Era el año 2009 cuando se lanzó la primera edición de la novela Adoro, de Osvaldo Bossi, y puede decirse que aquella fue una apuesta editorial algo arriesgada para ese contexto social, previo a la sanción de la Ley de matrimonio igualitario. Pero si vamos hacia atrás, a los 90, esto mismo podría aplicarse desde el comienzo a los otros libros de Bossi, donde el tópico gay -que siempre protagoniza- se entrecruza con tópicos igual de provocativos y enfrenta, aportando un discurso lírico y altamente subjetivante, cualquier estigmatización (por ejemplo la triangularidad con un hombre y una mujer en Tres o, en Fiel a una sombra, la homosexualización de personajes shakespeariano). En Adoro, Bossi agrega a su obra una aparición que podría escandalizar, aun en 2017, a más de una mente progre. Es la del taxi boy. El taxi boy vaciado de contenido pecaminoso, o el pecado cristiano -implícito en el campo semántico de la adoración que le da título a esta novela- puesto al servicio de la celebración amorosa entre Cristian y Ovi, su cliente. Una celebración revulsiva, obligada a un silenciamiento que acrecienta hacia adentro el éxtasis, la sensación dichosa. Escribió el autor: “No habla con nadie. No se lo cuenta a nadie, lo de Cristian. Aunque quisiera contarlo, no puede hacerlo. Lo guarda, íntegramente, para sí. Lo esconde como si fuera un pecado y ese pecado para colmo estuviera vinculado con una especie de felicidad. Como si la felicidad fuera un pecado, es eso. Se lo calla. No encuentra ninguna otra razón para explicar este silencio. Como si Cristian no existiera o existiera únicamente en su imaginación”. Digamos que aunque Bossi no se lo haya propuesto, a lo largo de los años fue construyendo una obra política que ayudó a combatir el desnombre, la nulidad en este plano. En sus libros hizo hablar a varones amados y amantes produciendo empatía en miles de lectores, incluso heterosexuales, que, acorralados por el arma de la ternura, no pudieron más que convertirse a la homosexualidad en el tiempo que dura un libro o quizás más, conmovidos ante la belleza de un varón. Como lectora entiendo que Osvaldo Bossi es de esas personas que conciben al amor como un hecho de la libertad, y esta concepción se traduce claramente en Adoro, donde la posesión, la apropiación del cuerpo y el deseo del otro, no entran para nada en juego. La figura del taxi boy parece haberle sido funcional a este autor para liberar a su personaje del drama de los celos. Dice Ovi: “Cristian no aparece esa tarde; está en otra cama, seguramente. Siempre se lo imagina así: acostado, jamás de otra forma. Cambiando de cuarto y partenaire, o ni siquiera eso. Como si una misma escena, con ligeras variantes, se repitiera hasta el infinito”. En esta historia se respira valentía, audacia, o como sea que se llame aquello que impulsa a Ovi y a Cristian a ese paraíso común que es la habitación de un hotel. La comunión los espera allí, entre cuatro paredes transitorias: “Los ojos parpadean, el corazón se apacigua o acelera, el cuello se cubre de gotitas infinitesimales, las axilas se humedecen… Incluso, mi propio cuerpo parece estar ligado a ese dispositivo invisible, de manera que ya no sé si soy el efecto o la causa; si mi alegría o mi desolación, por ejemplo, vienen del cuerpo de Cristian o salen de mí”.