¿Cuántos libros tenés en tu biblioteca? ¿Cuántos te llevás de vacaciones sin que te importe el sobrepeso de la valija? ¿Cuántos prestaste y no te devolvieron, te prestaron y te los quedaste, como corresponde entre gente lectora? Los dos mil libros de la pared más grande de tu casa, la obra completa de un novelista que querés llevar a la playa, entran en los 200 gramos que pesa un lector de e-books. Y todavía te queda espacio para incorporar más libros. No es infinita, pero es lo más parecido a la biblioteca borgeana de Babel que podemos aspirar.
Todo cambia y nuestra relación con los libros ya no es la misma desde que descubrimos el e-book. Es cierto que el libro digital no huele a papel, no permite escuchar el murmullo al pasar las páginas, ni tampoco se puede hacer firmar al autor cuando te lo cruzás en la feria del libro. Hay formatos horribles (como el PDF) y definitivamente para disfrutarlos hay que utilizar un lector ad hoc, no la computadora ni el celular. Salvo estas razones no encuentro nada en el e-book que sea inferior al libro de papel y sí muchas ventajas. Tantas como para afirmar que estamos ante una revolución, incluso más importante que la invención de la imprenta.
La creación de Gutenberg permitió que las obras literarias, científicas o filosóficas llegaran a un público masivo. En realidad, el gran público accedió a la lectura no gracias a la imprenta sino a la creación de bibliotecas públicas, porque durante cuatro siglos el libro siguió siendo para los más pudientes. Las ediciones populares primero y luego el libro de bolsillo consiguieron convertirlo en un objeto común en las casas de la clase trabajadora.
En cambio, el libro digital no tardó siglos, ni siquiera años, en convertirse en un medio revolucionario de lectura, conocimiento y diversión. Si todavía no se ha difundido lo suficiente se debe más a prejuicios que a otra cosa. Pero todos podemos hoy en día acceder a una biblioteca universal que está a un click de distancia. Hay muchísimos sitios de intercambio gratuito de libros, hay grupos en redes sociales que también pasan e-books a otros lectores.
Si uno presta un libro de papel debe esperar a que se lo devuelvan para poder prestárselo a otro lector. En el caso de que nos lo devuelvan, también es muy probable que el ejemplar esté desgastado por su uso, incluso marcado por un lector minucioso. Cuando tenés un libro digital y querés compartirlo con otros es posible hacerlo sin que las copias que pasan de mano en mano se degraden. Y a su vez esos nuevos lectores no tienen que devolverlo y hasta pueden pasarlo a otros. El libro digital puede ser disfrutado por inumerables lectores. Bajarse libros, copiarlos y compartirlos son posibilidades que abrió el libro digital y que cambia nuestra forma de acceder a la lectura. El e-book es infinitamente superior a su hermano mayor de papel a la hora de compartirse y multiplicarse. Esa no puede ser una razón para demonizarlo. Una nueva tecnología debería estar al servicio de los lectores antes que nada.
Ya veo la cara de muchos, que no van a tardar de acusar a esta práctica cultural como algo ilegal. El argumento básico es que los escritores nos perdemos de cobrar derechos de autor cada vez que alguien se baja un libro o lo comparte. Sin embargo, este súbito amor por los derechos del escritor no aparece en otras circunstancias, incluso en las que sí hay ganancia económica.
A nadie nunca le molestó el negocio del libro usado. Si uno compra una obra de segunda mano, el autor jamás recibe un peso de ese ejemplar. Y basta con entrar a sitios de ventas de libros para ver cómo algunos vendedores de usados se aprovechan para cobrar fortunas por libros agotados, no reimpresos o de difícil acceso local. Y de esos precios exorbitantes el autor jamás recibe nada. Ni qué hablar de cuando las editoriales se deshacen de sus fondos vendiendo a bolseros títulos que ya no quieren en su catálogo a un precio bajísimo, generando una absurda competencia entre el último libro (caro) de un escritor y otras obras suyas anteriores (baratas).
¿Por qué molesta tanto entonces que alguien se descargue libros y nadie nunca dice nada de los que se venden usados? Hipótesis: lo que molesta no es que el escritor no cobre derechos, sino que se lea gratuitamente. Lo que se pretende es mantener el negocio del libro, no defender derechos.
Está claro que los escritores vivimos, en parte, de nuestro trabajo literario. De hecho, reconocernos como trabajadores es decisivo para poder reclamar lo que necesitamos. Pero nuestro vínculo laboral es con las editoriales, no con los lectores. Deberíamos conseguir mejores plazos para los contratos, no tener que ceder un porcentaje de los derechos subsidiarios (adaptaciones audiovisuales y traducciones), cobrar mensualmente las ventas con un retraso “apenas” de 90 días. Actualmente cobramos a fines de agosto los libros vendidos entre enero y junio, por ejemplo.
Con los lectores no tenemos un vínculo laboral, sino intelectual y afectivo. Confundir el acto de leer, que nada tiene que ver con la rentabilidad empresarial, con el de comprar libros (que sí la tiene) es reducir al lector a ser cliente o consumidor. Me encanta que compren mis libros, pero más me gusta tener lectores.
Si el libro digital cambió las reglas de lectura, en cambio no está alterando el plan de negocios neoliberal. En la práctica, al igual que con los libros de papel, las editoriales siguen pagando a los autores el 10 por ciento de precio de venta al público por cada copia digital. Amazon concentra gran parte de la venta de libros digitales y tiene, además, un sistema de suscripción similar al de Spotify con la música. No creo que haya un escritor que esté ganando mucha plata con el enorme negocio de Amazon.
Para el lector, Amazon también es un monstruo difícil de omitir: tiene el lector de libros digitales más popular, el Kindle, y la mayor cantidad de e-books a la venta. Eso sí. Si uno compra libros en Amazon y más adelante decide cambiar de lector por el de otro fabricante, no puede trasladar las obras compradas. Como si uno tuviera que abandonar su biblioteca cuando se muda de casa. En cambio, los libros bajados en sitios de intercambio gratuitos pueden trasladarse de un lector a otro sin problema.
Persigan a los que venden libros digitales sin tener autorización, pero dejen tranquilas a las bibliotecas virtuales que generosamente ponen los e-books a disposición de todos. Muchos de esos sitios, además, convierten a libro digital muchas obras inhallables u olvidadas por el mercado editorial. Los que copian y comparten libros tal vez erosionen el mercado editorial (mínimamente, viendo las liquidaciones que recibimos en comparación con las ventas de ejemplares de papel), pero están salvando la cultura y la tradición literaria. Lectores accediendo a la lectura, ejerciendo su derecho a poder leer. El sueño de Sarmiento cuando creó nuestras bibliotecas populares. El sueño de todos los que somos lectores, publiquemos o no libros.