Juan Serén tiene 33 años, pero escribe tangos de siempre. Dicen quienes lo escuchan que sus letras son de hoy, de mañana y también de hace cuarenta años. Y si una orquesta o un grupo saca un disco que reversiona a sus contemporáneos, jugar plata a que incluye uno de sus temas es una apuesta segura. Uno de los principales vehículos para su poesía es el tándem que funciona con Los Púa Abajo. Con esa banda de tres guitarras y un contrabajo acaban de sacar su tercer disco, Tango sin reservas, que presentarán hoy a las 21 en el Club Atlético Fernández Fierro (Sánchez de Bustamante 764). Si el segundo disco del grupo estaba repleto de invitados, este se repliega a un espíritu más intimista, más barrial, más transparente en las imágenes que proponen sus letras.
La ocasión es una excusa ideal para asomarse a la producción de uno de los principales poetas tangueros de la escena. Porque aunque Serén asegura que no tiene un método fijo, sí reconoce que prefiere componer primero la música o que alguno de los muchachos (sus compañeros Ángel Colacilli y Leandro Coratella, sobre todo) aporten primero una melodía, una base o alguna armonía a partir de las cuales trabajar los temas sobre los que él quiere escribir.
“Me interesa mucho la poesía, pero también la melodía, las armonías, y el mundo musical me preocupa mucho más”, confiesa, y lo adjudica a ser un “músico bestia”, es decir, uno que no pasó por el conservatorio. “Para mí es más difícil escribir una letra y pasársela a un músico para que le componga arriba”, señala. La lógica, explica, pasa por dos lados. Uno es que le resulta mucho más fácil cambiar un verso que al músico no le gusta que hacer cambiar melodías enteras a una canción para sostener sus letras. La otra es que cuando escribe ya está pensando en una cierta musicalidad que puede no corresponderse con la composición que sueñe su compañero de viaje. “En una dupla, los dos tenemos que estar contentos con lo que hacemos”, asegura.
Además, Serén observa su acercamiento al género como un acto de extrañamiento. “Creo en eso del extrañamiento del objeto que decían los formalistas rusos –cuenta–; trato de separarme un poco, aunque considero que todo lo que nos rodea es tango porque es la música que nos representa. El tango está siempre a 200 metros”. Hijo de españoles, arrancó con la guitarra por el flamenco. Como habitante del conurbano intenso de Morón se descubrió en el tango al momento de sus primeras canciones. “Me vino desde el inconsciente –asegura–, jamás dije: ‘Voy a estudiar tango’”. En su barrio, reflexiona, aún quedan ecos de esas imágenes (como las ferias de barrio) que aparecen en sus canciones y que para algunos las vuelven atemporales. Más allá de eso, al componer sigue buscando tomar distancia: “Trato de ver de otra manera el género pero no porque busque revolucionar nada, sino porque es lo más genuino para mí”.