Hubo un viaje por mar desde África a Europa. Nuevos sonidos, una casita sobre un bar, calles angostas y todo un arrabal que se desplegaba frente los ojos de una niña de tres años. Habían dejado su Mozambique natal en medio de la guerra de independencia. Allí quedaba su abuela materna, hija del rey de una tribu. Primera saudade. “Yo no recuerdo nada de ese trayecto. Sí recuerdo la dificultad que tuvieron mis padres cuando llegaron a Portugal”, dice por teléfono Mariza, la mayor figura contemporánea del fado, estrella internacional desde hace dos décadas. Está en Lisboa en una pausa de una gira que empezó el año pasado y se prepara para viajar a América Latina. En Buenos Aires cantará como cierre del Festival del Fado que el jueves comienza en el Centro Cultural Kirchner.

La dificultad de sus padres era por su condición de refugiados. Su padre portugués, rubio, altísimo, y su madre mozambiqueña, pequeña y musical, se instalaron con casi nada en el barrio popular La Mouraria, una de las cunas del fado. Allí abrieron una taberna en la que la pareja trabajaría muchas horas hasta que esa niña, que primero escuchaba la música desde las habitaciones del primer piso, pidió pista y se puso a cantar. Fue gracias a esos primeros años de taberna que Marisa dos Reis Nunes se convertiría en Mariza, esta figura singularísima que le devolvió la vigencia a una música, marca identitaria portuguesa, que tras la vuelta a la democracia había caído en desgracia. La dictadura salazarista había censurado primero y manipulado después a este género musical nacional para usarlo a su favor. Se lo despojó de cualquier comentario social y sólo quedó el melodrama, el desgarro amoroso, esa tristeza dulce a la que aluden sus canciones.

Pero Mariza no habla de política. No entiende nada, dice. Su último y décimo disco es un homenaje a Amalia Rodrigues, la cantante más importante de fado del siglo XX, diva de los años ‘60, bautizada “La reina del fado”. Amalia fue acusada de ser funcional al salazarismo y fue expulsada en los escenarios con la revolución que dio lugar a la democracia. Luego se supo que durante los años de dictadura ayudó, de forma clandestina, a financiar al partido comunista de su país.

Mariza canta a Amalia es entonces una reivindicación, un disco para celebrar a esa mujer que internacionalizó al fado y también una suerte de diálogo con la historia. “Para mí es una manera de mantener la memoria viva. Todos los cantantes tienen su propia personalidad cuando cantan. Amalia era una cantante brutal, maravillosa, con una voz increíble. Tener la oportunidad de cantar ese repertorio, ese legado, es un honor. Pero yo tengo una vida diferente en un siglo completamente diferente, emociones completamente diferentes y voy a tener otra forma de hacerlo y cantarlo a mi manera”, dice Mariza. La cantante habla con énfasis, no concede, y así también se expresa en el escenario, donde es potencia pura. Verla cantar con su metro ochenta y pico, pelo cortísimo y platinado que contrasta con su piel cobriza, y movimientos felinos es un espectáculo imponente. Arrancó su carrera profesional a los veintipocos años luego de alejarse del fado durante su adolescencia. “En esa época me apetecía probar otros géneros musicales, el fado estaba muy cerrado en los barrios típicos. Mi mamá me ha mostrado siempre música de otras fronteras, otras culturas. También hallaba que no cantan bien fado”, dice en un portuñol con tonos andaluces, ya que ha pasado mucho tiempo en España, donde es muy querida y ha colaborado con varios músicos de flamenco, entre ellos el guitarrista Javier Limón. De esa exploración adolescente le quedó el gusto por el pop y el rock y participó en discos con Sting, Lenny Kravitz, Gilberto Gil, Ivan Lins, entre otros. “Mi mezcla de estilos es algo inconsciente. No es que yo me proponga ir a buscar una influencia brasileña o austríaca. Cuando estás trabajando, haciendo música, las formas van surgiendo de una forma muy casual y ese es camino. Nunca he intentado ser diferente o buscar algo para distinguirme o mostrar qué soy o qué no soy. Yo hago la música que me gusta. Porque la música no es una expresión matemática, es la mayor expresión de amor que el ser humano puede escuchar.”

Mariza

En veinte años de carrera se convirtió en una cantante tanto de culto como popular, llenando estadios y convirtiendo en platino cada uno de sus discos. Cuando tantas personas escuchan su música, la pregunta sobre la vigencia del fado es un sinsentido. Una música que surgió hace más de un siglo en las colonias portuguesas y luego consolidó entre marineros y prostitutas, con la nostalgia de los puertos, ha sido resignificada en las últimas dos décadas y Mariza tiene mucho que ver con eso. De hecho es ella a quien el director español Carlos Saura eligió para abrir su película Fados (2007, en la que participan varios fadistas y músicos, entre ellos Chico Buarque). El fado es la música del desgarro, incluso del despecho, y eso al parecer no queda nunca anacrónico. Y es primo hermano del tango. Mariza, que ya conoce Buenos Aires, reconoce muchas similitudes. “Ambas son músicas de puertos. Ahí hay una gran similitud. Y además son músicas de raíz, que representan una cultura y son músicas urbanas, que escuchaban en los centros y que fueron cambiando conforme cambiaba la sociedad. Y también el cariz de la forma del canto y la poesía. En el fado hay una poesía muy similar: el amor, la pasión, los celos, tiene todo eso en común”.

“El fado es la fatiga del alma fuerte”, decía Pessoa y Mariza concuerda. Es su poeta favorito. También ella se refiere al alma. Cuando al entrevistaron en plena pandemia dijo que ella necesitaba cantar para limpiar su alma. Y agrega ahora: “El fado para mi es una forma de cantar la vida, expresar las emociones del ser humano y con música se transforma en fado. Es una música en que los sentimientos más profundos y más puros pueden ser llorados y también reídos. Porque el fado no es una tristeza, es una dulce melancolía. Eso viene del mar, de los poetas, de esa palabra linda que solo existe en portugués que es saudade, y representa un pueblo y una cultura”, dice como una verdadera embajadora.

Mariza se presenta el viernes 26 en el Centro Cultural Kirchner, Sarmiento 151. A las 20. La agenda completa del festival se puede buscar en www.cck.gob.ar