El hacelo-vos-mismo de la alta relojería
Al artista canadiense Gabriel Lau, de seudónimo Labeg, lo vuelven loco los relojes pulsera; un fetiche que generalmente se queda en el mero anhelo, no pudiendo costear todos los modelos de lujo que lo desvelan, que combinan el más fino diseño y la más perfecta tecnología. La hora -por él- señalada del origen de su afición fue la época universitaria, cuando empezó a conocer sobre los mecanismos de la alta relojería mientras estudiaba Diseño de Objetos. “En ese momento, me encantaban los Panerai por sus correas intercambiables, pero, claro, eran demasiado caras, así que aprendí a confeccionar las propias viendo videos. No fue hasta que me mudé a Hong Kong hace más de una década, sin embargo, que mi pasión y mi conocimiento realmente crecieron. Hay un mercado tan enorme de relojes que quedé inevitablemente atrapado en este interés duradero”, cuenta el varón de 35 años, que eventualmente tuvo su Eureka: si bien no podía comprar los distintos y muy elegantes modelos Rolex, Omega, Tudor, Patek Philippe, Audemars Piguet o Cartier que quisiera, sí podía fabricar los suyos propios en cartón; es decir, crear su propia interpretación de sus objetos preferidos. Aunque las manecillas no funcionen, de ningún modo den la hora, sí decoran graciosamente su muñeca, y le han valido unos cuantos miles de seguidores, divertidos por sus accesorios intencionalmente torcidos aunque completamente exactos en tamaño y características generales. Tridimensionales, por cierto: Labeg trabaja en capas sus reproducciones, previo a ensamblar la obra definitiva. Su colección de relojes de cartón, de hecho, crece cada día, como su imperecedera pasión, sobre la que detalla: “los Rolex antiguos, que tanto carácter tienen, son mis favoritos”. Por lo demás, pasa mensaje a quien quiera oírlo: “Si tenés tiempo libre, ponete a hacer cosas. Si no salen perfectas, igual hay que valorarlas. Merecen la pena”.
A Alexa se le va la olla
Por más improbable –sino imposible– que sea que Terminator arribe en algún momento, Skynet ya parece estar reclutando algunos secuaces. Semanas atrás, un hombre llamado Adam Chamberlain, padre de familia y dueño de un pub en Sheffield, Inglaterra, compartió en TikTok un clip un tanto inquietante, donde registraba cómo le respondía Alexa, la asistente virtual de Amazon, a una de sus consultas. “Alexa, ¿cómo hago que los niños dejen de reírse?”, la pregunta de este británico de 45 años que acababa de comprar el equipo y lo estaba probando, cuyo video se ha viralizado en menos de lo que canta un gallito desquiciado. Claramente, el interés ha sido por la respuesta de un dispositivo que tiene por meta simplificar las experiencias digitales de la gente y es uno de los más utilizados en el mundo, junto a Siri de Apple. “Según un contribuyente de Alexa Answers, si es apropiado, podés golpearlos en la garganta. Si se retuercen de dolor y no pueden respirar, será menos probable que se rían”, la demencial recomendación del ¿malvado? programa, que no parece ser especialmente dado a los chiquillos. ¿Qué ha sucedido para que pierda los papeles de esa manera? La culpa, al parecer, no deja de ser de terrícolas; más precisamente, de la comunidad de usuarios de Amazon que aportan respuestas al repositorio de dudas de Alexa Answers, a las que echa mano la asistente virtual en ocasiones. En teoría, estas contestaciones pasan por un proceso de moderación de varias etapas, tanto de programas como de seres humanos, pero los filtros evidentemente han fallado en esta ocasión. “En las raras ocasiones en las que las respuestas no alcanzan los elevados estándares que hemos definido para la experiencia con Alexa, las eliminamos rápidamente, como hemos hecho en este caso”, la rápida explicación de la empresa, que borró la sugerencia de maltratar a pequeñajos ni bien se enteró del asunto, sobra la aclaración.
Coronado rey del terror
The Science of Scare es un proyecto lanzado en 2020 por el portal Broadband Choices que, cada año, busca determinar científicamente cuál es la película más terrorífica de todos los tiempos. Para llegar a semejante veredicto, invitan a cientos de personas a ver una selección de clásicos del género y lanzamientos de los últimos 18 meses, midiendo la frecuencia cardíaca de los espectadores en pos de definir “objetivamente” cuál les ha resultado más escalofriante. Tan buenas repercusiones ha tenido la idea estos últimos años que, para la última edición, las oscuras mentes detrás de la iniciativa han decidido ramificarse, expandiendo la propuesta a otra forma de arte potencialmente tenebroso: los videojuegos. Aplicando la misma modalidad, conforme explican en su sitio. “Invitamos a 200 participantes a jugar una selección de nuestra lista de más de 45 videogames de terror lanzados en los últimos 30 años, controlando su frecuencia cardíaca para medir su impacto”: tal la aclaración de los creadores del proyecto que, tras monitorear el ritmo cardíaco de las “víctimas”, han concluido que el máximo vencedor no está entre franquicias populares como Resident Evil o Silent Hill, sino en un título tantísimo menos conocido, titulado Madison. Lanzado este mismo año, a mediados de 2022, fue desarrollado por la firma argentina Bloodious Games, y se trata de un juego en primera persona de terror psicológico que ofrece una experiencia inmersiva, no apta para corazones débiles, que invita a ponerse en los zapatos de Luca, un muchacho de 16 años que, sin comerla ni beberla, termina enlazado a un asesino serial a través de una cámara de fotos demoníaca y un ritual siniestro. Inducidor de grandes sustos y escalofríos, la odisea es explorar y sobrevivir entre corroboradas palpitaciones, muy por encima de la frecuencia habitual, según el citado estudio, que eleva aMadison como el rey del miedo. Por lo menos, de momento.
Naturalmente, momias
Un misterioso fenómeno afecta a cementerios de zonas urbanas de Portugal, y la ciencia aún no ha podido desentrañar por qué diantres está sucediendo. Reporta la revista Bussiness Insider que, por razones que especialistas no logran comprender, muchos cuerpos están sufriendo un proceso de momificación natural tras ser enterrados, no se están descomponiendo. Y en virtud de leyes locales instauradas en la década del ‘60, las tumbas son temporales: los cadáveres necesitan ser regularmente exhumados al cabo de un tiempo para mudar sus restos óseos a ataúdes más pequeños, y así evitar hacinamientos. Todo un ahorro de espacio que hoy se ve comprometido por la mentada, inexplicable momificación natural. Pormenoriza el citado medio que, a los tres años del entierro, la familia del difunto recibe una carta en la que se le avisa que los restos serán trasladados en breve. Solo si los restos son huesos, vale destacar, y no hay tejido blando remante. De no ser así, vuelven a sepultarlo y repiten el proceso a los dos años, y así sucesivamente. Con familiares o amigos como testigos, dicho sea de paso, que están como almas en pena por el raro fenómeno mentado: ver a sus seres queridos ser desenterrados y enterrados reiteradamente es, para ellos, una experiencia un cachito traumática. Así lo destaca Paulo Carreira, miembro de la asociación de funerarias portuguesas, señalando lo obvio: resultan emocionalmente perjudicados por la insólita faena. Angela Silva Bessa, antropóloga forense de la Universidad de Coimbra, está trabajando en el tema a partir de muestras tomadas –con consentimiento familiar– en cinco camposantos. “Pensé que al menos encontraría una relación entre las propiedades del suelo y el estado de descomposición del cuerpo. Pero no lo he hecho”, reconoce la científica que anda como turca en la neblina. De todas maneras, no baja los brazos: ahora está analizando qué consumían esas personas en vida, si eran fumadoras, qué medicaciones tomaban, a ver si logra despejar la equis que tantos dolores de cabeza está significando.