Las representaciones hechas alrededor de la figura de Severino di Giovanni, obrero, poeta y anarquista italiano fusilado en argentina en 1931 por la manera de defender sus ideales, adoptaron distintos formatos a lo largo de los años. Se destacan la crónica de Roberto Arlt sobre su fusilamiento, una biografía escrita por Osvaldo Bayer en 1970, así como el reciente libro que Gabriel Rodríguez Molina publicó en 2020. Sobre este último, se inspiró la dramaturgia realizada por el mismo Rodríguez Molina de Severino, el infierno tiene nombre, una nueva puesta teatral que cuenta con la dirección de Mariano Dossena y que puede verse en el Centro Cultural de La Cooperación (Av. Corrientes 1543), los viernes a las 22.30.
Di Giovanni fue un militante que en pos de su lucha contra el fascismo llevó a cabo distintas acciones y atentados, hasta que fue descubierto, perseguido, herido y apresado por la dictadura de Uriburu. En aquella época se le hizo un juicio militar y fue condenado a muerte. Murió gritando “¡viva la anarquía!” en la Penitenciaría Nacional.
En la obra dirigida por Dossena, Juan Manuel Correa es el encargado de interpretar a Di Giovanni y retratar sus últimos minutos en el calabozo de la penitenciaria antes de ser asesinado. “En su época y sus circunstancias, Severino entendía que no cabía otra manera que inmolarse en la causa para lograr revolucionar una sociedad. El texto de Rodríguez Molina está impregnado de estos temas, casi en su totalidad, pero la poesía nos da la posibilidad de abordarlos y pensarlos desde una mirada más bella y esperanzadora”, reflexiona Dossena sobre la obra.
La puesta presenta un tono confesional cargado de preguntas, que ilustra pensamientos del tipógrafo italiano y narra hechos pasados para evidenciar la reflexión sobre el hecho de ser fusilado y, sobre todo, del ser visto morir. “Severino sigue vivo como un arquetipo, es el cuerpo de la lucha contra el tipo de ideologías totalitarias y fascistas que se manifiestan en la historia de la humanidad”, expresa el director.
-¿Qué fue lo que te atrajo del texto de Gabriel Rodríguez Molina para llevarlo a escena?
-Su potencia poética, su pureza ideológica y su conmovedor relato de las últimas horas en la antesala de la ejecución. Es la segunda vez que abordo la anarquía en un texto (ya lo había hecho con Sacco y Vanzetti de Mauricio Kartun en el Cervantes), y hay algo de la abnegación en pos de un ideal de estos personajes que me conmueve profundamente. Y me parece interesante que esto suceda en un escenario, así como también que los jóvenes que vienen a ver el espectáculo, redescubran o descubran, quizás, la figura de Severino.
-¿Qué buscaron destacar de la figura de Severino en la obra?
-El personaje es muy rico y en el texto tiene muchas aristas. En principio hay algo de héroe trágico, pero también del hombre común, que sabe que va a morir, sufre, pero se plantea su muerte como un cordero en sacrificio en pos del futuro de sus ideales.
-¿De qué manera se trabajó el unipersonal?
-Trabajamos mucho la importancia de la palabra como punto de apoyo en la propuesta, ya que el texto está escrito en prosa poética. Desde ahí empezamos abrir el mundo del encierro y la conciencia de Severino como un plano importante del espectáculo, con el contrapunto de la música de Julio Coviello alternando en la ejecución del bandoneón en vivo con Carla Vianello.