De un mundo inhumano, amable y cristalino, surgió la palabra, con ella el amor, la locura y la muerte.
Cada niño que nace trae consigo un rugido remotísimo y, su corazón, será un territorio de disputa, entre rugido y palabra.
La garra querrá ser mano y la mano querrá ser garra.
El trueno querrá ser dios y el dios querrá ser trueno.
Nos exiliamos de la naturaleza donde la sed y el agua eran una amable continuidad, y nos situamos entre prédicas incomprensibles que desprecian la intima esencia de las cosas.
Cada mañana nos encaramamos en la ardua tarea de tener que entender el mundo. Encajar en sus disparates y destratos. El destrato de cada palabra que por trocar la realidad, se constituye en un delirio y vertebra un mundo inverosímil.
En el norte de la brújula habita un dios que con una adormilada indiferencia hacia los asuntos humanos, se desentiende de lo que pasa y lo que ocurre. Es cierto que la mente humana concibió la ”Teoría de la relatividad” y “Adiós Nonino”, pero también es cierto que cada paso que damos está atiborrado de estupidez, violencia y tedio. La dulzura y una espantosa bestialidad urden su trama empujando nuestra voluntad a un rincón apartado y pequeño.
Mucho tiempo atrás, algunos simios comenzaron a descender de los árboles y empezaron a andar erguidos por la sabana. Hoy, parlantes, crueles y amorosos nos denominamos Sapiens. Ocurre que esa palabra ya no contiene ni alumbra aquello en lo que nos hemos convertido.
De la piedra con filo que partía la carne del mamut, al hacha, el auto y el teléfono. De estos, al algoritmo informático, oráculo moderno. Humanos de diseño. Hibridados con robots. ¿Estamos encomendando nuestra desventura existencial a nuevas deidades? ¿La condición humana está en juego?
En los últimos meses de 1944 la derrota de Japón era inexorable. En octubre de ese año, el teniente Hiro Onoda, del ejército imperial japonés, fue enviado a la isla de Lubang, en las Filipinas. Sus órdenes eran precisas: resistir a Estados Unidos todo y cuanto podía. En 1945 Estados Unidos conquista la isla. Onoda y algunos de sus hombres logran huir a la selva. Desde ahí, organiza una resistencia tenaz contra el ejército de Estados Unidos y la población local. Pasado unos meses, EEUU arroja las bombas atómicas y Japón se rinde. Como muchos soldados dispersos, el teniente Onoda y sus hombres desconocían la conclusión de la guerra. Él, continuaba con su acción de guerrilla. Atendiendo el asunto, los respectivos gobiernos deciden persuadir a los combatientes y dejan caer, desde aviones, folletos por toda la jungla, informando el cese de la guerra. Onoda descree y considera que es una celada del enemigo. Durante los años siguientes, uno a uno, sus soldados son abatidos y queda solo.
Conforme pasaron los años la historia se popularizó en Japón. Y un aventurero decidió ir en su búsqueda. En 1972 Norio Zuzuki se entregó a la incierta tarea de regresar un fantasma al mundo de los vivos. Después de cuatro días de vagar por la jungla de la isla, gritando el nombre del teniente y que el emperador estaba preocupado por él, encontró a un viejo cansado que ya no quería pelear ni vivir solo.
El otro humano, su manogarra, su vozrugido, pueden ofrecer una rendija a nuestra ilusión y esa es una bella operación. En la posibilidad de rectificar o perseverar, nace una modesta libertad, que solo puede crecer en la convocatoria de otro humano. ¿Extinguirán ese fuego las nuevas deidades? ¿Sera este nuevo tiempo el exilio del amor, la locura y la muerte?