: Argentina tendría que jugar contra Bulgaria y Corea en el Distrito Federal y contra Italia en Puebla, dos ubicaciones a 2.200 metros de altura. Y para emular algunas de las condiciones de los futuros escenarios, las respuestas físicas ante el ahogo, el aire enrarecido y su efecto en el manejo de la pelota, las temperaturas infernales del mediodía, organizó junto a sus colaboradores el campamento en esta localidad jujeña, que por entonces tenía unos dos mil habitantes, difícil accesibilidad y escasísima infraestructura: un solo teléfono (todavía en manos del estado), por caso, para todo el pueblo. La experiencia le fue útil a Bilardo en varios sentidos, porque entre otras cosas dispondría que, para optimizar la adaptación, la llegada a México fuera 26 días antes del debut: Argentina fue el primer que arribó para disputar el mundial y, se coincide, eso incidió en su buen desempeño físico.
Provéndola ha contado que supo la historia de este campamento premundialista hace unos años, cuando pasó por Tilcara rumbo a La Quiaca y vio la cancha junto a la Ruta 9: le preguntó a un amigo y así tuvo las primeras referencias de la aventura bilardista. Y luego se sumergió en la búsqueda de materiales, publicaciones jujeñas y nacionales, registros de diversa procedencia. Y voces: entrevistó a algunos lugareños que asistieron a la visita del seleccionado, a jugadores, al propio Bilardo. En capítulos breves, cargados de datos, escenas y testimonios, va componiendo los pormenores de este eslabón hacia la copa del mundo. Los convocados que estuvieron allí, entre el 6 y el 15 de enero, jugaban en clubes argentinos: el arquero Luis Islas; los defensores Oscar Ruggeri, José Luis Brown, José Luis Cucciufo, Néstor Clausen y Oscar Garré; los volantes Ricardo Bochini, Ricardo Giusti, Claudio Borghi, Sergio Batista y Carlos Tapia; y los delanteros Sergio Almirón, Oscar Dertycia y Jorge Comas. Con excepción de los dos últimos, el resto sería parte del plantel en México, y varios de ellos titulares relevantes. Quienes jugaban en equipos europeos, Valdano, Burruchaga y Maradona, entre otros, se perdieron la experiencia Tilcara.
Que tuvo un antecedente en 1973: el “Equipo Fantasma” que dirigía Omar Sívori. Tras no haber clasificado para el mundial de México en 1970, urgía que la selección no quedara fuera de Alemania 74, para lo cual el técnico armó un “plantel B” que pasaría unas semanas en La Quiaca para aclimatarse y jugar un partido decisivo contra Bolivia. La cosa dio resultado: Argentina ganó 1 a 0. En ese plantel estaban el Pato Fillol, Mario Kempes y ¡Bochini!, que repetiría la experiencia con Bilardo trece años después. Tenía 32 años y era la estrella para los lugareños, que también tenían en el radar a Batista y Borghi, que poco antes habían jugado contra la Juventus de Michel Platini, partido épico por la Intercontinental. Provéndola va acercando el lente en sucesivas estampas de contexto: la selección de Bilardo había clasificado sobre el límite (aquella arremetida de Gareca contra Perú, en cancha de River) y las críticas le caían a troche y moche: la prensa abominaba su juego, astros como Passarella se le ofendían y hasta desde el gobierno nacional intentarían socavarlo. No es que luciera su equipo, claro. Así que una de las búsquedas en Tilcara fue la calma. “Calma” es el nombre de un capítulo: para ver cómo respondían las individualidades, cómo funcionaba el grupo, y estrechar vínculos, lejos del ruido.
Y claro, narra detalles preciosos. La cancha tenía las dimensiones de la de River y estaba marcada, pero predominaba la tierra pelada, había piedras y hasta verduras, porque pocas semanas atrás se usaba para cultivos: la pelota picaba para cualquier lado. Y a veces caía entre unos arbustos y andá a encontrarla. Provéndola entrevista a algunos tilcareños que se arrimaban a jugar, con la venia de Bilardo: “Bochini te hacía sentar –cuenta uno-. Y todos eran rápidos. Además chocabas, y era chocar contra una pared. A Ruggeri no te podías acercar, por ejemplo. Te pellizcaba, te hacía cosas”. Hay algún penal que quedó en la mitología, una fiesta en la que Bilardo se apareció maquillado y disfrazado de incógnito, la leyenda de una promesa a la Virgen de Copacabana que concedió el título del 86 y luego se ofendió porque no le fueron a agradecer. Los jugadores niegan, pero quién sabe.
En estos días las palpitaciones están con la Scalonetta, con el equipo que se armó con Messi a la cabeza. Un lujo. Y no nos privamos de encandilarnos con la ilusión. Como en Tilcara, como en México, en Qatar el sol también raja la tierra, pero los jeques no escatiman en aire acondicionado ni en otras delicias del ecosistema en destrucción. Después sabremos qué detalles, qué trabajos, qué preparativos, qué azares, qué promesas fueron decisivas. O aproximadamente. Escribe Provéndola: “Ahora no existe medio que se prive de una nota sobre el Operativo Tilcara 86 en las vísperas de la Copa del Mundo. Todos abren con idéntico miedo la misma pregunta: ¿ahí es donde residen las desventuras que impiden nuestra anhelada consagración? Cada cual podrá conjeturar lo que quiera. Dará igual: siempre tendremos un nuevo mundial para reactiva nuestras expectativas y deseos. Y simplemente… creer”.