El fútbol boliviano de mediados de los '90 vivió un gran momento. Mientras el seleccionado nacional se preparaba para participar en el Mundial de 1994, en los Estados Unidos, los equipos locales tenían buenos jugadores, un nivel aceptable y hasta lugar en la Copa Libertadores. En eso andaba el Club Bolívar, dirigido por un argentino copero como pocos: José Omar Pastoriza.

La Libertadores, sabemos, es un torneo complicado por donde se lo mire y ansiado por todos. Pastoriza quería armar un equipo a la altura de los grandes del resto del continente. El presidente del club, el empresario millonario Mario Mercado Vaca Guzmán, le pidió que se consiga un jugador de renombre. El Pato pensó en Diego Maradona, que acababa de terminar con Newell's y no tenía equipo. Así que lo llamó para que se incorpore al Bolívar.

Entre Pastoriza y Maradona había mucho en común. Ambos eran de barrio, si tenían que jugarse por alguien lo hacían y les sobraba, además, calle. Y tenían buena relación entre ellos. Así que el club boliviano ofreció dos millones de dólares (dineral para la época) para que Diego se incorpore luego del Mundial. Todos sabemos cómo terminó la historia. El doping positivo de Estados Unidos truncó el sueño de los bolivianos y del trinomio Maradona-Pastoriza-Vaca Guzmán. Ninguno de ellos vive para contar la historia. El empresario murió en enero del 95 al estrellarse el avión en el que viajaba, Pastoriza falleció en agosto de 2004 dirigiendo a su querido Independiente y Maradona hace casi dos años.

Por suerte está el periodista uruguayo Sebastián Chittadini, quien cuenta esa y otras muchas historias en Los Diegos que no fueron - Un viaje por los clubes que soñaron con Maradona (Fútbol Contado Ediciones). 175 páginas para contar a un Maradona que no fue pero que pudo haber sido. En detalles, Chittadini nos refresca la memoria; nos recuerda cuáles fueron los equipos que intentaron incorporar a Maradona pero que por distintos motivos no lo lograron. El libro se convierte en una suerte de biografía inversa sobre Diego.

“Diego fue muchos Diegos y vivió muchas vidas, pero por cada uno que fue, hubo varios más que no fueron”, nos dice Chittadini en las primeras páginas de Los Diegos que no fueron. Entonces pasa a contarnos sobre el “Dieguito” que en 1976 pudo jugar en el Zaragoza, un año después en el Celta de Vigo o el Burgos y dos más tarde en Las Palmas. Todos españoles. Lo interesante es que no se trató de ideas, sino que cada posible pase tiene una historia concreta detrás. Entre destinos europeos (Inglaterra, Italia, Francia), el Diego que recién arrancaba en Primera también tuvo ofrecimientos en Argentina. Rosario Central, entre ellos. Chittadini recuerda el recital de la italiana Raffaella Carrá en el estadio de Central. La recaudación se destinaría a la contratación de Maradona.

San Lorenzo como destino en 1979, primero, y en 1993, después. El América de Cali, Colombia, en 1980 es otro de los mencionados. La gestión la había realizado Miguel Rodríguez Orejuela, uno de los fundadores del Cartel de Calí que falleció este año en una cárcel de los Estados Unidos, a donde fue extraditado. También hizo gestiones el Deportivo Español comandado por Francisco Ríos Seoane, poderoso dirigente vinculado al crimen de un directivo opositor en el mismo club, entre otras causas.

También está el recordado y frustrado pase a River, en 1980, cuando Diego mismo terminó por inclinarse por Boca. La historia de Loma Negra y Amalia Lacroze de Fortabat es otra. Lo que sigue es el paso del tiempo y sus posibilidades. Algunas irrisorias. Como la de Unión de Santa Fe o la de El Pozo Murcia, en el fútbol de salón de España. Pero pocas como la del Barcelona de Guayaquil, Ecuador, entre 1996 y 1997.

El presidente ecuatoriano Abdalá Bucaram, a la vez titular del club, quería incorporar a Maradona. También a Carlos Valderrama, Claudio Caniggia y Gabriel Batistuta. El primer contacto, cuenta Chittadini, surgió a través de un encuentro televisivo. El presidente argentino Carlos Menem hizo de intermediador. Se hablaba de un contrato millonario por seis meses. Diego no se quedó en chiquitas: “Trascendieron algunas de las exigencias del 10. La más notoria y extravagante era la de vivir ese semestre en las Islas Galápagos con su familia, rodeado de leones marinos y las famosas tortugas gigantes en un entorno natural exuberante ubicado a 972 kilómetros de la costa continental ecuatoriana. Tal vez en aquel momento Diego haya pensado más en la posibilidad de que sus hijas vivieran esa experiencia inolvidable, pero seguramente no tuvo en cuenta un detalle no menor: el tiempo promedio de vuelo para ir de las Islas Galápagos a Guayaquil es de un hora y 50 minutos, esto es casi cuatro horas para ir y venir al entrenamiento”.

Hubo más excentricidades por parte de los protagonistas de la historia. Pero las cosas no terminaron bien. El Congreso ecuatoriano destituyó a Bucaram por “incapacidad mental para gobernar”. Prófugo de la Justicia, Bucaram se escondió veinte años en Panamá y volvió a su país. Los medios no dejan de informar sobre algunos problemas de salud ni acerca de sus curiosidades.

¿Y si Diego hubiese jugado en All Boys, Cipolletti o Colón de Santa Fe? ¿O Excursionistas, Riestra? Tal vez los hipotéticos destinos maradonianos puedan entenderse a través de las palabras de alguien que lo conoció como pocos: Víctor Hugo Morales –el Maradona del relato– resume en el Epílogo: “El Diego que no fue es el Diego que sí fue”. Por suerte, dos uruguayos se juntaron para contarnos y hacernos entender que Maradona fue también el que pudo ser.