Joan Manuel Serrat - 9 PUNTOS
Músicos: Ricardo Miralles Izquierdo, José Mas Portet (piano), David Palau González (guitarra), José Miguel Pérez Sagaste (saxo), Raimon Ferrer Isbert (Bajo, contrabajo), Vicente Climent Valero (batería), Ursula Amargos Rubio (viola, voz en "Es caprichoso el azar").
Público: 12000.
Duración: 150 minutos.
Estadio Movistar Arena, sábado 19 de noviembre. Repite 20, 25, 26 y 29 de noviembre.
El hombre se despide, saluda otra vez, intenta el imposible de devolver ese amor a cada rincón de un estadio repleto del que baja una catarata interminable. Serrat saluda. Serrat sonríe. Serrat mira a ese público argentino con el que tiene una relación larga e inquebrantable. Y se da vuelta y le indica a su banda que habrá que tocar otra más, y propone un experimento, "vamos, escojan ustedes una canción", dice, y sabe que es tarea imposible pero entre el griterío se decide por una.
Y canta "Pueblo blanco", y en el Movistar Arena no vuela una mosca.
Los corazones vuelven a esponjarse, todo son callejas de polvo y piedra y la voz del Nano trayendo de nuevo al sacristán, al cura y al cabo, a los que quedaron cautivos del tiempo y sin embargo están acá. "He venido a despedirme en persona", dijo al comienzo, pero algunas despedidas pueden tener el sabor de un hasta siempre. Las canciones lo hacen posible. El mismo pidió no engancharse en la melancolía, disfrutar el momento. Y la multitud que participa de cinco shows a sala llena en Buenos Aires de El vicio de cantar, la gira despedida del artista catalán, no viene a cerrar un círculo aunque sepa que se trata de eso. Viene a recordarse y a recordarle que en el arte nada termina, que todo sigue, verso a verso.
Durante dos horas y media, entonces, Serrat recrea todos los hechizos. Su voz puede haber perdido algo de caudal -joder, ese hombre está al borde de los 79 años- pero conserva la afinación, la personalidad, la sutileza y la potencia del sentimiento aún en melodías cantadas miles de veces. Al comando de otro eterno, Ricardo Miralles, su banda propone exquisitez sin estridencias, el perfecto tapiz musical donde ir hilvanando las historias. Y Serrat las cuenta y las canta, y se reserva varios momentos del concierto para hablar de la despedida, y para hacer reír, y para decir que algunas de las cosas que se cuentan en sus canciones son mentira pero no, y que las emociones salvan a las canciones y que los personajes son eternos. Que la "Señora" sigue en sus 40 de muy buen llevar y él... bueno, ya no es aquel muchacho. Pero a nadie le importa.
A nadie le importa porque cuando Nano se sienta en una mesita de bar, y habla de sus personajes, y se larga con una versión descomunal del "Romance de Curro el Palmo", se borran todas las décadas. Para él y para todos, que vuelven a estar frente al Winco refugiándose en Serrat en tiempos oscuros, y esta noche lagrimean de la fila uno hasta las últimas butacas allá arriba. La lista de estos conciertos irá introduciendo modificaciones noche a noche, pero la médula del asunto no deja espacio a insatisfacciones: tras "El carrusel del Furo" y hablar de su abuelo asesinado por el franquismo, larga el combo demoledor de "Lucía" y "Señora". Promediando el show revive la historia del hombre enamorado de un maniquí, y "De cartón piedra" conmueve las paredes. "Algo personal" conserva su carga de catarsis contra los poderosos del mundo. Antes de la última tanda de canciones inoxidables, "Hoy puede ser un gran día" viene acompañado por un lúdico juego con Giocondas de toda clase en la pantalla, y el lagrimeo se vuelve sonrisa optimista, porque así pasa con Serrat.
La pantalla, por otra parte, es el único y eventual gesto hacia la supuesta obligación de estos tiempos, que dice que hay que utilizar toda tecnología disponible para hacer de cada show un gran espectáculo. Serrat no lo necesita: sale sencillamente vestido -saco, camisa y jeans-, con un telón rojo de fondo y una puesta de luces sin explosiones efectistas, y toma el micrófono y ejerce de crooner de la sensibilidad, de hombre convencido de que el encanto de esas melodías y el espesor de la poesía son suficientes para llenarlo todo. Su vínculo con el público argentino se construyó así y está intacto.
Y así se amontonan las canciones y su carga emocional. Las amables reflexiones amorosas de "No hago otra cosa que pensar en ti" y todo el dolor contenido en las "Nanas de la cebolla" de Miguel Hernández, el poeta perseguido con el que corona ese pasaje levantando al auditorio en "Para la libertad". La añeja apelación ecologista de "Pare" en catalán, antes de una andanada final de clásicos y más clásicos que derrumban toda barrera emocional.
Porque Serrat arrancó uniendo puntas con un tema cercano en el tiempo como "Dale que dale" y un viejo recuerdo en "Mi niñez", pero a la hora de redondear una despedida perfecta saca a pasear los tanques. "Mediterráneo" une a todo el estadio en un coro general, y el cantante aprovecha y les propone a todos que canten, que canten sin miedo "aunque tratemos de conservar el tempo y la afinación", y "Aquellas pequeñas cosas" se vuelve ceremonia colectiva. Y para el primer, falso cierre, no puede faltar el recuerdo de Antonio Machado, y "Cantares" produce una apoteosis, brazos en alto con caminante no hay camino se hace camino al andar.
Y parece que termina, la banda saluda, pero no va a ser tan fácil. El público quizá ya aceptó la idea de que no habrá más Serrat en el escenario, pero hará lo posible por estirar lo más posible su última noche. Y se multiplican los cánticos y los pedidos de otra. Para señalizar su primer encantamiento con la música popular argentina, el cantor concede un tributo a Atahualpa Yupanqui con "Vendedor de yuyos", y de inmediato golpea fuerte con "Penélope", deja a todos con una mirada soñadora en el andén y propone su experimento y elige "Pueblo blanco" y entonces sí, con los latidos al galope, advierte que hay que bajar la cuesta, que arriba en la calle se acabó la fiesta.
Lo dijo al anunciar esta última gira: en este 2022 Serrat clausura la fiesta del escenario, pero no su vínculo con la actividad artística. Y desde luego, no hay decisión personal que pueda diluir lo que ha pasado en todos estos años entre el artista y la Argentina. Porque dedicó su vida al vicio de cantar, y en el trámite contagió a miles y miles, que se desparraman por las calles de Villa Crespo todavía enjugándose los ojos, todavía cantando, todavía jóvenes por siempre. Como las canciones. Como Serrat.